De la Gran Pirámide de Sharm El-Sheij a la Casa Presidencial en Rohrmoser

José Solano Solano

11 de Marzo de 2011

Decidir hablar de los acontecimientos actuales en un contexto como el de las últimas semanas no es en vano ni antojadizo. Es una realidad que es palpable y que evidencia la complejidad de los diversos procesos que se ciernen sobre el mundo actual y que nos propone reflexionar y debatir sobre la política nacional e internacional para ir desentrañando los caminos que nuestro país debería seguir en torno a un futuro que no puede esperar. Realizar este paralelismo entre la residencia invernal de Mubarak en Sharm El-Sheij y lo que parece ser el palacio también invernal de Oscar Arias y su hermano Rodrigo (cuando no andan merodeando Zapote) es solo para comprender que nuestro país poco a poco va tejiendo un hilo muy delgado e incierto sobre la política nacional.

 

Los signos manifiestos de la lucha por la libertad de un pueblo milenario como el egipcio, el cual desde las épocas tempranas de su construcción cultural debió afrontar grandes retos humanos, no sólo por el complicado entorno geográfico del desierto (al cual supieron adaptarse gracias a los privilegios del mítico río Nilo) sino por las hordas invasoras que desde antaño desearon los enigmáticos secretos de un nivel de desarrollo tan envidiado y privilegiado. Un pueblo tan poderoso que poco a poco fue cayendo en las redes de la desestabilidad interna de sus gobernantes quienes fueron abonado el terreno de la decadencia para permitirle a otros poderosos y nacientes imperios el control absoluto de la tierra bendecida por Ra.

 

Y no se trata solo de los antiguos imperios esclavistas, o de los poderosos ejércitos musulmanes que lograron dominarla para configurar una nueva y exquisita cultura, sino a la sistemática invasión de los imperios europeos modernos que terminaron de golpear a la población de muy diversas formas. Con Napoleón Bonaparte y los británicos inicia el saqueo de toda su riqueza cultural y económica (en especial tras la construcción del canal de Suez) para finalizar con los últimos cuatro faraones de la modernidad, especialmente con Hosni Mubarak, aliado estratégico de los Estados Unidos.

 

Lo que ha vivido el mundo tras las revueltas en Egipto y Túnez, quienes lograron derrocar a sus gobernantes, es una victoria de un pueblo oprimido que ha decidido soltar sus cadenas para ser un modelo a nivel mundial y que ahora debe trabajar en la reconstrucción de su dignidad y su democracia. Solo recordar la fortaleza y la resistencia de los ciudadanos egipcios que durante aproximadamente tres semanas no abandonaron las calles con tal de despojar a su país de la corrupción, el despotismo y el capricho político de un hombre que veía a Egipto como su hacienda palaciega personal nos remite curiosamente a nuestra política nacional, la cual se viene gestando en los últimos años desde Rohrmoser.

 

El descaro político de hoy en Costa Rica genera un evidente sentido de impotencia, desesperación e ignominia, a la vez que degeneran los valores democráticos de los que tanto nos hemos jactado desde hace décadas. Los hermanos Arias, los “pseudofaraones ticos”, los sumisos a los intereses personales y transnacionales se han afincado en nuestro país desde hace más de veinte años, adquiriendo un poder cada vez más aberrante y ominoso, poder que desprecia la democracia, que la pisotea y la mancilla como a una vulgar ramera (y con respeto para ellas). Esos son los hermanos Arias, unos seres que juegan con la voluntad de los costarricenses, que transgreden la ley como si emanara de ellos un halo de luz divino que los convierte en seres intangibles e infalibles y que se burlan en la cara de las personas que dieron su voto de confianza por ellos.

 

Solo basta recordar los escándalos con las tierras del IDA, el caso Millicom, los nexos con el narcotráfico, las violaciones constantes y sonantes a la Constitución Política y sus intromisiones en los diferentes poderes e instituciones del Estado, así como los ahora sonados casos de corrupción con dineros del BCIE, y ni que decir del autoritarismo irreverente y prepotente que emana de su ego. Al parecer, los paralelismos son particularmente identificables.

 

Nuestro pueblo necesita el empujón. Estamos obnubilados, nos encontramos en el “largo sueño embrutecedor al que nos han sometido” como dijera algunas décadas atrás el Comandante Guevara. Las tensiones están creciendo, la pobreza oficial en aumento y de la real mejor ni hablar, las desigualdades cada vez más insolentes, la corrupción preocupantemente vista como parte de la cotidianidad, las violaciones a la ley y a la constitución lastimosamente habituales, lo que hace pensar que estos personajes pueden transgredirla y burlarla tranquilamente.

 

¿Cuántos son ciudadanos comunes y corrientes que pueden llamar a un ministro a su teléfono personal para pedirle alguna “asesoría” sobre un tema cualquiera? ¿Cuántos pueden utilizar la Asamblea Legislativa como oficina de prensa para justificar sus errores? ¿Cuántos se pueden burlar de los diputados en su cara al no asistir a un llamado de rendición de cuentas porque funcionarios públicos lo respaldan? ¿Cuántos pueden llamar a la procuraduría o a la contraloría porque les van a rematar la casa por falta de dinero para pagarla? Los últimos hechos dan la respuesta: solo dos.

 

El pueblo de Egipto es el modelo a seguir. La capacidad de lucha y la perseverancia dieron resultados. Han iniciado una ola que parece no acabará en los países árabes, los cuales ya están muriendo muchos más por la libertad, por la esperanza, por el ideal de un futuro mejor para todos. Ese es el ejemplo a seguir. Ese es el sueño de miles de costarricenses que ya están hartos, es el sueño de miles obligados a callar, es incluso el sueño de aquellos que no reconocen su situación de opresión. La bandeja está frente al pueblo, la decisión deberá ser tomada. Quizás tome más tiempo y más duros golpes, al final parece que serán los males necesarios para la concientización, pero ¿cuánto más será lo que debemos soportar?

 

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