El apocalipsis zombie: una mirada irónica a la serie The Walking Dead

Adriano Ramírez Jerez

3 de Febrero de 2015

Suena descabellado decirlo, pero el apocalipsis zombie ya está aquí. Se podría pensar que el tipo que está escribiendo estas líneas se quiere creer un loco sin remedio y afirma tal cosa solo para llamar la atención y ser popular, pero no es así, va más allá; y como suponer es un hábito usual en nuestra desgastada sociedad, yo voy a suponer que ustedes, o al menos en su inmensa mayoría, ha visto, o tiene noción de qué es, “The Walking Dead”.

 

La famosa serie editada por la cadena estadounidense AMC, cuenta la historia de un virus que contagia a la raza humana y los convierte en eso, en muertos vivientes, que caminan sin ningún tipo de conciencia, en un estado físico deplorable y directo a cualquier despeñadero donde puedan precipitarse. Su único afán es consumir carne humana (y aquí empieza el juego de las repugnantes comparaciones que fundamentan esta sensación). A estos podría llamárseles “el pueblo”. Por otro lado se encuentra un grupo de personas que hacen del problema, o “del mal”, su negocio; estableciendo lugares de tortura donde experimentan y se refugian del caos zombie y utilizan a estas “bestias” para sacar provecho del terrible mal que azota a la humanidad (¿Burguesía?). Y por último, los infaltables de siempre, más odiados que los verdaderos villanos, esos que se oponen a la situación y luchan por cambiarla enfrentándose al mismo pueblo que parece insalvable y a la misma burguesía creadora del mal.

 

Pues bien, dicho esto, debemos continuar y desarrollar esta sensación, más que una idea: ¿llegó el apocalipsis zombie? ¿Está aquí en verdad? Bueno, se percibe al menos, la ironía que plantea la serie, o tal vez su creador o la productora, esa ironía que fabrica una serie de televisión mediante una idea un poco fantástica sobre el pobre fin de la humanidad. Esa ironía que se refleja en nuestra sociedad (como anillo al dedo), en el planeta Tierra de esta época de masas, de miles de millones de personas, de conglomeraciones, de grandes cifras. Todas regidas por el mismo virus (sistema), que así como carcome la piel, carcome el alma y la mente (al ser completo como usted lo vea). Carcome las buenas intenciones, los conceptos que reflejan una buena actitud, una buena intención y este virus, que es terrible, los transforma en todo lo contrario (antivalores), volviendo más frívolo al ser. Es este el virus que hace a los muertos vivientes tener sed de consumo, de adquirir y de ser lo que se adquiere; poseer y ser poseído, es realmente transformador.

 

No es el que lava, porque no se puede lavar algo que no está sucio, que es pulcro. Es este el virus que ensucia lo pulcro, lo que está intacto. Este virus trabaja por medio de sus víctimas ya contagiadas, moribundas, más desarrolladas y que se placen en estarlo. Son los propagadores de la desgracia y su regocijo es introducir la desgracia en los más pequeños seres, inculcando en ellos de a poco, y con buen paso, las ideas morales de esta sociedad. Introduce un mal que tiene varias caras, pero una característica común: la religión y sus dioses con vanidosos justificadores de muerte y división y un sin fin de mal logradas ideas que encaminan al pequeño infante a la barbarie justificada. Y estando una vez contaminado, y casi sin cura, empieza a conocer la moral, las buenas costumbres. Y empieza a conocer el egoísmo y la envidia.

 

En su camino, y a su corta edad, ingresa al sistema de educación (porque recuerden, ¡el que no estudia no es nadie en la vida!). Y ahí mismo conoce la competencia: la alimentan sus padres y sus maestros. De a poco se va creando al monstruo. De esta manera tan perfecta se empieza a esparcir por toda su mente el virus y el chico, a sus 12 años, va sobre ruedas, conociendo en sus años de bella juventud la vanidad, los intereses, el buen vestir y manejar. Ya no quedará tiempo para nadie más que él y sus ganas de alimentar y cultivar el mal que lo llevará al despeñadero de los sin conciencia. Entonces, como acostumbra este virus de la podredumbre, a grandes cifras se perfeccionan los robots, así avanzarán sin dirección alguna más que a validar lo invalidable.

 

Pero vamos, llevemos esto más allá, preguntémonos (¡ATENCIÓN! Acto revolucionario), ¿por qué este virus existe? ¿Quién lo creó y lo alimenta? ¿Por qué se expande tan rápida y eficazmente? ¿Pocas preguntas para tantas respuestas no? Qué manera de empezar respondiendo preguntas tan esenciales con otra pregunta.

 

Desde que cayeron las monarquías en la vieja Europa a manos de los filósofos ilustrados –y vaya que lo fueron–, se difuminó por el mundo la idea de la República. Muchos, y en distintos tiempos, se fueron “librando de su opresor” (se abren comillas en toda la extensión de las palabras). Y se fueron adquiriendo las democracias a lo largo y ancho del planeta. Con esta maravilla, el pueblo (en realidad la burguesía y exceptuando además a las mujeres. En nuestro país después de la guerra civil de 1948), podía elegir a su representante, ese que quiere lo mejor para ellos, y bueno sí, esto todos lo sabemos bien, pero ¿qué hay detrás de los gobiernos y las democracias? ¡Poder! ¿Pero qué poder? El poder lo tiene el gobierno, ellos deciden.

 

¡No! Decide el verdadero poder, el económico. Ese que sobrepasa cualquier moral, casi cualquier ética: es dios. En eso lo convirtió el sistema y la sociedad lo avala.  Es ese poder, el engranaje del sistema. Ese poder que justifica la pobreza extrema, la desigualdad, que saquea los recursos naturales, ese poder que es responsable de que el 50% de la riqueza del mundo la conserve apenas en el 1% de la población. Es ese mismo poder que viola los derechos humanos y que es responsable de muchísimos genocidios (500 años atrás los nativos de América lo han sufrido).

 

Ese poder que pertenece a los banqueros, a las grandes familias, a los grandes nombres dueños del capital. Ese poder que tiene sed y que ni toda el agua del mundo supliría tal avaricia. Ese poder va corrompiendo, profundizándose y ganando por encima del mismo creador y si se sale de control y contamina a cualquier clase social por medio de la adquisición de modos de vida que no les pertenecen (el taxista con iPhone al igual que el empresario, por ejemplo), el sistema se vuelve perfecto consumista.

 

La alienación supera los límites. La cosa sigue sobre ruedas. ¿Qué le espera a la raza humana? El apocalipsis zombie ya está aquí porque los muertos vivientes no saben qué esperar, no saben ni siquiera que están enfermos y corroídos, por eso, solo les espera el precipicio, el abismo del fin.

 

¿Hay esperanza? Después de tal final, estuve a punto de dejar esto sin conclusión, pero inmediatamente pienso (acto revolucionario) y me pregunto: ¿por qué estoy escribiendo esto? ¿Será que nadie en realidad sabe qué es lo que pasa? Y en medio de esto, mi racionalidad me dice que sí, que sí existe ese último grupito, el más pequeño y el más odiado. Esos seres que se han avivado en medio del circo que han montado los medios de comunicación. Esos que han ido más allá del simple partido de futbol.

 

¡Sí! Son esos que han tomado un libro y han formado su propio criterio. Yo les conozco, me han despertado a mí también. Y esta lucha, nuestra lucha, es casi una derrota. Se podría decir que estamos a un golpe de quedar grogui. Pero no, el virus no ha podido con nuestro sistema inmunológico, basto de buenas defensas, adquiridas por medio de la lectura, de la concientización; por medio de las relaciones entre nosotros, de ir más allá, producto del pensar, de evitar lo simple, de ejercer un juicio sano de las cosas.

 

Esto es posible, el sistema (virus) esta profundo en la población mundial, pero aún no lo tomó todo y no lo logrará, porque este virus se aprovecha de los que no tienen convicciones. Nosotros sí que las tenemos, somos los hijos de los ideales de tantos luchadores que han dado su vida por una sociedad más justa. Somos hijos de Allende y de Óscar Romero, de Guevara y de Martí. La actualización del Lenin que revolucionó Rusia y la sacó del dominio de los zares. Y sí, somos Chávez y  también el Fidel que echó a Batista de Cuba. Somos todos ellos y muchos sin nombrar, porque somos hijos de nuestro pasado, nuestra memoria está intacta y no ha podido borrarla ni Fukuyama con su teoría del fin de la historia. Nos hemos negado a eso, nos negamos a aceptar que esta humanidad se va a contaminar por completo  con el virus fatídico de la inconsciencia. Creemos que vale la pena luchar por la integridad del ser humano en cualquier latitud y por las demás especies, por nuestro lugar que es el planeta Tierra. Por ganar esta guerra mental, del pensar, del ser y del saber, es ese nuestro deber. No podemos dimitir, no podemos resignarnos, no podemos alimentar el mal y la desgracia; erradicar el virus es la meta hasta que se vislumbre en el horizonte de la conciencia una nueva humanidad.

 

En conclusión, esta ha sido la sensación que se ha propagado en mí. El día que vi un capítulo de “The Walking Dead. Es lo que me hace creer que ha llegado el apocalipsis zombie, que lo sufrimos. No sé, a veces creo que los dueños del poder la han financiado para reírse de nosotros con una ironía bastante cruda, pero tal vez se trate solo de mi mente enferma y desgastada, que se busca siempre una justificación. Tal vez son solo mis ganas de desechar la basura que produce el virus.

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