Cuando la desigualdad sigue siendo el problema

José Solano Solano

18 de Mayo de 2015

Alguna vez se debatió el problema de la posmodernidad [1]. Aquí no es menester abordarlo nuevamente. Lo importante es más bien profundizar un asunto más trascendente, más enraizado en lo que no se muestra a simple vista, en lo oculto por el sistema y por la ideología posmoderna que lo sustenta. De lo que se trata es de desenmascarar la desigualdad como trasfondo de asuntos como la discriminación xenofóbica, la homofobia, el racismo, el sexismo.

 

Los estudios que generalmente discuten las temáticas de discriminación por causa del racismo, la homolesbotransfobia, la xenofobia, el sexismo, entre otros, se enfocan en la mera clasificación, en la lucha que deben llevarse a cabo por las reivindicaciones de sus derechos frente a una cultura que se plantea exclusiva y segregacionista. Sin embargo, esto conlleva irremediablemente, a una invisibilización de la transversalidad de un concepto clave económicamente hablando: el de clase. Esto es así porque la posmodernidad trajo consigo fuertes críticas al marxismo clásico; sin embargo, respuestas concretas a los problemas reales no ha traído. Todo lo contrario, este “regresar a lo subjetivo”, al relativismo intangible, ha conllevado una desmovilización y una obnubilación sobre asuntos que hoy más que nunca son de primer orden como la muerte, el hambre, la pobreza y la depredación. Elementos propios del sistema que subyuga.

 

El problema de la discriminación esconde el de la desigualdad, pero en tanto la discriminación implica la ausencia de igualdad, se entiende que el problema de fondo es, en realidad, la relación de clase y no la clasificación segregacionista. Es, otra vez, un asunto material, no ideal. Esto quiere decir que son las relaciones objetivas del sistema productivo las que, mientras sustentan la desigualdad real, seguirán manteniendo las desigualdades de la subjetividad. Ahora bien, no quiere decirse que la discriminación por asuntos étnicos o de género sean “simples imaginaciones”, para nada. Lo que se quiere decir aquí es que el racismo, la homofobia, el sexismo o la xenofobia son manifestaciones de la cultura cuya base sí es material, que están sustentadas por las relaciones de producción. No es, por tanto, una cuestión de subordinación, sino de desarrollo paralelo.

 

Si bien el liberalismo ha traído una mayor igualdad jurídica para los grupos históricamente excluidos, lo cierto es que lo ha hecho en detrimento de la igualdad real [2]. Es un mecanismo de mitigación que solapa las luchas por la desigualdad socioeconómica. Sin embargo, mientras existan las relaciones de explotación tales cuales, no se podrá aspirar a una desaparición de la discriminación.

 

Ante esto, siempre nace la pregunta: ¿Por qué predomina la discriminación en nuestras sociedades a pesar de los avances alcanzados hasta el día de hoy? La explicación puede verse desde dos fuentes diferentes: una es la competencia, la otra es la idea dominante que nace de quien controla el poder. Nuevamente se alude a la contradicción entre lo que es real (la competencia capitalista) y la otra es la ideal (la imposición de los valores dominantes). Y sin embargo, la discriminación se vuelve a explicar, desde la competencia, como un carácter subjetivo que encuentra un sustento material pero cuya fuerza motora es básicamente ideal. Para dar a entender esta idea, se puede explicar de la siguiente manera: la competencia arguye y se apropia de una idea: la escasez. Mas esta es falsa, la verdad ocurre en el acaparamiento y por ello es que existe competencia. En el capitalismo, con su base industrial, se produce en exceso, pero la concentración de ese exceso está ubicada en los estados del norte y en las clases más pudientes en general. Ergo, se habla de una mala y desigual distribución de la riqueza producida.

 

La competencia, como tal, sí existe, pero ocurre en el tanto alguien esté acumulando lo producido. Sin embargo, materialmente la producción es suficiente para todos, pero distribuir equitativamente la riqueza conllevaría a la destrucción del sistema capitalista como tal, pues la desigualdad es su esencia. En el caso de la idea dominante de la clase que está en el poder, se trata solo de eso: una idea, falsa, pero fuertemente arraigada como mecanismo alienante.

 

La discriminación por razones de género, etnia, sexo nacionalidad, entre otras, solo es la justificante del sistema para mantener las relaciones de desigualdad tal y como están. Es una conditio sine qua non del capitalismo para fundamentarse en las relaciones de producción. Esto es lo que varios autores como Shawki (2006), Marable (2006) o San Juan (2009) han atribuido como relaciones transversales de la condición simbólica de la discriminación y de la condición material del sistema socioeconómico como tal [3].

 

En resumen, la desigualdad se traslapa bajo el manto de las reivindicaciones de género, sexo, etnia o nacionalidad. Se olvida que estas luchas discurren paralelas a las condiciones de vida socioeconómicas, donde la desigualdad es la base de todas. En tanto la distribución de la riqueza se mantenga inalterada, lo que se hace tácitamente es seguir permitiendo que esta subsista. Pero si esto continúa así, jamás podrá presenciarse una igualdad real para todos y todas, una donde las diferencias simbólicas, estereotipadas, clasificatorias, segregacionistas, dejen de existir.

 

Retomar el debate perdido, aquel donde era posible un mundo diferente, no es retrógrado ni anclado en teorías superadas. Las condiciones materiales del sistema siguen latentes, por lo tanto el análisis y la interpretación en este sentido sigue siendo tan pertinente como hace ciento cincuenta años. Sería bueno que los grupos que luchan por los derechos humanos, por las reivindicaciones de género o equidad en general, vuelvan los ojos a la razón real de la diferencia mantenida por el sistema, cuyo problema es el sistema mismo. Este se reforma, se adapta a sí mismo, pero la discriminación se mantiene y los sujetos de su discriminación seguirán apareciendo o manteniéndose solapadamente cuando parezcan superados. El problema de esto es el sistema mismo y contra este, y su base material, es contra quien se debe luchar por la igualdad real.

 

Notas

 

[1] Solano, J. (2012). El mundo de la posmodernidad. En EquipoCritica.org. Recuperado de: http://www.equipocritica.org/reflexion-editorial/editoriales-anteriores/el-mundo-de-la-posmodernidad/

[2] McLaren, P. (2012). La pedagogía crítica revolucionaria. El socialismo y los desafíos actuales. Buenos Aires, Argentina: Herramienta.

[3] Marable, M. (2006). Imperio, racismo y resistencia; Shawki, A. (2006). Liberación negra y socialismo; San Juan, E. (2009). Revisión de raza y clase en los Estados Unidos post 9/11.

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