El Mundo de la Posmodernidad

José Solano Solano

7 de diciembre de 2012

La posmodernidad es una teoría que ha planteado la muerte de las ideologías. Usted no es de derecha ni de izquierda, ni de arriba ni de abajo, ni de adelante ni de atrás. No solo dios ha muerto, como lo dijera alguna vez Nietzsche, sino que también lo hizo Marx, Smith, Keynes y cuanto teórico e ideólogo se haya aparecido sobre la faz de la tierra.

 

La posmodernidad pareciera ser una gran idea de alguien que pensó que, como el comunismo stalinista había fracasado y como el capitalismo había surgido como el gran vencedor, lo mejor era no involucrarse con ninguno ni otro, o eso parecía. Sin embargo, al hacer un análisis del posmodernismo donde “todo es relativo”, don de no se es de aquí ni se es de allá, sino que todo lo contrario, como diría Cantinflas, se ha generado una confusión entre la población más ignorante que ha creído que hoy en día todo se vale.

 

Esta teoría posmodernista, desde el punto de vista político, afirma que ya no existe ni la derecha ni la izquierda, lo cual vendría a ser igual decir: no existe el capitalismo ni el socialismo (el último acabado según líneas arriba) sino que ahora lo que existe es la globalización. Ese bonito nombre donde todos terminan siendo un arroz con mango pero sin una identidad definida. Ese mismo posmodernismo político se inventó (a al menos terminó de afinar) algo que pareció bien interesante y más neutral durante la década de los noventa: el centrismo. Usted no es de aquí (verde), ni es de allá (rojo), sino una mezcla de ambos que, en este nuevo paradigma, los dos son buenos, pero sin exagerar.

 

Si bien hoy se habla del conflicto Norte – Sur (países ricos y países pobres o centro – periferia), lo cierto es que, por más que los ideólogos de la posmodernidad y sus posturas New Age traten de invisibilizar los problemas latentes, la lucha que se daba durante el periodo de Guerra Fría sigue siendo la misma de hoy en día, de hace cien años e incluso mil y diez mil.

 

No es de raro ver en algunos perfiles de redes sociales a personas que ponen en su información política: izquierda – centro – derecha (así juntitos). Pero, ¿qué diantres es eso? Ni la más remota idea.

 

Pero está bien, se podrían quitar los clásicos conceptos de izquierda y derecha (o ponerlos todos a la vez) y rebautizarlos por arriba y abajo o norte y sur, ¿en qué varía el trasfondo? Lo peor, que también queda de manifiesto no solo en redes sociales sino en la vida cotidiana real, es ver a personas tan piso de tierra como cualquiera, aparentar lo que no es, por el simple hecho de que la globalización (posmodernidad) se lo permite, haciendo que olvide sus raíces, el esfuerzo de sus padres para que lograse estudiar (en el mejor de los casos que haya estudiado) y se enajene por completo al experimentar un cierto grado de confort por este mundo cargado de ilusiones banales y falsas donde lo que prima es el consumismo exacerbado. No es de raro escuchar (o leer) decir a personas que el esfuerzo del trabajo hace que unos seas ricos y otros no, o que algunos tengan oportunidades y a otros que se los lleve quien los trajo. ¡Viva, pues, la posmodernidad!

 

¿Pero qué ha traído tan interesante concepto? El individualismo puro y llano. El ser humano deja de ser humano para convertirse en un egoísta de país de primer mundo (nombre con que se designaba a los países capitalistas en la Guerra Fría que ahora se les llama desarrollados porque el anterior era muy grosero considerando que estas sufridas tierras habían sido tituladas muy despectivamente como tercer mundo, por ende hoy países en vías de desarrollo ¿Será cierto?) que no le interesa su bienestar porque “así es la vida” o es un “gran vagabundo” o “diay, ¡quién lo tiene!”

 

Y en educación ni qué decir. La posmodernidad ha roto todas las teorías pedagógicas porque el estudiante ahora debe aprender lúdicamente pero sin ningún fundamento que respalde tales metodologías. ¿Dónde queda el análisis y la reflexión del educando? No importa en el mundo posmoderno pues todo lo que usted piense es válido. Piaget, retorciéndose en su tumba, debe estar maldiciendo a esos educadores que ponen a los niños, jóvenes y adultos a jugar todas las lecciones para considerarse muy constructivistas, para luego aplicarles una prueba sumativa que se ajusta a los lineamientos del sistema educativo para luego culpar a ese sistema (sin quitarle el enorme peso de culpa) o a los mismos estudiantes del fracaso escolar y del embrutecimiento en general.

 

Imposible. Increíble. La educación posmoderna plantea que la forma de pensar que tenga la persona es válida. No hay valores éticos ni morales básicos que rijan a las personas. Si los niños y muchachos se convierten en autómatas, en ególatras, en seres maniqueos, no importa, es el nuevo paradigma, no hay de qué escandalizarse, tiene derecho a pensar como guste. “El fascismo no fue bueno, pero está bien si crees en él Panchito”.

 

En esta muerte de las ideologías donde todo se vale, aparece un fenómeno característico de la posmodernidad: la desesperanza. La persona no tiene necesidad de creer en un futuro mejor pues “no hay forma de cambiarlo”. ¡Qué mayor ejemplo sino la sociedad estadounidense, abanderado de la posmodernidad!

 

Este es el discurso eterno de quienes poseen el poder, quienes creen haberlo recibido por la Divina Providencia o por el orden natural. Sin embargo, este no es más que la base del Nuevo Orden Mundial y la desesperanza es su combustible.

 

Las personas ya no sueñan, no anhelan, no imaginan siquiera que algo mejor puede existir. La posmodernidad establece un orden aparentemente inquebrantable, natural, donde, para conseguir todo lo que se desea, se debe hacer lo que sea necesario, incluso aplastar al vecino. Es el mundo de la competitividad pero también del conformismo.

 

¿Ha cambiado el problema? Para nada. Por lo que alguna vez luchó el Comandante Guevara es tan vigente hace cincuenta años como hoy. Por lo que murió Gandhi, el Reverendo King, Chico Mendes, Preberi y tantos otros, tiene la actualidad como si hubiese ocurrido hace un par de minutos.

 

La lucha que hoy se vive en Costa Rica es la misma en Egipto, España, Chile, México, Grecia, África, Estados Unidos. Es la misma de Medio Queso, Siquirres o el barrio de cada uno. Es la misma del homosexual, del nicaragüense, del hambriento, del educador, del obrero, de la mujer, del campesino, de usted como asalariado, posiblemente endeudado, o que pellizca el mes para acabarlo con la miseria que gana, o que recibe un sueldo millonario que le hace pensar que el poder es suyo, sin darse cuenta que forma parte de miles de millones en el mundo que dependen de banqueros y poderosas transnacionales para quienes usted no vale absolutamente nada.

 

La posmodernidad ha dicho que “cada quien se la juegue como pueda” y ha segmentado al pueblo que tiene una sola bandera de lucha, pero que no se percata de ello.

 

Decir que ni la izquierda ni la derecha, ni arriba ni abajo, es negar la existencia misma. Es alejarse por completo de la realidad y del sustento de los que aun conservan la esperanza de un mundo mejor. Es negar que existe la desigualdad y la maquillan con nombres sofisticados para no denunciar a los culpables. Es negar también a quienes dejaron este mundo con la firme convicción de tratar de generar un cambio. Es negar que el imperialismo existe, que lo que hoy hace Israel contra Palestina, Estados Unidos y Europa contra “Medio Oriente” y Nuestra América forma parte de una lógica intrascendente porque nuevamente: “todo es válido” y “mientras no me pase a mí que me importan los otros”.

 

Que no se confundan los errores del pasado con el marco teórico – ideológico de quienes aun aspiran a concretar las utopías. Porque la ideología es la que alimenta el espíritu de lucha y lo encamina por el curso de la dignidad, la igualdad, la esperanza y el amor solidario. Porque el enemigo no ha muerto y se llama poder económico, imperialismo, genocidio. Porque la desigualdad y la impunidad siguen existiendo, porque la pobreza sigue en aumento, porque comer en basureros se convierte en el último grito de la moda entre los oprimidos, porque matar y reprimir por medio de los aparatos de violencia que tienen los gobiernos sigue diciendo: presente.

 

La posmodernidad no es más que el disfraz del autoritarismo del poder hegemónico, es la negación de la persona y sus creencias más arraigadas, es desvalorizarse como ser humano y renunciar a sus convicciones más profundas basadas en el amor, la esperanza y la libertad. Es permitir que el individualismo, el “valeverguismo”, el conformismo y las relaciones de desigualdad se perpetúen en el tiempo. Es el poder económico que sigue aplastando a los pueblos pero con el beneplácito silencioso y cómplice de los oprimidos. Es la negación de la realidad cruel, salvaje, despiadada del mercado sobre la humanidad.

 

Respeto total para aquel que hoy en día se atreva a decirse a sí mismo: capitalista, neoliberal. Evidentemente no lo harán porque son los inventores de la posmodernidad, porque es vergonzoso y grosero autodenominarse de esa manera. Respeto del más profundo a quien se autodenomine socialista, comunista, anarquista, porque se ama, se identifica con el que sufre, se valora y valora su lucha sin claudicar, a pesar de que este mundo posmoderno lo señale, lo demonice y lo ridiculice porque teme a la gran verdad del amor solidario.

 

Si, entonces, todo lo anterior es una gran mentira pues, ¡Bienvenida la posmodernidad! Tu obligación entonces, sería “abandonar el paradigma de esclavitud de izquierdas y derechas”.

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