Deseducar en el sistema educativo costarricense

José Solano Solano

26 de Mayo de 2015

¡Atención! Este artículo puede que no sea para cualquiera, podría generar lagrimeo, náuseas o terror de solo pensar lo que en él está escrito. Si cree poder contener estas sensaciones léalo, de lo contrario cierre la página.

 

El sistema amolda, da formas bonitas a lo que considera feo, grotesco o incómodo. El sistema, ese terrible mal de quien todos hablan pero pocos analizan. ¿Pero qué es el sistema? Es el actual, el que cierne sus garras a través del Estado como mecanismo primigenio de opresión y que se deriva en numerosos tentáculos donde el educativo está entre los más importantes. Y sin embargo, más allá de las teorías de la reproducción de la perspectiva estructuralista (la cual es válida en su interpretación sistémica, mas no absoluta), el sistema educativo se plantea como perpetuador del statu quo pero, al mismo tiempo, como espacio de resistencia que debe ser comprendido y apropiado por los actores de la educación.

 

El Estado es un monstruo, los educadores lo saben bien, se enfrentan a él todos los días, desde los idealistas recién graduados, hasta los pesimistas absorbidos por la bestia hace tiempo ya. Sin embargo, el comprometido sabe que su misión es el cambio y no claudica. Pero, ¿y si lleva su radicalidad más allá? ¿Y si se atreve a corroer el sistema y desmoronar al Estado? ¿Qué tal si se plantea destruir, blasfemar y perturbar la sacra paz del Leviatán? ¿Por qué no llevar la transformación radical y absoluta haciendo praxis radical y absoluta? ¿Por qué no deseducar desde la rebeldía junto con los niños, jóvenes y adultos que resisten el absurdo, el caos, la ignorancia, la represión y la muerte?

 

Deseducar como consigna contra el poder

 

Destruir es el objetivo. Destruir todo lo que el Estado dice que es bueno. He ahí un primer fundamento: si la bestia ve algo agradable, implica que realmente no lo es. Quitarse la venda de los ojos sobre lo que se considera correcto, sano, bueno y ordenado es la primera tarea. El Estado aborrece todo lo bello, lo creativo, lo libre. Ante este panorama sombrío, es necesario crear nuevos valores: solidaridad, libertad, amor, vida. Si se plantea la destrucción para luego construir, ya hay un paso adelante. ¿Qué sigue? Negación.

 

Negar el sistema educativo y sus instrumentos alienantes. Al final de todo, ¿cuál es la razón de la educación que se plantea alternativa? ¿Para qué estudió tantos años? ¿Acaso no era para cambiar el mundo? “Si buscas resultados distintos, deja de hacer siempre lo mismo” dijo Albert Einstein. Sin embargo, para un ser de costumbres, plantearse el cambio, a veces, se convierte en síntoma de ansiedad y miedo. El confort es sencillo, aunque implique la propia deshumanización. Si se desea un resultado diferente, esto es: la transformación de la sociedad, lo lógico sería hacer lo radicalmente opuesto a lo establecido.

 

Negar el sistema educativo implica la negación de su propia naturaleza; negar la autoridad, la opresión, los métodos, la disciplina, las reglas. Es negar la escuela y por tanto, negar su estructura simbólica y represiva. Así, esta negación conlleva irremisiblemente a una nueva “pedandragogía”, implica la reformulación constitutiva, la razón de ser del hecho educativo mismo. Esto solo podrá lograrse en un ámbito de igualdad, de libertad, de corresponsabilidad entre los autores de la educación, donde se exalten los intereses individuales y colectivos.

 

¿Cómo lograr esto en las entrañas del monstruo? Esta es la pregunta fundamental y tiene una respuesta. La construcción de un mundo nuevo conlleva acciones nuevas. La destrucción del Estado implica su desmoronamiento interno. El nacimiento de mujeres y hombres libres conlleva educadores conscientes, que se vislumbren nuevos (para obtener resultados diferentes), para acompañar a otros en su búsqueda por la libertad. Esto solo se logra en la praxis educacional, dialógica, comprometida, radical.

 

La experiencia dicta lo que debe hacerse: lo correcto o lo que pide el sistema. Y lo que ese sistema pide es evaluar de acuerdo a logros y competitividad, es otorgar un número y una clasificación a un ser humano. Evaluar es simplemente trasladar la maquila industrial al salón de clase, con capataz incluido. Es coartar la creación y la libertad cuando no se sigue el proceso señalado. Es aplicar un examen para cumplir un objetivo: memorizar. Ante esta fatalidad, la propuesta: ¿para qué evaluar?

 

Así, ¿para qué evaluar? ¿Qué es ese sin sentido? Lo que interesa es el cumplimiento de objetivos, ¿cierto? ¿No encierra esto una carencia en el educador y una necesidad del sistema económico en general? Al final del viaje, los objetivos simplemente se plantean con la intención de asumir los roles sociales futuros dentro de la producción. El educador se entrega de brazos abiertos al sistema y demuestra su falta de compromiso social real. Mejor dejar de evaluar y listo, y mejor aún, desmorone, haga polvo los cimientos del edificio sádico e insensato del Estado.

 

Algo más de lo que dicta la experiencia


Puesto que el educador comprometido se desenvuelve en el sistema, conoce perfectamente a la bestia y ha aprendido a doblegarla sutilmente. Pero este monstruo es peligroso. ¡Alto! No deje de hacer exámenes. Hágalo, no deje de hacerlos. Ponga la dinamita en otro espacio, escupa al Estado donde más duele, en su salón de clases, fuera del “ojo que todo lo ve”. Plantéese las siguientes propuestas maquiavélicas. Razónelas, pueden ser aplicables a su praxis radical y revolucionaria “pedandragógica”.

 

¿Qué tal si deja de hacer rúbricas, tablas de cotejo o esas tablillas con evaluaciones cualitativas (malo o bueno) o cuantitativas (de 1 a 5 donde 1 es deficiente y 5 es excelente)? ¿Y si hace un examen solo para salir del paso, de una o dos hojitas, con el mínimo de puntos que le piden, de revisión fácil y rápida, al menos “para despistar”? Hágales una guía de preguntas y que se la aprendan de memoria y listo, ya tiene el contenido del examen. ¿Y por qué no deja de hacer trabajos extraclase o, mejor aún, que escriban un ensayito de un tema trascendente y lo debaten en clase, sin rúbricas ni pendejadas? ¿Más significativo no? ¿Qué tal si deja de ordenar su clase en filas y se sientan en círculo o salen del encierro? ¿Qué tal si usted se sienta con los estudiantes como uno más y se pierde entre ellos como un igual? ¿Para qué agobiarse con tanta tramitología tecnocrática que no sirve para absolutamente nada? Haga lo mínimo, cúmplale al Estado con los requisitos, pero desgárrelos cuando no lo observa. Y luego, humanícese con esos otros seres que están con usted a diario.

 

¡Sodoma y Gomorra! -dirán algunos. ¿Pero qué es todo ese caos descrito? Probablemente sea esta la pregunta que surge mientras se recupera de la hiperventilación provocada por leer estas líneas. Y es que ser dios da poder. El educador-dios se complace de “formar” personas (¿O máquinas?), mientras se degrada su humanidad (pues se deifica) en la espera de un salario. ¿Por qué mejor no ser el educador-diablo? Sí, suena tentador. El educador-diablo que deforma, que rompe las reglas alienantes y opresoras, que destruye mientras co-construye un mundo nuevo, que siembra el terror de la transformación, del ser más, de la humanización, de la libertad, del apoyo mutuo. ¿Por qué no convertirse en ese perverso ser que deja de idolatrar al Leviatán, con sus himnos, su nacionalismo, sus banderas y actos cívicos, con sus cadenas y su sodomita sinfonía de sangre y muerte? ¿Por qué no hablar de derechos humanos en clase y construirlos cotidianamente en libertad y amor? ¿Por qué no aprender a aceptar las diferencias, a respetarlas, a amarlas y valorarlas? ¿Por qué no entablar el diálogo fraterno, sincero, crítico, de rompimiento, con esos otros seres humanos que están en esa clase?

 

Claro, lo anterior es peligroso, por supuesto. El Estado está vigilante de que el educador haga todo lo contrario, de que se comporte, de que “adore en espíritu y verdad al Estado y la autoridad”, de que se venere a sí mismo como dios-educador, de que cante el himno y ondeé la bandera mientras llora por la victoria de la Selección Nacional. El monstruo está pendiente de que la función docente sea “formar buenos ciudadanos”, amantes de la patria, respetuosos de la ley, la propiedad y la autoridad. Mientras tanto, este texto le propone, más bien, la deformación de personas, la deseducación, ergo la humanización y la dignidad. El Estado buscará aplastar cualquier signo de libertad, de igualdad, de autodeterminación, de solidaridad, de creación viva. Usted podría convertirse en un peligro para el desorden establecido y ojalá que así sea.

CONTÁCTENOS

equipocritica@gmail.com

PUBLIQUE EN EquipoCritica.org

redaccion.equipocritica@gmail.com