Entre los dogmas y el Che Guevara

José Solano Solano

18 de Marzo de 2013

Hay un triángulo (des)amoroso en la ideología llamada de izquierda y esto ocurre a nivel nacional y global. El problema pareciera ser muy sencillo de resolver, al final de cuentas: ¿no tienen todos los pueblos oprimidos del mundo los mismos sueños de libertad, solidaridad, dignidad y amor? Sin embargo, este triángulo encierra una complejidad grande si se le mira desde la arista de uno y otro grupo social. Todo está en los libros, pero se traslapa en la lucha social cuando de formar un gran bloque de lucha se trata. Ese trío que se muestra como incompatible lo conforman: el anarquismo, el comunismo y el Che Guevara.

 

Más allá del guevarismo que motiva este artículo, se debe decir que la figura del Che trasciende hasta las mismas fronteras ideológicas, esto a pesar de que él mismo se empatara con una en específico. Su figura fue, además de un revolucionario comprometido, la de un teórico crítico del marxismo. Che es trascendente en tanto, más que teorizar, hizo palabra viva sus pensamientos, fue totalmente consecuente y eso, en palabras de Eduardo Galeano, es muy difícil de encontrar en América Latina, donde la palabra y la acción nunca se encuentran.

 

Che fue totalmente antiimperialista, desde lo más hondo de sus convicciones. Su compromiso con las justas causas lo hizo acreedor de una vida eterna y, por supuesto, de su propia muerte. Más allá de una idea de instaurar un sistema de Estado o no, marcó un parteaguas dentro del socialismo en general: que las personas dijeran su palabra, no que la dijeran por ellos. Esta característica lo hizo, además, un pedagogo de avanzada, pues vio al pueblo como constructor de su propio destino, donde el trabajo voluntario fue su consigna dentro de una sociedad organizada. La autogestión, en este sentido, fue la base de su pensamiento.

 

Él, al igual que el anarquismo, fue un artífice de la Revolución. Por lo tanto, no se debe tratar de diferenciar la figura del Che dentro del proceso revolucionario porque su método es el del anarquismo o el del comunismo, aunque el fin sea diferente. Che, por tanto, sabía que la construcción sociohistórica se hacía por medio del método y no del objetivo (Estado o no). Las condiciones materiales son las que, al final de cuentas, determinarán el fin de la lucha revolucionaria, a la cual Che se acogió comprometidamente y no se quedó allí, sino que buscó llevarla a otras tierras como parte de la solidaridad internacional que marcaba su espíritu guerrillero liberador.

 

Es curioso que el anarquismo tienda a atacar la cuestión dogmática del comunismo, y por efecto, a Che, pero también ocurre el mismo fenómeno a la inversa desde el comunismo cuando se critica al anarquismo, e incluso al Che. Sin embargo, Guevara cuestionó las doctrinas de la ortodoxia ideológica, ya que consideraba que esta debía ser criticada, no porque tuviese errores profundos, sino porque la revisión de la teoría revitaliza los movimientos, los contextualiza y los adapta a las luchas revolucionarias del mundo. En sencilla palabras, el modelo europeo de Marx y Bakunin es muy diferente al de la América indígena, campesina, obrera, feminista y revolucionaria de los siglos XX y XXI en la Patria Grande.

 

Bien dijo Fidel Castro que la “Revolución es sentido del momento histórico” [1] y esto no debe obviarse, porque solo así se podrán entender las motivaciones coyunturales, culturales, sociales y económicas que mueven las revoluciones en diferentes partes del mundo. En esta misma línea, el Subcomandante Marcos también es claro al afirmar que “el marxismo leninismo carece de un estudio y una propuesta para el movimiento indígena” [2], no porque estuviese mal, más bien porque la realidad del materialismo histórico nació en el manto europeo y su traslape en América terminó tomando nuevos matices. Esto es más que obvio, son dos realidades distintas y lo que es la norma para unos no es lo mismo para otros. El zapatismo debe analizarse en este sentido porque, como bien afirma el Subcomandante, no es abandonar las ideas marxistas o anarquistas como tal, sino readaptarlas a las condiciones de lucha con que cuentan los pueblos latinoamericanos y a los sectores que estos encierran.

 

Anarquismo y Comunismo (trotskista o leninista) terminan cayendo en los dogmatismos. Al final de cuentas, el anarquismo es el objetivo ideal. Cabe recordar que el mismo Marx (1848), en el Manifiesto del Partido Comunista, afirma que

 

“Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producción esté concentrada en manos de la sociedad, el Estado perderá todo carácter político. El Poder político no es, en rigor, más que el poder organizado de una clase para la opresión de la otra. El proletariado se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesía; la revolución le lleva al Poder; mas tan pronto como desde él, como clase gobernante, derribe por la fuerza el régimen vigente de producción, con éste hará desaparecer las condiciones que determinan el antagonismo de clases, las clases mismas, y, por tanto, su propia soberanía como tal clase.” [3]

 

En última instancia, el comunismo es un simple preámbulo transitorio para el anarquismo. Lo que Marx criticaba era el método abrupto de la anarquía, pero no su fin. En el caso de Che, independientemente de la ideología, las críticas siempre iban centradas en torno a la falta de un verdadero compromiso revolucionario, el cual, según él, debía ser más pragmático en tanto acción política.

 

En resumen, antes de elevar una crítica al marxismo leninismo o trotskista o bien, hacia el anarquismo (o el fuego cruzado que se da entre estos), se debería empezar a estudiar más el guevarismo. Che trajo elementos novedosos a la lucha revolucionaria, los cuales fueron muy importantes para revisar el marxismo ortodoxo, y por qué no, debería hacerse lo mismo con el anarquismo. Estos temas nunca habían sido abordados: la subjetividad ligada a la objetividad, la praxis política comprometida, la autocrítica, la contextualización a la realidad latinoamericana, pero mucho más importante aún, el amor como amalgama irrenunciable entre la lucha, la confrontación directa, y la sociedad nueva hecha por hombres y mujeres nuevos, donde ese amor, convertido en solidaridad extrema, fundamentaban la base revolucionaria.

 

Así mismo, el odio como factor de lucha transformado en el amor más puro y profundo, debe ser reconsiderado dentro de la sociedad de hoy. Este odio no debe entenderse como una patología de muerte, sino como la fuente del nacimiento del amor: el odio al imperialismo, a sus nefastas consecuencias, es la motivación directa de la entrega total, de llegar al extremo inimaginable, dar incluso la propia vida por un mundo mejor, para eliminar las injusticias. Quien se atreva a estos extremos habrá alcanzado el máximo ideal revolucionario: el amor solidario.

 

Esta fue una pequeña reflexión en torno a la figura de Che como ese ser trascendente que fue, que logró superar las diferencias ideológicas creando un nuevo método, convirtiéndose en un ejemplo de responsabilidad, de valentía, de entrega, de valores claros y profundos, de infinitos sentimientos humanos, de compromiso total. El método de Che fue el del anarquismo y el del comunismo. Su interés no estaba centrado en la figura del Estado como tal, sino en acompañar a los pueblos a la liberación definitiva, a una sociedad ideal, sin clases, sin capital, sin mercado, sin imperios. Su fin era liberar con el pueblo, no por ni para el pueblo. He ahí la gran diferencia.

 

Notas

 

[1] Castro, Fidel (2000). ¿Qué es Revolución? Fragmento del discurso pronunciado en el Día Internacional de los Trabajadores el 1° de mayo de 2000. En http://www.youtube.com/watch?v=msI8_4dqGtI

 

[2] Entrevista al Subcomandante Insurgente Marcos. Minuto 3:29. En http://www.youtube.com/watch?v=mcWolB5nIcc&list=PLE8F91BA575051060

 

[3] Marx, K. y Engels, F. (1848) Manifiesto del Partido Comunista, p. 44. En http://cabierta.uchile.cl/revista/29/mantenedor/sub/cartas_7.pdf

Comentarios: 3
  • #3

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  • #2

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  • #1

    Juan Félix (lunes, 18 marzo 2013 19:44)

    Creo que fue venturoso el lema que adoptamos, cuando cundía el desánimo después de la llamada "caída del muro de Berlín": "Caminar con nuestros propios pies y pensar con nuestra propia cabeza". Lema que no excluye aprovechar positivamente la experiencia acumulada. Esto abrió el camino a lo que se ha podido avanzar y mantiene abierta la senda para lo que falta por caminar.
    jf

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