El Ser Histórico en la Pedagogía Crítica

José Solano Solano

6 de Octubre de 2013

La complejidad de definir la historia hace que se pueda caer en errores y vacíos. Lo pertinente, más bien, es dialogar sobre la historicidad del ser humano para comprender su razón de ser en el mundo. Aun así, tratar de hacer un breve enfoque sobre este concepto permitiría marcar el punto de partida, con el fin de profundizar en la presencia del ser humano como sujeto histórico. La historia, podría decirse, es la actuación de la sociedad a través del tiempo, influenciada por múltiples variantes concatenadas, pero que a su vez, interviene sobre ellas en la construcción del devenir. Esta influencia se manifiesta en las formas de producir económica, política, social, cultural e ideológicamente. Estos son factores esenciales de la historia que desarrolla, y en la que se desenvuelve, la humanidad.

 

Partiendo de este somero concepto, la historia se presenta como una multiplicidad de relaciones que hacen de la interpretación, presente y futura, un enigma para cualquiera. Y sin embargo, desde esta interrelación temporal es que nace la necesidad de plantearse el dilema del ser en su papel histórico frente a los dilemas actuales. El ser humano, en este sentido, es consciente de su temporalidad en el mundo, sabe que tuvo un principio y que tendrá un final. Es inminente e inmanente a su naturaleza pensante. Por lo tanto, en la medida de su fundamento temporal, busca la razón de su existencia como parte de un todo dentro del contexto en que nació. Evidentemente, ese mismo entorno le posibilita las formas de comprender esta razón existencial.

 

Para entender lo anterior se puede tomar un ejemplo sencillo: un muchacho pobre, que no tiene consciencia de su estar en el mundo, arrastrado por los vicios y demás patologías en los que se encuentra inmerso, afronta los peligros de ser apresado o asesinado porque “ese es su mundo”, o bien, consciente de esos peligros (temporalidad) puede tratar de superarlos y salir adelante. El apoyo desde las estructuras es fundamental para el futuro de ese muchacho: la educación puede ser la más fundamental de todas, aunque no la única.

 

Por lo tanto, debe partirse de la comprensión del tiempo histórico como posibilidad de cambio. Sólo desde ese fundamento se abren nuevos horizontes en un mundo convulso, desesperanzado y sin norte concreto dentro del paradigma neoliberal posmoderno. Esa fatalidad del capitalismo, en su nueva forma, trae nuevamente a la mesa de discusión el papel de la educación, su relevancia sociohistórica, la cual es: la destrucción del sistema neoliberal. He ahí la razón de ser dentro de la educación crítica, radical o revolucionaria. Educador y educandos se convierten en sujetos de acción para esta transformación.

 

Entonces, comprender la historicidad aleja a los seres humanos del determinismo posmodernista actual. Quizás, el haber pasado de un mundo bipolar a uno monopolizado por el capitalismo, dejó poco margen de acción al movimiento alternativo que sigue resistiendo y luchando por un espacio más inclusivo, más democrático, más activo, más humano. La Perestroika no provocó pues, una sociedad más democrática, sino que conllevó a una alteración de la razón de ser en el mundo. Implicó la desilusión de aquellos que veían en el comunismo una forma de vida diferente, una alternativa. El problema con lo que se dio en llamar su “caída” es que encuadró al mundo en un solo sistema y una serie de movimientos segregados.

 

El modelo triunfante, el capitalismo bajo su forma neoliberal y posmodernista, trajo la desmovilización de la sociedad, la desclasó. Se bifurcó en un ramaje casi interminable de movimientos que luchan todos por separado sin darse cuenta que los problemas de cada uno son los de todos. Así es como la vieja frase de “divide y vencerás” se manifiesta con mayor vigencia, hoy más que nunca. El posmodernismo trajo, a su vez, el determinismo, la imposibilidad de cambiar el mundo, dando la ilusión de un capitalismo fortalecido y rampante, sin que nadie se percate que sólo alargó su agonía. Ese determinismo, casi darwiniano, conllevó a naturalizar la existencia como algo dado, el pesimismo puro.

 

Entonces, incluso bajo la concepción de que el ser humano comprende su existencia en un mundo temporal, histórico, se ha vuelto incapaz de ver hacia atrás y mucho menos hacia delante. La existencia, por lo tanto, se vuelve en una vivencia del hoy por el hoy, esto se manifiesta en el egoísmo, la “muerte de las ideologías”, la desesperanza, “el mundo, la política o la sociedad es así, no hay nada que hacer”, es el ya mencionado fatalismo de la sociedad actual.

 

Sin embargo, la educación debe replantear lo histórico como posibilidad de cambio. El educador no sólo es guía del proceso de aprendizaje, sino que es también el motivador para vivir y luchar. El pedagogo crítico no puede imbuirse en la patraña de la muerte de las ideologías, en la desesperanza. El ser humano, en tanto tiene una estructura de pensamiento, se plantea ideológicamente, representa su entorno de acuerdo a su proceso formativo. El ser humano es en el mundo siempre y cuando reconozca su historicidad, mientras reconozca su presencia en el tiempo como ser inacabado. Por ende, al presentarse a sí mismo como inacabado, se abren las posibilidades de transformación. Es, por consiguiente, dueño de su destino, no un predestinado.

 

En su Pedagogía de la Autonomía, el Maestro Paulo Freire (1996) afirma que “mi paso por el mundo no es algo predeterminado, predestinado. Que mi destino no es un dato sino algo que necesita ser hecho y de cuya responsabilidad no puedo escapar. Me gusta ser persona porque la Historia en la que me hago con los otros y de cuya hechura participo es un tiempo de posibilidades y no de determinismo. Eso explica que insista tanto en la problematización del futuro y que rechace su inexorabilidad.” [1]

 

Al reconocer la historicidad, como se dijo, el ser humano se plantea como inacabado. La tarea del educador se encamina hacia la esperanza, hacia la posibilidad de transformación que tienen los educandos en su realidad existencial. Comprenderse como ser histórico le permite a la persona reconocer sus errores pasados, para actuar en el presente con miras hacia un futuro más prometedor.

 

Y es que este sistema desmovilizador lo ha planeado todo bien: al alzarse como vencedor, hizo que, incluso en la psique humana, se vivenciara un derrotismo enajenante. Es por ello que la consciencia de clase, hoy en día, se deja ver como un concepto trasnochado. ¿Y por qué? ¿Cuál es el sustento teórico que lo fundamenta? ¿La caída del Muro de Berlín? Esos puntos de partida y de final historicistas niegan incluso la misma esencia de la historicidad, como si la humanidad se moviera cual fundamento naturalmente establecido o incluso, por qué no, relativista.

 

Ese relativismo se entiende, no en el mundo de posibilidades de lo inacabado, sino que, al presentarse como finito, acabado, predestinado, todo lo que se haga es válido, puesto que todo es verdadero y no puede hacerse nada para remediar el futuro. “Nadie es dueño de la verdad”, por lo tanto, sin importar lo que se haga, no hay cambios, no hay sueños. El yo es lo que importa en la verdad que lo sustenta. El otro es dueño de otra verdad igual de válida. He ahí la desmovilización, la división, la pluralidad separatista.

 

Entonces se plantea otra pregunta: ¿Existe la diversidad? Por supuesto. Es un mundo diverso que se construye en la historia, en los múltiples contextos, deseos y anhelos. Sin embargo, esa diversidad no puede ser autoexcluyente. El movimiento homosexual no es diferente del movimiento indígena, ambos marginados por el poder opresor. Mas el “fin de la historia” ha provocado que cada sector de la sociedad luche por su liberación por separado, obviando que el problema medular es uno solo: exclusión, discriminación, marginalidad, opresión, como quiera llamársele. Hasta no comprender que la lucha es una sola y que los esfuerzos deben ser conjuntos, la derrota estará asegurada. Por lo tanto, se pierde la historicidad al negar el pasado, al olvidar la existencia en el mundo como ser inacabado. ¿Cómo? “Así es la vida, toca vivir el hoy”, “¿Para qué cambiar el mundo? No hay nada que hacer.”

 

En resumen, el ser histórico es un principio fundamental de la esencia humana. La consciencia de temporalidad remite a las personas a la propia razón de su existencia. Estar en el mundo, vivirlo, tener aspiraciones, sueños, esperanzas, es la plena consciencia de que el recorrido por el mundo es finito y que, en la medida de las posibilidades, debe ser cambiado para legarlo a las futuras generaciones. Y debe entenderse, de igual forma, que la historia no la construyen los hombres y mujeres aislados de una realidad social, sino que se crea y recrea en las relaciones humanas, en todos los niveles de aprehensión. El ser humano es un ser social. El individualismo es antinatural y antisocial. El individuo entiende su mundo en tanto se relaciona con otros: aprende, vive, sueña, aspira e inspira. Los fatalismos del posmodernismo, que niegan la historia, que se enmarcan en los relativismos enajenantes, pesimistas y alejados de toda ética axiológica y epistemológica, sólo le provocan un daño enorme al ser que se entiende y construye en su relación con otros a través del tiempo y que busca su libertad definitiva. Entender la temporalidad, por tanto, supone la necesidad de desear un mundo mejor antes de partir.

 

El educador está llamado a sembrar la semilla de la comprensión histórica en los educandos como sujetos de transformación social, económica, política y cultural. Esto solo puede ser logrado con un educador consciente de la realidad existencial de los educandos y la suya propia.

 

Notas

 

[1] Freire, Paulo (1996). Pedagogía de la autonomía. Editorial Paz e Terra S. A., Sao Paulo, Brasil, pp. 17-18. 

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