Cambio Cultural en Costa Rica. La Creación y la Transformación de la Identidad Costarricense

José Solano Solano

19 de Junio de 2007

NOCIONES INTRODUCTORIAS

 

Para empezar, hay que aclarar que la cultura es el fundamento de lo que se conoce por identidad, y por lo tanto, están estrechamente relacionados. Otro aspecto para aclarar es que la “identidad cultural está en permanente construcción y (...) es cambiante”[1] de acuerdo a las diversas condiciones que se presenten, en especial históricas.

 

En el caso de Costa Rica, es posible asimilar varias culturas e identidades que dependen de diversos factores como étnicos, religiosos, regionales, etarios, de género, etc; aunque para definir al costarricense se puede hablar de una cultura homogénea.

 

MOMENTOS HISTÓRICOS DE LA IDENTIDAD COSTARRICENSE

 

  • Una identidad de origen colonial que se da después de la independencia.
  • Una construida por los liberales que sustentaron la cultura “nacional”.
  • Y los proyectos socialdemócratas y neoliberales.

 

PERIODO LIBERAL

 

Para finales del siglo XIX, durante el periodo liberal, se da la “invención” de la nación costarricense, incentivada primordialmente por el conocido Grupo del Olimpo, intelectuales que fomentaron la cultura y noción de Orden y Progreso, que pertenecían a las instituciones creadas a partir de 1881.

 

Las ideas liberales se basaban en el capitalismo que abanderaba la “civilización” de las clases populares, es decir, convertir a los costarricenses en “ciudadanos educados”, personas que sepan leer, escribir, sumar y restar.

 

En este periodo, San José se convierte en la ciudad de la cultura y lo “nacional” hace su aparición: Teatro Nacional, Archivo Nacional, Museo Nacional, FANAL, etc.

 

Y dentro de esta creación de la nación, el Monumento y el Héroe Nacional van a jugar un papel aglutinador y conformador de la identidad que, hasta entonces, era prácticamente del orden colonial, aún en el momento de la llamada “Campaña Nacional de 1856”.

 

Lo anterior se debía a que la independencia de Centroamérica no se dio como en el resto de países: a través de una guerra independentista. Por tal motivo, la batalla contra Walker y la “gesta heróica” de un erizo complementaron lo que hacía falta para la construcción cultural e identitaria.

 

Otro elemento en la formación de la identidad nacional va a ser lo que caracterizará la literatura nacional y las artes plásticas de la época: el concho y el paisaje con la casa de adobes, los cuales estarán estrechamente relacionados con el concepto de “vallecentrismo” que predicarán los liberales: una Costa Rica(Valle Central) blanca, pacífica, democrática y culta; con lo cual se buscaba diferenciar al país del resto de Centro América y aún de otras regiones como Guanacaste, Puntarenas y Limón. Distinción que continúa imperando.

 

Es a principios del siglo XX cuando surgen intelectuales con un proyecto cultural distinto al imperante, en el cual se toma conciencia de los obreros y artesanos y de nuevos campesinos y trabajadores, como los aparecidos con la presencia de Estados Unidos con su ferrocarril y su bananera.

 

Esta llegada de norteamericanos va a provocar una unión geográfica del Valle Central con Limón, pero culturalmente diferente, demostrado por ejemplo con el deporte: en el Caribe, los negros preferirán el béisbol y los del Valle, el fútbol. Aunque los costarricenses creían que los jamaiquinos eran “extranjeros de paso por Costa Rica”[2].

 

Son estos intelectuales, quienes, dentro de su ideario, fomentarán la unión de lo nacional con lo popular, la democracia y el antiimperialismo, por lo que apoyarán el sindicalismo y a los obreros y artesanos en sus luchas.

 

En esta época, la cultura de masas va a girar en torno de los cines, los gimnasios, billares, salones de patines, carruseles, la bicicleta (símbolo de modernidad), el teatro, el fútbol, el guaro, la radio, las vacaciones y el famoso “Paseo de las Damas” en el Parque Central.

 

El “turno” se convirtió en la fiesta popular por excelencia y estaba asociado a prácticas religiosas y cívicas: se mezclaban las representaciones cristianas con “los bailes, las mascaradas, los juegos de pólvora, las corridas de toros, las iluminaciones, la música y la comida...”[3], lo cual promovía la sociabilidad y la identidad local.

 

Las fiestas cívicas también fueron un elemento aglutinador de las masas populares y de los sectores más adinerados, aunque al principio estaban diferenciadas según la clase socioeconómica: los ricos iban al teatro, los clubes y elegían la reina de los festejos; por su parte, los pobres iban a bailes o elegían su propia reina de los festejos. Estas fiestas se daban en diferentes lugares del país, aún fuera del Valle Central; sin embargo, las fiestas de San José tomaron mayor relevancia por ser decretadas como Festejos Nacionales, pasando a celebrarse del diecinueve de marzo a fines y principios de año: primero en el llano de Mata Redonda (1861), luego en la Plaza de la Fábrica (1873), en 1911 en La Sabana, en 1920 en Plaza González Víquez y finalmente en Zapote(1969).

 

PERIODO SOCIALDEMÓCRATA

 

El proceso de modificación de la identidad nacional durante este periodo gira entorno al Centro de Estudios para los Problemas Nacionales, al cual pertenecen intelectuales de las capas medias del país. Estos sectores van a promocionar la movilidad social, en especial después de la creación de la Universidad de Costa Rica.

 

Después de 1950, con la formación del Estado Benefactor, se va a configurar un tipo de cultura dirigida hacia el crecimiento de la clase media, y para ello, el Estado se convertirá en empleador para sus bancos nacionales, para el INS, el PANI, el ICE, el INVU, entre otras. Por lo tanto, el modelo del ser costarricense pasa del concho al oficinista.

 

Otro factor determinante en este periodo serán las instituciones culturales como la Editorial de Costa Rica, que se encargarán de apoyar a los intelectuales y a todos aquellos que busquen “construir la cultura”.

 

Para esto, se crearán políticas de apoyo a la configuración identitaria: Políticas de difusión para llevar la cultura a zonas rurales, políticas de mecenazgo dirigidas a los productores de la cultura y políticas de promoción cultural, o sea, los proyectos para estimular la creación de la identidad; entre estos, durante la década del setenta, la creación del Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, que permite la formación de compañías de arte.

 

PERIODO NEOLIBERAL

 

Es en este periodo donde se profundizan ciertos rasgos que caracterizan a los costarricenses para finales del siglo XX y principios del XXI, como el sentimiento xenófobo hacia los nicaragüenses. Es de destacar que ocurre en todos los sectores socioeconómicos de la sociedad, en especial, porque todos los problemas sociales se les achacan a estos inmigrantes.

 

Otro fenómeno a destacar en el proyecto cultural neoliberal es la aparición y proliferación de la televisión en los hogares que llega a vender mercado, “felicidad” y globalización.

 

En este periodo, el costarricense se transforma o se debe transformar en un ser individualista, consumista y materialista para lograr sobrevivir en el nuevo tipo de sociedad. Por ello, el costarricense debe aislarse, desconocer al “otro” y desinteresarse por lo que suceda fuera de su hogar, donde el único invitado a la casa será la empresa privada (desde ahora presente en la vida cultural) y la televisión.

 

Estas características del actual costarricense se van a complementar con la forma de expansión urbana.

 

Hacía cincuenta años, las ciudades eran predominantemente agrarias: casas, escuelas, cantinas, iglesias, plazas, cines, mercados, etc.; eran lugares donde se podía caminar del hogar al trabajo y viceversa, donde se promovía la socialización: ir al cine, a partidos de fútbol, a sodas, cafeterías y conciertos municipales.

 

Paralelamente, se inicia un rápido crecimiento urbano en San José, a la que llegarán tanto familias acomodadas en busca de oportunidades para sus hijos, como campesinos que fueron desplazados por grandes compañías en las provincias de la periferia del casco metropolitano.

 

Este crecimiento urbano logró que se ampliaran los servicios de comunicación y transportes, pero a su vez, se produjo un crecimiento espontáneo y desordenado.

 

Para las décadas del ochenta y noventa, se da la mayor expansión del Valle Central, caracterizado por la proliferación de condominios y malls, buscando las afueras del concurrido centro de la ciudad. Estos a su vez traerán consecuencias como aceras estrechas, calles escasas y deterioradas y gran cantidad de vehículos que convierten a los centros en lugares poco atractivos, provocando que las personas corran a las paradas de buses y estacionamientos para salir lo más pronto posible del centro de la ciudad.

 

El costarricense, que antes prefería los paseos por el campo, ahora los hará por “los pasillos de los malls... [contemplando] los escaparates de las tiendas, en tanto que se deciden a asistir a la ultima película de moda, en salas con aire acondicionado, pero sin nombre; y a la salida, se agregan a los que ya abarrotan las áreas de comida rápida”[4].

 

Igualmente, los barrios se van a identificar y diferenciar según su extracción social: los barrios populares se van a caracterizar por poseer casas pequeñas y de fachada similar; por su lado, los barrios finos por casas enormes, enrejadas, amuralladas, con alarma, guardias y perros.

 

En las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta, el sector comercial era fundamentalmente artesanal: locales pequeños atendidos por su dueño como las pulperías donde se podían encontrar los productos básicos. Sin embargo, con la expansión del servicio eléctrico durante los ochentas, los grandes supermercados y tiendas por departamentos hicieron su aparición para ofrecer productos foráneos, en especial de línea blanca y tecnologías.

 

Las empresas publicitarias empiezan su ascenso con la promoción de las “modas”, relacionadas a su vez con el auge de los pagos a plazo y las tarjetas de crédito.

 

Sin embargo, el cambio más visible en la vida cultural y de la identidad nacional va a ser en lo referente a la “cultura de masas”. Antes de 1980, la vida cotidiana estaba basada en la lectura de cómics, el cine latino y europeo y la sintonía de la radio para los sectores populares. Los que se podían pagar ciertos lujos, poseían televisor en su hogar, escuchaban rock’n roll y visitaban discotecas.

 

En cambio, los últimos veinte años se basan en la llegada del cine de Hollywood, la aparición del VHS, DVD, la TV por cable, el Internet y los celulares, tecnologías accesibles para unos y otros, aunque no los puedan pagar.

 

Dentro de esta cultura, los inmigrantes forman un papel fundamental por su papel de “otros”, caracterizados por ser trabajadores de labores abandonadas por los costarricenses como la colecta de café y caña de azúcar, la construcción y el servicio doméstico, aunque también se les relaciona con la prostitución, la violencia y el crimen.

 

Otros aspectos en la identidad si han cambiado o faltan por cambiar: nos referimos a grupos étnicos y a las relaciones de género. La premisa de la Costa Rica blanca, pacífica e igualitaria se sucumbió (aunque hay muchos que aún lo creen) con la toma de conciencia social y la creación de instituciones nacionales e internacionales que luchan por los derechos humanos.

 

Después de los ochenta es cuando toman relevancia los movimientos feministas con la creación de instituciones que protegen sus derechos, a su vez que se da un crecimiento de la literatura femenina donde representan la violencia y discriminación que aún sufren.

 

El costarricense es discriminante sexualmente hacia grupos minoritarios de homosexuales y lesbianas y hacia las propias mujeres, quizás por la herencia patriarcal y machista que se arraigó desde la colonia y el periodo liberal de siglos anteriores.

 

El costarricense es xenófobo y repulsivo hacia grupos que cree inferiores a él como los nicaragüenses, negros (excepto en los carnavales), guanacastecos (“nicas regalados”) e indígenas, producto de las premisas liberales del siglo XIX.

 

Pero sin duda, el legado neoliberal (una cultura de clases) ha hecho de la identidad costarricense algo irreconocible y superficial, donde el “tico” debe buscar su mejoramiento individual a costa de otros, como en los casos de corrupción, bajo una concepción de ser un “costarricense, por dicha” y con un simple y llano “pura vida”. Por tanto, el nuevo costarricense es, ante todo, pesimista; vive de la desesperanza y de la incertidumbre.

 

Dentro de este tipo de cultura tan marcada, la Costa Rica igualitaria y solidaria se rompió en mil pedazos por la inversión en proyectos que satisficieran el “yo” personal, apoyados por la globalización mundial que provocó la práctica desaparición del sector medio de la sociedad, se pasó de lo público a lo privado, notorio en “los patrones domiciliarios segregados, en pautas de consumo (...) diferenciadas, en una privatización creciente de los servicios de salud y educativos (...) y en el deterioro de la infraestructura estatal...”[5].

 

Esto se debe porque la inversión privada llegó para beneficiar a unos pocos que podían costearla, tanto en el aspecto educativo con escuelas, colegios y universidades como con los servicios de salud con médicos y clínicas privadas. También conllevó una serie de privilegios “permitidos” para los jerarcas estatales, como las pensiones de lujo, los aumentos salariales y la mansión por cárcel para políticos y poderosos acaudalados faltos de ética que mantienen la brecha entre ricos y pobres, de los cuales, estos últimos, tienen limitados sus derechos de opinión, de realizarse en lo que más gusten con dignidad y de pelear por aquello que creen justo sin temor a un antimotines, garrotes o bombas lacrimógenas para opacarlos y obligarlos a aceptar lo que el estado disponga.

 

 

Bibliografía

 

Botey, Ana María: Costa Rica, Desde las sociedades autóctonas hasta 1914; Editorial de la Universidad de Costa Rica, Segunda Edición, San José, Costa Rica, Cátedra Historia de las Instituciones de Costa Rica, 2002.

 

Cuevas, Rafael: Tendencias de la dinámica cultural en Costa Rica en el siglo XX; Editorial de la Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica, Serie Cuadernos de Historia de las Instituciones de Costa Rica, N° 10, 2003.

 

Molina, Iván: Identidad nacional y cambio cultural en Costa Rica durante la segunda mitad del siglo XX; Editorial de la Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica, Serie Cuadernos de Historia de las Instituciones de Costa Rica, N° 11, 2003.

 

NOTAS


[1] Cuevas; 2003: 1

[2] Cuevas; 2003: 12

[3] Fumero; 2002: 337

[4] Molina; 2003:7

[5] Molina; 2003: 28

 

CONTÁCTENOS

equipocritica@gmail.com

PUBLIQUE EN EquipoCritica.org

redaccion.equipocritica@gmail.com