Disertaciones en torno al conflicto palestino-israelí

José Solano Solano

27 de Julio de 2014

¿cómo pudo la posesión convertirse en propiedad por el lapso de tiempo? Haced la posesión tan antigua como queráis, acumulad años y siglos, y no conseguiréis que el tiempo, que por sí mismo no crea nada, no altera nada, no modifica nada, transforme al usufructuario en propietario.

 

Proudhon [1]

 

Introducción personal

 

Antisemitismo, podría alegarse, claro que sí. Antisemitismo recíproco diría yo. Antisemitismo cristiano, no cristiano, occidental. Es antisemitismo puro, de todo esto hablaré si el estimado lector se toma un rato de su tiempo para acompañar las interpelaciones que a continuación honrará.

 

He tenido la oportunidad de leer durante estos días mucho de dos posiciones encontradas: proisraelíes, propalestinos. Esta circunstancia especial me ha provocado sin sabores, me ha provocado angustias, me ha provocado callar hasta este momento. Es importante analizar bien la información, ser crítico de ella, venga de donde venga. Así he tomado las conclusiones que se esbozarán a lo largo de este texto.

 

Quizás se me vaya a hostigar con el dedo acusador, quizás se me pueda señalar de alguna forma. Quizás diga verdades que no se quieran escuchar o bien mentiras imposibles de comprobar, cuyo único fin sea generar intrigas sobre mi posicionamiento frente a este histórico conflicto, frente al mundo y frente a mis convicciones. Mas las personas que me conocen, que siguen mis humildes e ignorantes publicaciones, sabrán de mis intenciones, de mis sentimientos más profundos ante el sistema en que nos ha correspondido vivir en esta circunstancialidad que se llama vida. Espero que, quien haya decidido leer completamente esta pequeña disertación, tome de su sabio juicio la prudencia para afrontar la realidad que envuelve este conflicto entre dos pueblos hermanos y el grotesco sistema mundo que habitamos.

 

El semitismo como fundamento cultural

 

Los pueblos que, en general, habitan el famoso “Oriente Medio” tienen una raíz histórico-religiosa común: el semitismo. Este concepto refiere exclusivamente a los descendientes de Sem, uno de los tres hijos de Noé. Sin embargo, fue el descendiente de Cam, Canaán, quien pobló la llamada “Tierra Prometida”. A pesar de esta situación, será Esaú, hermano de Jacob (posteriormente Israel) quien se mezcle con las mujeres cananeas, mezcladas con ismaelitas (árabes).

 

Tanto Isaac como Ismael son semitas, puesto que son hijos de Abraham, descendientes directos de Sem, hijo de Noé. Por tanto, israelitas y árabes mantienen un parentesco histórico-religioso, incluso por la relación antes mencionada de Esaú, hermano de Jacob, con las cananeas (que, como se vio, también descienden de Ismael, que igualmente se mezcló con cananeas).

 

¿Qué se pretende con esta exhaustiva explicación? Simple: develar la verdad sobre el semitismo y su antítesis. Es, por lo tanto, bastante ingenuo pensar que el antisemitismo se manifieste exclusivamente en contra de la descendencia de Isaac y Jacob, es decir, los judíos. Más bien, este se manifiesta también hacia los hijos de Ismael, los árabes, quienes luego fundarán el Islam en el siglo VII de la era cristiana.

 

Es por ello que aquí debe hablarse de un antisemitismo recíproco, al igual que un antisemitismo cristiano en contra de ambos pueblos abrahámicos. Sin embargo, más adelante se profundizará en estos dos supuestos históricos culturales, por ahora es importante retornar a las raíces del conflicto desde su fundamentación religiosa. Aquí nacen los mitos fundacionales y legitimadores de la ocupación de la “Tierra Prometida”, según los postulados bíblicos.

 

Israel y Palestina. Cuando un dios metió la cuchara

 

Habría que comenzar con un principio fundamental de quien escribe estas palabras: la religión, más que el opio de los pueblos, es su desgracia. Evidentemente, las percepciones del mundo antiguo, en su ininteligibilidad, buscaron explicaciones causales fuera de la realidad material. Este mundo metafísico vio nacer las divinidades mitológicas y vigentes sobre el porqué de las cosas. Pero no solo eso, también se desarrolló paralelamente una sociedad de tipo patriarcal. Este último punto alguna vez fue tratado [2], por lo tanto, se abarcará más que todo la raíz del conflicto.

 

Si ha de remitirse a los fundamentos religiosos de este punto del espacio geográfico en discusión, podría partirse de las realidades no contadas por la Biblia. Así pues, lo que hoy se llama Palestina, realmente se conocía con el nombre de Canaán. La cual abarcaría desde la costa Mediterránea hasta las circunscripciones dominadas por las culturas mesopotámicas, en los valles del Tigris y el Éufrates.

 

Como pudo notarse en el apartado anterior, Canaán es la “Tierra Prometida”. Sobre el nombre Palestina, existen diversas fuentes etimológicas que al respecto se abordarán más adelante. Por ahora, es fundamental empezar esta historia con Abraham, quien vivía en Ur de Caldea (Mesopotamia).

 

Aquí parece ser que un dios, posiblemente El o Elhoim (una divinidad cananea, padre de Baal, el becerro de oro), habló a Abraham para que partiera de Ur, esto queda manifiesto en el siguiente pasaje: “Entonces el Señor le dijo: "Yo soy el Señor que te hice salir de Ur de los caldeos para darte en posesión esta tierra"” (Gen XV, 7). Según algunas traducciones, tal es el caso, se muestra claramente el carácter politeísta de Abraham, cuando se refiere a que este dios es uno de tantos, pero es este en especial, quien hizo un pacto con él; mas no se profundizará en estas cuestiones.

 

Cuando Abraham llega a Canaán, esta tierra ya estaba habitada por otras personas: los cananeos. Sin embargo, la coexistencia pacífica fue la norma. Realmente Abraham no se asentó en el lugar y esto se explica por su práctica nómada pastoril. Partió hacia Egipto y luego regresó después de algunos incidentes. Su hijo Isaac mantendrá la misma práctica en torno a Canaán y los cananeos. A diferencia de ellos, Jacob sí será más intolerante y la prohibición de su padre será no mezclarse con las mujeres cananeas. Tal y como se vio líneas atrás, en oposición a esta norma, Esaú sí lo hará.

 

Así, se pueden encontrar una serie de pactos y maldiciones por parte del dios abrahámico y los ungidos. Primero será con Noé (Gen IX, 1 y 24-25), posteriormente con Abraham (Gen XVII, 19; XXII, 16 y 17), Isaac (Gen XVII, 16; XXV, 11), Ismael (Gen XXI, 18) y Jacob (Gen XXVII, 28 y 29). La Biblia está cargada de esta serie de eventos entre la divinidad y el patriarca, heredados, según parece, de la tradición amorita de la Alta Mesopotamia, lugar de donde probablemente provenía Abraham antes de asentarse en Ur y que al llegar a Canaán, se asimiló perfectamente con los cultos similares que ya existían ahí.

 

Si la historia es cierta, por tanto, Yavéh (El o Elhoim) establece una alianza con Abraham y su descendencia por dos vías distintas, la israelí y la ismaelita (cananeos incluidos, luego absorbidos por esta). Parece ser que quien se asentaría de forma más permanente sería Jacob hasta que parte con sus hijos hacia las tierras de Gosén, en el delta del Nilo, en Egipto. El retorno será cuatrocientos cincuenta años más tarde en lo que se conoce como el Éxodo de los hebreos hacia la “Tierra Prometida”. Se puede decir que es desde este autoexilio en que nace la nación israelí como tal y en la aventura por el desierto, la religión judía, por primera vez monoteísta según las tablas de la ley mosaica (Ex XX, 3).

 

Puesto que Moisés no pudo ingresar a la “Tierra Prometida”, será Josué quien lo haga con la ayuda de Yavéh. Sin embargo, como en las ocasiones anteriores, esta tierra ya se encontraba habitada por multitud de pueblos, mas esto no fue impedimento para el guerrero y su dios, esto se denota cuando “Josué dijo a los israelitas: "Acérquense y escuchen las palabras del Señor, su Dios". Y añadió: "En esto conocerán que el Dios viviente está en medio ustedes, y que él expulsará delante de ustedes a los cananeos, los hititas, los jivitas, los perizitas, los guirgazitas, los amorreos y los jebuseos"” (Jos III, 9 y 10).

 

Como es obvio, no fue Dios quien expulsó a estos pueblos para ocupar sus tierras, sino Josué, tal y como queda evidenciado en el siguiente pasaje: “Delante de los israelitas cruzaron los rubenitas, los gaditas y la mitad de la tribu de Manasés, equipados con sus armas, como lo había dispuesto Moisés. Eran cerca de cuarenta mil guerreros adiestrados, que avanzaban delante del Señor, preparados para combatir en la llanura de Jericó” (Jos IV, 12 y 13).

 

Sin embargo, no todos pudieron ser expulsados, quedaron los filisteos en una pequeña franja de tierra conocida actualmente como Gaza. La derrota final quedará en manos de David cuando tome Jerusalén y finalmente, los pocos que quedaron, serán finiquitados por Sargón II de Asiria. Es importante, pues, ahondar un poco más en torno al nombre Palestina con el fin de buscar sus raíces históricas de cara al siglo XX.

 

De Filistea a Palestina

 

Los llamados “Pueblos del Mar” llegaron hacia el siglo XII a. C. a la región de Canaán, estableciéndose sobre la costa mediterránea. Provenientes del mar Egeo, Micenas principalmente, poco a poco empiezan a mezclarse con los cananeos, asimilando la cultura pero manteniendo rasgos propios, aunque poco a poco más tenues. Lo correcto, en este caso, sería tomar las acepciones hebrea, latina y griega para explicar el origen de la palabra y dilucidar un poco el trasfondo histórico de las personas que habitaron esta región.

 

Una vez que estos pueblos del mar se asentaron en la costa mediterránea, tras conflictos con los egipcios cuando dominaron la zona, los llamados filisteos lograron desarrollarse en pequeñas ciudades-estado. Las fuentes judías incluso dan razón para asimilar el nombre Filistea con el de Palestina. [3]

 

Esto parece tener mucho sentido. La palabra Filistea deriva del latín Philistinus [4] y del hebreo P'lishtim, la cual significa invadir o migrar. Por lo tanto, la asimilación con respecto a los migrantes “Pueblos del Mar” tendría total sentido. En el caso del latín, el nombre derivaría desde el año 135, cuando las rebeliones judías sean aplacadas por las legiones romanas, transformando el nombre de la provincia llamada Judea al de Siria Palestina, derivado de Filistea. Heródoto por su parte, ya desde el siglo V a. C., hace referencia a este nombre, aunque probablemente lo confunda con toda la región de Canaán.

 

Lo que sí queda claro es que toda esta región, tras el advenimiento de los filisteos desde el Egeo, permitió la interacción constante entre estos y los demás pueblos que habitaron la región de Canaán. Las mezclas étnicas no se harían esperar, tanto así que asimilarían muy tempranamente las nuevas divinidades, tal es el caso de los dioses cananeos Dagon (El o Elhoim) y Baal. Esta mezcla étnica sería igualmente sociocultural.

 

Palestina, por tanto, en su concepción etimológica e histórica, nace desde que los “Pueblos del Mar” se asentaron en la región y se transculturizaron con los cananeos (principalmente con aquellos mezclados con ismaelitas o árabes). Mas la proliferación del nombre Palestina sí debe dirigirse hacia el Imperio Romano, mismo que pasó a designar la zona en cuestión hasta el día de hoy.

 

Una diáspora milenaria

 

Sobra recordar que los judíos han tenido una historia bastante turbia cuando se ha tratado de encontrar un lugar estable para vivir. Las razones de ello son complejas en algunos sentidos, en otras son más fáciles de explicar.

 

Un pueblo que empezó siendo nómada y que al asentarse donde aquel dios cananeo le dijo a Abraham que debía hacerlo, estaba para ese entonces habitado por numerosos pueblos que convivían sin mucho mayor problema que el peligro ante los grandes imperios de la época. En su momento, tanto Abraham como Isaac se mantuvieron en constante movimiento entre Canaán y Egipto; con Jacob ocurriría lo mismo, pero entre Mesopotamia y Egipto.

 

La estancia de cuatrocientos cincuenta años en Egipto provocó el surgimiento de un nacionalismo hebreo, mismo que tomó su forma más violenta con la invasión a Canaán por parte de Josué, según se analizó líneas atrás. Posterior a eso, se da un periodo que buscaba la consolidación territorial por medio del centralismo político-religioso, hasta la famosa deportación a Babilonia. Con el retorno a Canaán, gracias a Ciro el Grande, Israel pasa a ser una semicolonia persa, hasta que Alejandro Magno conquista la región, estableciendo el helenismo hasta las luchas de liberación macabeas en el siglo II a. C. Sin embargo, este periodo no tardará mucho debido a la ocupación romana, iniciando en el año 70, posterior a los sucesos rebeldes de Masada, la diáspora hebrea. A partir de aquel entonces se dispersarían por todo el mundo antiguo, medieval y moderno, siendo perseguidos constantemente, tanto por el Islam como por el cristianismo.

 

Palestina en el XX

 

A pesar de que los judíos en diferentes partes de Europa, excepto Rusia, empezaron a adquirir la ciudadanía, las persecuciones continuaron. Poco a poco empiezan a trasladarse nuevamente hacia la “Tierra Prometida” desde mediados del siglo XIX. El poder económico de muchos les permitió ir adquiriendo propiedades en la Palestina del Imperio Turco Otomano, otras veces lo hicieron por medio de migraciones ilegales.

 

Ya en medio de la Primera Guerra Mundial se llevan a cabo dos tratados fundamentales: el Sykes-Picot (1916), entre Francia y Gran Bretaña para repartir los territorios del Imperio Otomano; y la Declaración de Balfour (1917), en la cual Inglaterra promete al Movimiento Sionista Internacional un estado israelí. Los árabes seguían siendo una abrumadora mayoría. Con el fin de la Gran Guerra, Gran Bretaña toma el territorio y lo transforma en el Mandato de Palestina, lugar donde los ingleses pretendían establecer un territorio para judíos a la vez que esperaban la sana convivencia con los árabes, cosa que no ocurrió, presentándose los primeros sentimientos antisionistas durante la década de los años veinte del siglo anterior.

 

Inglaterra no pudo contener el problema. Intentó por un lado frenar la migración judía y por otro lado la promovía. Con los sucesos del Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial, la justificación para la consolidación de un estado israelí tomó forma. Ya Estados Unidos, desde 1945, se sumaba a la causa judía. Así las cosas, en 1947, por resolución de la ONU, se creaba el Estado de Israel. El Mandato de Palestina acabó el año siguiente sin que se pudiera conciliar a los árabes que desde hacía siglos habitaron el territorio.

 

Auto-anti-semitismo y antisemitismo cristiano. El trasfondo económico de lo religioso

 

Después de este largo recorrido histórico, lo que empieza a ocurrir desde la segunda década del siglo veinte hasta el día de hoy, ha encontrado un antisemitismo recalcitrante. Tras la conceptualización de esta palabra en su sentido más amplio, el lector puede notar como se ha desarrollado un vaivén de sentimientos xenófobos entre uno y otro grupo, la razón de esto es peculiar sobre todo durante el siglo diecinueve: los nacionalismos.

 

Si bien se demostró que el nacionalismo hebreo es sumamente temprano por las circunstancias propias de su historia, el caldo de cultivo para que tomara fuerza, al igual que del lado árabe palestino, son los nacionalismos de tipo liberal posrevolucionario franceses. La idea de la conformación de un Estado democrático burgués era atractiva para todos los pueblos europeos que gozaban de características identitarias propias. Esta idea se exportará con mucha rapidez por el resto del mundo.

 

Así, entrado el siglo XX, la idea de la instauración de un estado sobre un pueblo totalmente distinto (pero con un pasado histórico-religioso común), agradó poco a los islamistas de la zona. Esta distención fue mal vista por los países que rodean la región palestina, tal es el caso de Siria, Egipto, Irak y Jordania, posteriormente también el Líbano. Esto permitió la floración de grupos radicales yihadistas que no deseaban la presencia judía en la región, muchos de ellos alimentados por países extremistas como Arabia Saudita.

 

Esto hizo surgir un antisemitismo árabe en contra de los judíos, mismo que fue respondido de igual forma por los radicales sionistas. Aquí debe hacerse un hincapié: las relaciones entre la población civil, si bien se ven empañadas por estos nacionalismos religiosos exacerbados, hacen que la convivencia ocurra entre los ámbitos de la regularidad, hecho que no debe generalizar las acciones de los grupos extremistas de uno y otro bando.

 

Los radicales son antisemitas entre sí. Tanto sionistas como yihadistas buscan la forma de acabar el uno con el otro bajo los pretextos de la ocupación de uno y del otro, lo que hace radicar el problema en la tierra. No es un interés real sobre el bienestar general o por lo que Yavéh o Alá hayan dicho, la razón de fondo se llama tierra, así como la necesidad de legitimar la figura del Estado frente al otro y por tanto, lograr su reconocimiento ante la comunidad de estados internacionales.

 

A esto se le suma el antisemitismo cristiano, primero el que predominó desde hace siglos en contra de los judíos, supuestos responsables de la muerte de Cristo (cuestión que es falsa, sobra recordar el tipo de muerte que recibió Jesús). Por otro lado está el nuevo enemigo virtual del mundo cristiano, principalmente de los fundamentalistas neoconservadores estadounidenses: el terrorista islámico. [5]

 

El antisemitismo estadounidense en contra de los árabes tiene un trasfondo claro: el petróleo, la posición geoestratégica militar y el control hegemónico de la región sobre potenciales enemigos reales: Rusia o China. Esta situación especial ha hecho que, con la caída del otrora enemigo comunista junto al Muro de Berlín, se viese la necesidad de configurar un nuevo chivo expiatorio, aunque se trate de sus propios aliados (Arabia Saudita) o sus mejores elementos entrenados por ellos mismos (Osama Bin Laden).

 

De igual forma se presenta un antisemitismo judío por parte de la opinión internacional, incluso de los posicionados a la izquierda del espectro. Y sí, los medios de comunicación influyen en ello. Tanto los grandes medios de comunicación como los alternativos, se suman a un juego fatal: presentar al judío o al palestino como el enemigo, como el malhechor. Porque no solo se trata de los horrores que provoca el Estado Israelí por medio de bombardeos indiscriminados (aunque tengan el “humanitarismo” de avisar previamente) en contra de sitios públicos. Eso se llama terrorismo. Sino que también se trata de lo que rápidamente se olvida, o de lo que intencionalmente se oculta: presentar extremistas islámicos como bienhechores en este proceso obviando atentados contra civiles. Todo el mundo olvidó lo que sigue ocurriendo en Siria o en Irak, o las violaciones in fraganti de los Derechos Humanos en Arabia Saudita. Ahora la opinión pública gira sus ojos al terrorismo israelí y se olvida del islamista. Y sin embargo, se debe clarificar que la desproporcionalidad del suceso es lo que realmente corroe la indignación, puesto que Israel sobrepasa en fuerza, y por mucho, a los grupos yihadistas árabes. Pero esto tampoco es justificación, nada realmente justifica lo que ocurre en Palestina. Ambos bandos son deplorables: manipulan a su gente, manipulan la información que presentan los medios y estos se prestan para su juego de mercadeo mediático.

 

El peor enemigo en todo esto es la guerra, la cual guarda los oscuros intereses de las potencias imperialistas. Ni a Estados Unidos ni a Rusia le interesa realmente lo que ocurre en esta región, no les interesan las imágenes de niños muertos, de bombardeos, de coches bomba, de grupos terroristas o soldados, que a final de cuentas es lo mismo. Su interés es ver su autodestrucción para ocupar en su momento aquel lugar y controlar definitivamente las reservas de hidrocarburos o de elementos radiactivos o mercados para su industria.

 

La razón última del conflicto: tierra vestida de religión

 

Como ha podido notarse hasta este punto, la razón del conflicto se ha visto empañada por el tema religioso. Esto tiene un fundamento lógico: la religión patriarcal nace en conjunto a la apropiación de la tierra [6]. La función mágica es el mito fundacional de la apropiación del suelo, sea por ocupación primitiva, sea por derecho divino. Lo cierto es que este histórico conflicto siembra sus raíces sobre la necesidad de tener un espacio vital, de desenvolvimiento egoísta, sea de quien busca usurpar, sea de quien habita el lugar.

 

La tierra, como fundamento productivo para la riqueza, se convirtió en el elemento de discordia entre dos pueblos emparentados. Un aventurero que vio la necesidad de salir de su país de origen para habitar una tierra que un supuesto dios cananeo le había prometido, pero que no estaba deshabitada, y que su descendencia no pudo compartir, porque había sido otorgada por mandato divino. Y una descendencia que tampoco ha podido vivir con otros considerados infieles, según las palabras de su profeta divinizado.

 

He aquí la razón de la putrefacción tan perversa que es la religión. Porque no se trata del efecto tan repulsivo que provocó en el pueblo hebreo, magnificado con el advenimiento del judaísmo. Se trata también del islamismo. En esto no hay diferencia. Unos porque su dios les dijo: mata y ocupa; otros porque su dios les dijo: mata y desocupa. Al final, el sustento que se encierra en esta dantesca imagen auto-antisemítica de las últimas décadas, descansa en libros sagrados que fortalecen ideas centradas en el origen de las desigualdades: la apropiación de un bien de todos como lo es la tierra. He aquí el patetismo de esta historia. He aquí la estupidez de personas empoderadas por sus iguales, que son ineptas, mentirosas, incapaces e imbéciles para tomar decisiones, que solo mandan a matar como si se tratara de pedir un menú en el restaurante.

 

Una conclusión muy personal

 

He leído las posturas de ambos bandos. No me convencen. He visto las imágenes de niños muertos, muchas que había compartido cuando se daban los sucesos en Siria. Son grotescas y espeluznantes. Decidí no compartirlas ni verlas. Sé lo que hacen los sionistas en contra de inocentes. Sé lo que hacen los yihadistas en contra de inocentes. Sé de la indignación de la izquierda, sé de la indignación de la derecha. Sé de la indignación de la gente de a pie que no comprende realmente el asunto político, económico y religioso que está detrás de todo esto, pero que sabe, por una gota mínima de humanidad, que eso que está ocurriendo está mal; sea del que se pone una bomba, sea del que ataca con un F-17.

 

Grotesco y absurdo es este conflicto. El verdadero revolucionario debería actuar. Yo debería actuar. Debería colaborar para liberar a aquellos oprimidos que están en el fuego cruzado de dos bandos asesinos que solo luchan por el poder. El revolucionario debe dejar los fundamentos nacionalistas liberales y apostarse del lado de las víctimas, de los oprimidos por la fe y la política oficialista. El revolucionario debe aborrecer el sionismo, aborrecer el yahadismo. Ambas pestes oscuras de la raza humana, como tantas otras que obnubilan las conciencias.

 

No les creo a los proisraelíes. No les creo a los propalestinos. Sólo le creo a esos trabajadores que están muriendo, le creo a esos niños y ancianos asesinados a través de la historia, le creo a esas mujeres que ven sus hijos partir a una guerra. No creo en las argumentaciones que se ven en los medios de comunicación, ni a la verborrea del político. Le creo solo a los que luchan por liberarse, lejos de cualquier fundamento o fundamentalismo religioso, lejos del sionismo o del yihadismo o del conservadurismo, lejos del judaísmo o del islamismo o del cristianismo. Todo eso es basura que ha degenerado históricamente en guerras, horrores y muerte aberrante. Todo eso es justificación de sometimiento, de destrucción, de egoísmo, de desigualdad, de apropiación, usurpación, robo de lo que la sociedad ha construido en conjunto.

 

Le creo al que muere dando su vida por la libertad, suya y de otros. El que muere dando su vida por un mundo mejor. El que muere por su familia. Le creo también al que está encadenado a esos yugos del ostracismo provocado por la religión y el gobierno de los que ostentan las riquezas. Le creo al que no teme entregarse por otros. Le creo al que ve partir a su familia, mientras esperaba vivir en paz. Religión, Estado, nacionalismo y propiedad de la tierra: desgracia de los pueblos, justificantes de la sangre, legitimadores de la violencia por el sometimiento.

 

Pero que quede claro. En este momento estoy con cada palestino muerto, sea culpa del terrorismo israelí, sea culpa del terrorismo árabe, sea culpa del terrorismo imperial de Estados Unidos o de Rusia o de quien sea. Estoy con cada víctima siria, iraquí, ucraniana o de cualquier punto de la esfera terrestre. Estaré con cualquier víctima israelí, estadounidense, rusa o europea cuando caigan por el fetichismo religioso o por el dogma del Estado, la ley y el gobierno.

 

Palestina no es de nadie. Palestina y cada espacio geográfico del planeta es de todos.

 

Ni un cuchillo ni un rifle para nadie:

la tierra es para todos,

como el aire.

[...]

Cogería las guerras de la punta

y no dejaría una en el paisaje

y abriría la tierra para todos

como si fuera el aire...

 

Jorge Debravo

 

Notas

 

[1] Proudhon, Pierre Joseph. 2001. ¿Qué es la propiedad? CGT, p. 67.

[2] Solano, José. 2013. Masculinidad y parrillada. En: http://www.equipocritica.org/reflexion-editorial/editoriales-anteriores/masculinidad-y-parrillada/

[3] Bel Ventura, Jaime. 2010. El origen del nombre de Palestina. Blog Patria Judía. En: http://bajurtov.wordpress.com/2010/04/04/el-origen-del-nombre-de-palestina/

[4] Latinlexicon.org en: http://latinlexicon.org/definition.php?p1=2044789

[5] Sobre esto hay un trabajo en proceso de publicación en una revista académica de la Universidad de Costa Rica. Al ser un trabajo inédito acaso se citará el título: Solano, José. 2013. El concepto de terrorismo en la escuela. Desenmascarando el discurso oficial para romper los mitos reproducidos en el aula.

[6] Ver Solano, José. 2014. Cuando hicieron suyo el fuego. En: http://www.equipocritica.org/reflexion-editorial/editoriales-anteriores/cuando-hicieron-suyo-el-fuego/ 

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