Intervenir el currículum oculto

José Solano Solano

15 de Marzo de 2015

La educación es política, jamás es neutral [1]. Esto es así en cualquier país del mundo. Al ser política, depende de una intencionalidad marcada por el poder hegemónico. Esta intencionalidad viene dada de forma explícita a través de los contenidos y objetivos planteados en los programas de estudio y en la formación profesional de quien “enseña”. Sin embargo, está esa otra intencionalidad, más poderosa aun y que viene implícitamente, que se enseña de igual forma pese a que muchos educadores ni siquiera saben que existe. Analícese esto poco a poco.

 

Como la educación es política, esta puede manifestarse dialécticamente. La escuela es el escenario de las contradicciones socioculturales, políticas y económicas de la sociedad en una escala menor, pero que es fundamental para entender el funcionamiento del sistema hegemónico en el que se desenvuelven las personas, puesto que el individuo está y estará siempre en el mundo. Estas contradicciones buscan controlarse por medio del currículum, a través de la selección de lo que se enseña y aprende en la escuela. Así se establecen los programas de estudio de las asignaturas.

 

La selección cultural permite ejercer el control que subyace al interés de una clase que está aferrada al poder y significa que solo una pequeña parte del conocimiento será “permitida” y “suministrada” a la población. Esta selección definirá lo moral y culturalmente incorrecto, o en su defecto, lo correcto. Así se define socialmente el contenido que se aprende. Al menos en apariencia, porque en el fondo, realmente es concebido por un sector social que tiene un interés particular sobre la educación. Y sin embargo, no es tanto el contenido como sí la dinámica cultural que ha de seguirse dentro de los márgenes de la sociedad. Es decir, mucho de lo que se plantea en los programas de estudio, tanto de primaria como de secundaria (inclusive universitaria), no tiene mayor relevancia para la vida de una persona, cuanto sí lo que implica la forma y el fondo como se enseña y aprende ese contenido. Desmenúcese un poco más esto.

 

El educador puede notar que los programas de estudio están atiborrados de contenidos que, en muchas ocasiones, no tiene mayor relevancia para la vida de un estudiante. Enseñar datos, números, fechas, procedimientos establecidos, terminan siendo intrascendentes para el futuro de una persona. Mucho tiene de razón el que se ha planteado esta máxima, pero se enseña. Al sistema que establece estos contenidos poco le interesa que los estudiantes se aprendan todo eso, sencillamente porque es imposible. De la misma manera, el propio sistema implanta un ajuar de medidas, métodos, instrumentos, procedimientos y mecanismos de enseñanza, aprendizaje y evaluación para que todo discurra en un “sin sentido” que pareciera “absurdo” aunque, disculpará el educador, realmente no lo es.

 

Toda esa maraña antes descrita simplemente forma parte del engranaje de lo que se establece a priori por el poder político y económico. Por lo tanto, no es el contenido en sí lo importante, sino cómo se enseña siguiendo los estándares necesarios de reproducción sistémica. En concreto, “depositar” el montón de contenidos tiene la función de que el estudiante siga una serie de procedimientos para reproducirlos posteriormente a través, por ejemplo, de una prueba. En suma, un objetivo planteado (tal sería el caso de analizar X cosa) no pretende que sea alcanzado en sí, sino más bien que el procedimiento para lograrlo sea el que se requiere según la lógica del sistema hegemónico, esto a través de una serie de pasos debidamente reglamentados cuyo fin sea llegar a él. En última instancia, esa “serie de pasos” es el modo de conducta que debe aprehenderse para la vida en sociedad, que no es otra más que la lógica de control del sistema, pero esto se hace tan mecánicamente que pasa desapercibido.

 

En este sentido, Gramsci planteaba que la dominación ideológica se logra con la información y conocimientos permitidos y controlados por grupos o clase poderosos donde la escuela es la institución legitimada para llevar a cabo esta tarea. Lo anterior se logra por medio del currículum oculto. Es más, el incrédulo educador podría pensar que esto no ocurre así y que es autónomo en su forma de pensar y enseñar. Sin embargo, todo se justifica de tal forma que hasta lo que parece lógico (formalmente hablando) termina siendo asimilado de tal manera en el pensamiento –sin que ello implique su veracidad–, pero que es importante en tanto perpetúa el orden de las cosas. Es decir, el currículum oculto es tan sutil que se vuelve casi imposible manifestarlo abiertamente en la acción pedagógica.

 

En resumen, puede afirmarse que el currículum oculto se refiere a aquellas “normas y valores que son implícitas, pero eficazmente enseñadas en la escuela y de las que no suele hablarse en las declaraciones de fines u objetivos de los profesores” [2]. Por eso es que se parte de las ideas antes mencionadas sobre los programas de estudio. Existe una intencionalidad tácita, no manifiesta, inmersa en el currículum, que pasa desapercibida por los educadores, que nace desde un orden de cosas superior. Esto no es una teoría de la conspiración, basta una pequeña autocrítica para reconocer el papel no neutral que muchas veces practican los propios educadores, incluso aquellos que buscan transformaciones sistémicas.

 

El currículum oculto se manifiesta en esos procesos de consecución de los objetivos de clase. Seguir tal paso para alcanzarlo y no otro, respetar el principio de autoridad basado en la relación docente-estudiante, seguir las reglas, aprobar el examen, estar en filas, entre muchas otras características y rituales escolares, permiten que se logren los objetivos, sin lograrlos muchas veces. Educar termina siendo domesticar, amansar más bien, para el funcionamiento del sistema socioeconómico en el que se vive. Ahora bien, claro que no todo es reproducción per se del orden social existente, también está la contradicción, la resistencia, pero ello puede tratarse en otro momento. Mas sí es importante mencionar la forma en que el educador puede resistir: interviniendo el currículum oculto.

 

Tras el somero análisis del funcionamiento escolar cuya base es el currículum oculto, es importante que el educador sepa intervenirlo para transformar. Evidente es que en el orden establecido, las dificultades son monumentales cuando de luchar contra corriente se trata. Sin embargo, pueden atacarse los valores de la moralidad sistémica por medios igualmente tácitos a los utilizados por el modo de producción económico y cultural. ¿Cómo?

 

Lo importante es que el educador reconozca que su función no es neutral ni apolítica, sino que es todo lo contrario. Por ello, ¿cuál es su posición en el orden de cosas establecido? Puesto que la neutralidad es imposible en el educador, debe definir si su estar en y con el mundo es en favor de todos, pero especialmente de los más oprimidos por el sistema. Si esta es la opción, pues entonces se ha posicionado políticamente, perdió su neutralidad.

 

Ahora debe analizar sus prácticas cotidianas en el salón de clases. Este es el momento de empezar a definir las fuerzas que subyacen a la dinámica educativa, lo que no se percibía antes pero que ahora comienza a mostrarse más evidente: autoritarismo, rigidez, dosificación de contenidos, silencio, logro de objetivos, seguimiento de las reglas, acriticidad, imposibilidad de cuestionar, sumisión ciega a los contenidos abordados, aprobar un examen, presunción de la verdad, intencionalidad encubierta. ¿Cuál es el sustrato de la práctica educativa? He ahí la pregunta fundamental que debe plantearse el educador así mismo y revisar si las ideas anteriores están inmersas en lo que se concibe como “lógico” o “correcto”.

 

Finalmente, intervenir el currículum oculto. Aquí no se pretende la transformación del orden establecido, mucho menos desde una sola persona frente a treinta y cinco más, pero sí es un insumo para lograr hacerlo en un futuro. ¿Cómo puede el educador empezar a sembrar esa semilla de rebeldía, de anhelo de libertad, de radicalidad? Así como el sistema actúa por mecanismos sutiles, lo mismo debe hacer el educador con sus herramientas. Promover contravalores, antimoralidades, antisistema, contrainformación. Promover el pensamiento crítico y la participación activa. Incentivar acciones de cambio y contracultura. Pero sobre todas las cosas, permitir que el ambiente de clase sea libre, que la palabra sea el centro de acción, que todos puedan decirla; que palabra y acción sea una sola, sea praxis revolucionaria.

 

Destruir el sistema, el orden establecido, es la gran ordalía de la sociedad. Así como otros fueron destruidos, este habrá de caer. La escuela, como pata que lo sostiene, está llamada a ser intervenida por el educador, y de él depende ser compañero de cambios o amo de esclavos. Pero es obvio, la educación no es la llave mágica, pero es uno de los instrumentos que debe ser utilizado en contra de los ostentadores del poder, para que finalmente desaparezcan todos los muros, donde los de la escuela también están llamados a desaparecer.

 

Notas

 

[1] Solano, J. (2009). La función política de la educación. Una amalgama irrenunciable. En EquipoCritica.org. Recuperado de: http://www.equipocritica.org/reflexion-editorial/editoriales-anteriores/la-funci%C3%B3n-pol%C3%ADtica-de-la-educaci%C3%B3n-una-amalgama-irrenunciable/

[2] Apple, M. (2008). Ideología y currículo. Madrid: Ediciones Akal., p. 113.

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