Educación, Política y Universidad. Una Mirada desde el Contexto Costarricense

José Solano Solano

21 de Diciembre de 2010

Por décadas se ha valorado profundamente la labor académica e investigadora de las universidades públicas de nuestro país. No cabe duda que su trascendencia social, política y económica ha calado hondo en la construcción del Estado, sobre todo como dirigente y abanderada de luchas y conquistas sociales, así como de opositora a nefastos proyectos que han querido ser implantados desde las altas esferas de la política nacional.

 

Solo dar un recorrido por los años setenta con las luchas contra ALCOA, o más recientemente contra el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, nos dan una clara lucidez de la importancia y significado que ha perdurado en el imaginario colectivo sobre el papel histórico de los centros de educación superior públicos de nuestro país.

 

Sin embargo, paralelamente a estos procesos de debilitamiento social, se va afianzando, poco a poco, un nuevo rumbo en la educación universitaria, más orientada hacia la productividad, la competitividad y la inserción al mercado de trabajo. Esto plantea un dilema sobre la función real de la universidad como espacio de análisis, discusión y cambio.

 

La educación y la política son una sola. La educación como sistema se impone con fines políticos. No en vano, Althusser se refería al “aparato ideológico del Estado”, viendo a la educación como un instrumento de reproducción del sistema político, económico y sociocultural del poder opresor, y por ende, como un mecanismo de control social para mantener el statu quo. Es así como se vislumbra el papel de las universidades en los procesos históricos, como formas de oposición al pensamiento oficial que buscan alternativas encaminadas hacia la constante reconstrucción del Estado para un futuro más esperanzador.

 

Mas ocurre un fenómeno que lleva a las universidades a replantear su accionar político. Hoy en día se forma más para el mercado que para la transformación del mundo. Parafraseando al Subcomandante Marcos, las universidades se encuentran en una encrucijada, la cual lleva hacia “la formación o la deformación”. Actualmente, pareciera, la universidad está tomando el camino de la ley del mercado. Las inversiones se destinan hoy más que nunca hacia las carreras económicamente lucrativas y enormemente apetecidas por el mercado global como las ingenierías o demás ramas tecnológicas. Esto no significa que sea perjudicial o que se le reste importancia, pero surge la pregunta: ¿Para qué se forma? ¿Dónde está quedando relegada el área humanística? No es difícil darse cuenta como ciertos estudiantes están siendo educados en prácticas sumamente maquiavélicas de lo que significa ser un ingeniero o un médico, por ejemplo. Se desprenden por completo de su función social de servicio para enrolarse en la adquisición de capital a toda costa, aunque ello implique pasar encima de otros o sobre ellos mismos. Cada vez más se deslegitima la movilización social, tanto a nivel nacional como académico. Casos de corrupción o de temas álgidos de la agenda gubernamental se discuten poco y se actúa mucho menos, basta recordar casos como Crucitas o el mismo FEES.

 

Por otro lado, ocurre algo que es mucho peor: los espacios de discusión quedan simplemente en eso. Deja de existir la acción cultural y política. Se abren grandes debates a lo interno de las universidades y no salen de ahí en forma de lucha y contrapropuestas. Es triste, incluso, ver como prominentes dirigentes estudiantiles, muy activos en las luchas sociales pronto son imbuidos por ese sistema avasallador que los aliena y enajena tras salir del recinto universitario y comenzar a trabajar.

 

Construir una sociedad más inclusiva, participativa y equitativa es de todos los días. No se puede pretender excluir a las universidades, pero debe retomarse el papel que estas cumplen en la actualidad, en medio de la sociedad global. Las mismas son fundamentales en la investigación, la generación de propuestas, los procesos de cambio, pero cada vez menos cuentan con el dinamismo de antaño, cada vez se les ve más lejos de la realidad social. Poco a poco, las universidades públicas se van convirtiendo más en espacios de socialización que de discusión. Debe replantearse su norte, seguir de la mano de las causas justas y no quedarse atrapados por el mercado.

 

Las políticas de educación pública preuniversitaria ya son claras. Transformar las escuelas y colegios en verdaderos centros de debate de la realidad nacional es la tarea pendiente. Pero el norte de la universidad pública no se puede perder, mucho menos en estos tiempos de desafíos internos y externos que se ciñen sobre nuestro país. Esto es solo un punto de reflexión, un temor, una necesidad, una realidad que, aunque algunos la nieguen, está ocurriendo y cada vez se hace más palpable.

 

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