De un pasado de sueños a un presente de pesadillas

José Solano Solano

6 de Febrero de 2018

Hace ya muchos años que apareció la serie de documentales de la BBC titulada “El poder de las pesadillas”. Un muy interesante bosquejo de lo que ha sido la política internacional en los últimos treinta años. Palabras más, palabras menos, lo que estos documentales plantean es que los gobiernos de antaño prometían sueños a sus gobernados, sueños de un mundo mejor, más digno, con mejores condiciones de vida. Sin embargo, en las últimas décadas esta política ha virado gravemente. Los políticos de hoy ya no prometen sueños, sino salvarnos de las pesadillas. En Estados Unidos, las pesadillas básicamente han sido dos: el comunismo y el fundamentalismo islámico. Sin embargo, el comunismo se combatía con las promesas del liberalismo capitalista, de la abundancia y la prosperidad, cosa que no ocurrió y ni falta que hizo pues el Muro de Berlín cayó dejando a Estados Unidos con un vacío de sueños rotos. Por esta razón es que tuvieron que inventarse un temible enemigo, poco comparable con aquel viejo demonio: el islam.

 

Antes de esbozar mis ideas, debo decir que rara vez escribo en primera persona, hoy es un buen momento para ello.

 

Han pasado solo algunas horas tras los resultados del proceso electoral costarricense donde ganó quien menos se esperaba: el candidato del partido cristiano protestante Fabricio Alvarado, un personaje claramente fundamentalista con un discurso de odio recalcitrante hacia la diversidad y los derechos humanos. Estos resultados, sin embargo, han desatado una serie de reproches y culpas, se buscan chivos expiatorios y se cazan brujas buscando a los culpables de tan terrible escenario. Que si la culpa es de los fundamentalistas o de los abstencionistas, de los que quebraron su voto, de la ignorancia, de la subestimación, de la esposa de Fabricio Alvarado, de los indecisos o de los muy decididos. Ciertamente es complejo hacer un esquema y buscar culpables en todo esto, pero veamos un poco la historia criolla para ver si nace alguna respuesta.

 

Lo que se apreció el domingo provocó una polarización clara y evidente entre la población. Esta polarización se diferencia de la acontecida con los años de lucha contra el TLC porque no se trata de un modelo económico, sino político ideológico. Quizás este conflicto creímos haberlo superado pero ha renacido con un nuevo cariz.

 

Recién entrada la independencia, Costa Rica estaba sumida en un conflicto político e ideológico frente a un problema intempestivo, sorpresivo y de posibilidades. En aquella época, liberales y conservadores se enfrentaron –como ocurría en el resto de Centroamérica– por el modelo de estado que se pretendía construir. Este proceso nos llevó a la primera guerra civil en 1823, lo cual enfrentó a las ciudades conservadoras de Cartago y Heredia en contra de las liberales San José y Alajuela. Esto era, evidentemente, una pugna por el poder, pero, además, por la forma como se administraría ese poder. Estas dos visiones de mundo chocaron en un hecho bélico absurdo y ridículo por tanto definía la independencia o la anexión a un imperio mexicano que llevaba un mes de desaparecido.

 

De ahí en adelante, será el liberalismo político el que dará la forma de estado primero y del mercado después con el cultivo del café y posteriormente del banano. Las lógicas contradicciones a lo interno de la clase gobernante conllevaron a varios procesos dictatoriales pero que siempre se rigieron por los signos del liberalismo económico. Salvo un fenómeno particular, la elección de 1889 que dio como vencedor al conservador Partido Constitucional Democrático de José Joaquín Rodríguez, de marcada tendencia católica. Esto reavivó aquella vieja tensión entre liberales y conservadores, pero como buen partidario del pragmatismo, Rodríguez se separó pronto de la iglesia y su política no tuvo mayores diferencias con sus predecesores y sucesores.

 

Más de cien años después y próximos al bicentenario, el antiguo conflicto renace. ¿Pero qué pasó? ¿En qué momento dejaron de vendernos sueños y todo se convirtió en una pesadilla de la cual debe salvarnos un partidario del liberalismo político y económico? Es difícil encontrar las causas ante la crisis y el caos, a ratos histérico, que está viviendo el país. No cabe duda que hay una masa bastante grande de costarricenses que tiene un pensamiento conservador y que se siente amenazada por un enemigo inexistente: el homosexual. Nótese, por tanto, que las pesadillas vienen de todos los flancos y lo que existe es el miedo. El miedo mueve la política y mueve el poder.

 

Miedo, pesadillas. El miedo vende, es muy rentable, quizás lo más rentable que existe. ¿A quién se le debe temer? Para los seguidores de Fabricio Alvarado y el sector que este representa, el miedo está en la diversidad, en las expresiones de amor libre y no heteronormado. El miedo está en el acceso al conocimiento científico y al derecho a elegir. El miedo está representado por una figura históricamente demoniaca para el cristianismo: la mujer. Por otro lado, para los opositores al fundamentalismo, el miedo radica en este cristianismo oscurantista, en esta nueva pesadilla de la cual es necesario liberarse, aunque el costo social y económico sea caro. No importa el riesgo, no importa un gobierno más de desfase económico, de la necedad sobre los impuestos, del garrote al trabajador, de la corrupción. Ahora el llamado es a liberarnos de la pesadilla, los sueños han quedado sepultados.

 

Y en esta hora del terror, los culpables. ¿Son culpables los conservadores? No. Estos ya existían, estaban ahí, una y otra vez derrotados desde hace casi doscientos años. Pero se han multiplicado tanto como la pobreza, la desigualdad y la indiferencia. Estos conservadores ya no están en las filas del catolicismo (lo que no quiere decir que no existan), sino que fueron acogidos por una doctrina aún más petrificada: el cristianismo protestante evangélico. Allá donde la iglesia católica se desligó de las comunidades y no propuso consuelo a las penurias, se instaló el templo evangélico. Y los Fabricios pulularon. Y hablaron en lenguas. Y cobraron diezmos redentores. Y obraron milagros cual temible combate de Titanes en el Ring. Pero estos solo necesitaban un liderazgo perdido, un pastor que seguir como buen rebaño. Ya no había pastores en los partidos que les ofrecían sueños, trabajo y una casita a cambio de voto. Ya no había pastores que les consolaran con reinos lejanos. Pero se acercaron otros pastores que prometían liberarles de la pesadilla de un mundo “sin dios” y “sin valores” (esos que parecen no estar en las comunidades olvidadas), y lograron ganar sus corazones y bolsillos.

 

¿Son culpables los abstencionistas? No. El abstencionismo en este país no es organizado. Los pocos que hicimos a un llamado activo de este no tuvimos ni el más mínimo impacto sobre la decisión final de los muchos que no votaron. El abstencionista promedio es el costarricense promedio: el resignado, el desilusionado. No le interesa absolutamente nada porque comprendió que la política tradicional y partidaria está corroída desde sus cimientos y llevan años de sueños falsos. Tanto es así que hasta las pesadillas les despreocupan. ¿Qué pasó entonces con los abstencionistas? Simplemente se plegaron a contemplar o a despreocuparse de una campaña electoral vacía de ideas, de proyectos, de soluciones. Y fue más bien ese abstencionismo el que evitó que Fabricio Alvarado ganara en primera ronda, así como la disolución del voto en un sin número de partidos que fueron salvataje, protesta y descontento al mismo tiempo. Por lo tanto, sería absurdo culpar a los abstencionistas tanto como a los múltiples partidos participantes que disgregaron los votos necesarios para que Carlos Alvarado ganase.

 

Lo que se siembra se cosecha. Si el PAC no ganó las elecciones fue porque existe un descontento, tanto con el voto conservador como con el progresista que, si le dio el voto esta vez, fue por el temor a la pesadilla del fundamentalismo, no por su rendimiento político en estos cuatro años que pasaron. El promedio del abstencionismo es continuo a lo largo de las últimas décadas, habría que culparse pues, a varias generaciones de indignados e indignadas por las políticas del liberalismo económico, lo cual sería insensato. Se demuestra, en estos dos últimos procesos electorales, que la política partidaria está en descomposición, y estos partidos se encuentran ante un posible elector que está en el limbo de la indecisión y de la apatía absoluta.

 

Por ejemplo, mi voto en Cartago no habría significado absolutamente nada pues el PAC ganó por amplio margen, tampoco habría sido decisivo para que ganara el FA o el PT, ni siquiera para que ganara el partido de Fabricio Alvarado (PRN). Culpables son, por tanto, quienes votaron o no votaron en Guanacaste, Puntarenas o Limón. Esta última provincia podría ser la mayor de las culpables, pues es la provincia más apática en las elecciones desde hace muchos años. Una provincia abandonada frente a las crisis naturales, sociales y económicas. Imaginen solo por un instante que el llamado al abstencionismo activo hubiese calado: verían comunidades organizadas, centros electorales vacíos, imposibilidad de ejercer el voto en estos lugares, comunicados nacionales e internacionales de desconocimiento del proceso y de toma de acciones políticas por su propia cuenta. Pero no, eso se llamaría revolución y lo que aquí existe es la oprobiosa apatía del costarricense.

 

¿A quién culpar entonces? Podríamos culpar a los partidos Liberación Nacional y Unidad Social Cristiana. Siempre puede señalárseles con un margen mínimo que induce al error. Podría culparse a estos partidos de podrir la política costarricense desde hace décadas. De crear feudos para el enriquecimiento y la corrupción a costa de las personas que han trabajado para hacerles ganar una y otra vez. Sí, se les puede culpar de desplomar un férreo bipartidismo que evitaba el surgimiento de estos fundamentalistas y de la disgregación del voto. Es más, puede acusárseles de ser la simiente de la enorme cantidad de partidos en los cuales se reparten los votos que ya no llegan al 40% necesario y de ser cómplices del crecimiento de estos partidos evangélicos. El abstencionismo prácticamente ha sido el mismo a lo largo de cinco décadas y por el bipartidismo ni se notaba que este existía.

 

¿Quiénes más son culpables? Claro. No pueden faltar los partidos de izquierda, siempre divididos y sin claridad discursiva para el costarricense promedio. Puede culparse a las organizaciones sociales, oenegés, ambientalistas, feministas, socialistas, comunistas, anarquistas, lgbtistas, sindicalistas y a todos los ismos más que tampoco han brindado propuestas y soluciones a los problemas cotidianos de las personas, a esos que se quedan en la comodidad de la oficina o el salón de clases o del hogar para escribir estas líneas. Totalmente desvinculados de la gente que busca como sobrevivir, haciéndoles huir a los brazos cálidos de una iglesia que les promete vida eterna a cambio de un poco de monedas.

 

Más allá de las culpas, pues todos y todas tenemos nuestra cuota, es hora de empezar a construir. Creo que este proceso que está por venir, traerá mayor unidad en la lucha social, mayor empatía y mayores posibilidades para limar asperezas y trabajar por objetivos comunes sin perder los principios de cada quien, que como decía Fidel Castro, estos se defienden con honor. Para aquellos del PAC que vieron llegar a su partido a segunda ronda, comprendan que no se debe al magnánimo candidato o proyecto que presentaron, sino que se debe a un “que me queda”, a una resignación por el mal menor. Ahora todas las posturas de izquierda empiezan a dirigir su mirada hacia el trabajo con la gente, en los barrios y comunidades. Es un gran reto volver a las experiencias del siglo pasado.

 

Lo que nos espera en la Asamblea Legislativa es más de lo mismo. Los mayores logros del PAC fueron izar una bandera en Casa Presidencial, girar unas importantes directrices a la Caja Costarricense del Seguro Social, continuar el proyecto de las guías sexuales de la Era Garnier y hacer una consulta a la CIDH. Pero la estrategia “políticamente correcta” no avanzó en temas trascendentales en materia de derechos humanos: estado laico, igualdad de derechos civiles para la diversidad, combate a la violencia contra la mujer, desmilitarización, entre otras. La política económica siguió su curso: se aprobó la Reforma Procesal Laboral, se atacó el empleo público y los salarios se congelaron, se fomentó la privatización del agua, se mejoraron las condiciones para el flujo del capital, la política tributaria se intentó (e intentará) imponer sobre el sector trabajador y no sobre el empresariado ni las transnacionales. Esta es la política del liberalismo capitalista en la cual todos están plegados sin importar el signo religioso que profesen o no.

 

Pongamos las barbas en remojo, que el don de lenguas no nos confunda y que, pase lo que pase, el combate a estos fascismos del fundamentalismo cristiano se convierta en nuestro objetivo. Nadie está solo en esta lucha. Voten si es lo que creen que solucionará el problema, pero recuerden que no solo el presidente domina la escena política. Los que más daño nos harán ya tienen su curul, hay viejos conocidos y nuevos por conocer.

 

El fascismo hoy se cierne sobre Costa Rica, no de la figura de quien todos y todas creían. El fascismo, como históricamente ha sucedido, se ha plegado al conservadurismo cristiano y viceversa. Un elector fundamentalista empoderado es muy peligroso, recuérdese lo sucedido en el estado de Virginia cuando un seguidor de Trump asesinó a una mujer en una manifestación antifascista el año anterior. Solo la unidad en la acción puede ponerle freno a cualquier retroceso en derechos humanos que se pretenda dar, así como a las políticas económicas que desde hace décadas nos están sometiendo a la esclavitud.

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