La depresión del sistema económico

José Solano Solano

8 de Setiembre de 2014


Ojalá que el estimado lector no haya confundido el título del presente artículo con algún destacado análisis de la economía capitalista, aunque irremediablemente corresponde hablar de tan nefasto sistema. No se encontrará por lo tanto, con un detallado conjuro de la balanza comercial (siempre desfavorable), o de la inversión del Producto Interno Bruto (invertido a lo bruto por los gobiernos), ni mucho menos del déficit fiscal en las arcas del erario (cuando el superávit se encuentra en los bolsillos de unos cuantos). Más bien se trata de la “enfermedad que está de moda”, como dijera un editorialista.

 

La depresión de la que se hablará es la del ser humano, la que tiene razón de ser en el mundo de hoy. Así que por más que algún editorialista se afane en ocultar la verdad tras el velo de la indolencia, lo justo será develar lo inefable que los apasionados librecambistas, liberales acérrimos -y alguno que otro decantado patrono emprendedor- se niegan a resolver pero que, evidentemente, les genera cuantiosas sumas de dinero a aquellos que prefirieron invertir sus acciones en medicamentos antidepresivos de Pfizer o en la “hospi-clínica-hotel” más pomposa del momento.

 

Hace pocos días fue un arrebato informativo ante el aumento de las incapacidades por depresión o cuadros de estrés, sean estos crónicos, agudos, graves o esdrújulos. Lo cierto es que el crecimiento es normal cuando la crisis capitalista global no encuentra forma de salir del profundo abismo actual, aunque breves atisbos de recuperación económica en el país más violento del mundo permiten prever algún posible cambio en la dinámica comercial favorable [1], al menos para los enrolados en este juego y que, de rebote, afecte directa o indirectamente la economía nacional.

 

Parece que solo en Costa Rica, 11682 personas solicitaron incapacidades por casos de depresión ante la Caja Costarricense del Seguro Social, con aparentes cuadros de recaídas que rondaron los seis mil casos ese año [2]. ¿Pero cuál es la preocupación ante esta enfermedad en los últimos días para que se tornara un pasquín entre los medios más recalcitrantemente reaccionarios de este país? ¿Acaso algún filantropismo reprimido? Quizás sea bueno analizar la situación al calor de dos fenómenos particulares, aparentemente inconexos, pero que derivaron que este tema surgiera en la palestra. Además, sería bueno hablar de lo que no se habla, de sus causas y efectos, no clínicos cuanto sí particularmente económico sistémicos.

 

El primero de estos fenómenos sería la muerte de Robin Williams el pasado 11 de agosto, puesto que “Hace tiempo que luchaba contra la depresión”, como bien lo asegurara su representante legal Mara Buxbaum [3]. Las consecuencias que acarrean los cuadros depresivos pueden llegar a este punto sin un tratamiento adecuado y el seguimiento médico eficaz y oportuno. El segundo fenómeno es el gasto que genera la Caja en este tipo de intervenciones, las cuales se presentan como excesivas, con un costo de 1658 millones de colones durante el 2013 [4]. ¿Existe alguna relación, por tanto, entre la muerte del actor y los costos de la Caja? No en realidad, aunque es el justificante para armar el alboroto ya conocido por todos: despotricar contra la institución mientras se amortigua pasivamente el fenómeno en sí, sin tratar el fondo del asunto, en este caso la enfermedad.

 

Esta fusión de sucesos fueron capturados como una imagen de pantalla por la editorial de La Nación el pasado 2 de setiembre. Según el editorialista, “El suicidio del actor Robin Williams, que alcanzó resonancia internacional, así como recientes casos en Costa Rica, que no por tratarse de seres comunes y corrientes son muertes menos dramáticas, muestran la extensión y gravedad del problema.” [5]

 

¿Pero cuál es el problema? ¿A qué se debe la extensión y gravedad de este asunto? El único problema es que el artículo no puede (o no quiere) adentrarse en las causas y consecuencias del fenómeno. Y esto es lo que se esbozará a continuación.

 

A pesar de que es una enfermedad que afecta a 350 millones de personas en el mundo, “se trata de la principal causa de incapacidad en el siglo XXI y la primera enfermedad entre adolescentes.” He aquí un primer vestigio, aparentemente insondable, negado en una afirmación. Es la primera causa de incapacidad en el presente siglo, en el del auge del sistema capitalista globalizado, con sus crisis cada vez más constantes y casi imposibles de solucionar, tanto así que ni la guerra logra encumbrar.

 

Los adolescentes, aquel sujeto histórico siempre negado, es el principal actor. Es además, su siglo depresivo, al menos en Estados Unidos donde se inauguró una masacre en 1999 y que han venido continuando como el pan de cada día en el país más violento del mundo [6]. Ahora bien, no se trata de criminalizar a los adolescentes, ese ya es trabajo de las escuelas, las iglesias, los policías y los jueces. Más bien es abordar la razón del por qué cae más fácilmente un joven en cuadros depresivos. ¿Es que acaso no son lindos aquellos años primaverales de la juventud?

 

Para el joven de hoy pareciera que no. La escuela, por un lado, somete a los muchachos a las presiones del sistema económico porque “así lo requiere el mercado”. El boom de los colegios técnicos en Costa Rica es una prueba de ello. Jóvenes competitivos, productivos, emprendedores, en suma caníbales. Pasan horas y horas de estudio en esas prisiones, como hámsteres dispuestos a la estupidización, formados para el servilismo, para someterse a los designios carnales del dios mercado y sus sagradas escrituras: la ley de la oferta y la demanda. Pequeñas máquinas productoras y baratas, embrutecidas hasta la saciedad, explotadas desde su corta edad, maquiladas al trabajar. ¿Acaso hay razón para que un joven se deprima?

 

¿Y la iglesia? Imposible deprimirse cuando “ser” no es una buena virtud. Ser joven es pecado, una enfermedad que puede ser aminorada o superada con el amor de Dios en el corazón. Hasta el joven homosexual puede salvarse de la “perdición de su alma” si se acoge a los brazos del pastor o el sacerdote, claro, bajo el riesgo de que sea demasiado acogido por el guía espiritual. Por eso, en cada sermón, en cada homilía, es preciso recordarle a esos jóvenes que sus cuerpos son tan sagrados que es imposible tocarlos (al menos que sea una mano sagrada enviada a la Tierra por el mismísimo Dios), que amar es un terrible defecto a tan corta edad o bien que, a tan corta edad, por darle rienda suelta a Satanás, debe dejarlo todo, especialmente la mujer, para atender al niño que está por llegar o a su impuesto nuevo hogar. ¡Ni se diga de los adolescentes homosexuales! Ellos conllevan de por sí la marginación total: familia, Dios, sociedad.

 

Los policías y los jueces tienen su cuota también. Represión violenta, abuso de autoridad, injusticia. Para el “macho man” armado con pistola y garrote, todo joven es un posible delincuente que es necesario requisar y de paso toquetear o incluso asaltar. El juez, por su parte, lo acusará por alguna contravención para readaptarlo a lo que deben ser los valores de la convivencia social. Entonces vuelve a nacer la inquietud, ¿tiene alguna razón el joven de estar deprimido? Si a todo lo anterior se le suma el desempleo, la falta de oportunidades educativas, la pobreza, la imposibilidad de autodeterminación, la presión social, la violencia en todas sus manifestaciones, la incomunicación y el encarcelamiento familiar, los estereotipos sexuales, entre otros muchos, parece que el joven tiene razones sobradas para buscar terribles salidas alternativas a su precaria situación emocional.

 

¿Y qué ocurre con las mujeres? Según el editorialista, en el país “la depresión es el padecimiento mental más importante y, sobre todo, lo sufren las mujeres”. ¿Por qué habrían de estresarse las mujeres en el país más feliz del mundo? Bueno, quizás porque un fuerte porcentaje de ellas son jefas de hogar con niños de diferentes edades, llevan consigo el peso de la pobreza y la desigualdad, sus jornadas laborales son más extenuantes que las de los varones entre un trabajo formal, la crianza de los hijos y el trabajo doméstico en el hogar. Súmele a eso las presiones sociales del sistema y tendrá una mujer con nervios de cristal.

 

¿Cuál es la solución entonces? Un análisis somero del discurso manejado por el editorialista deja entrever el problema con respecto a la atención médica de las personas depresivas. Según el, “lo más grave es que un porcentaje alto de pacientes no recibe el tratamiento requerido, de acuerdo con la OMS, y los sistemas de salud pública no están preparados para responder a la demanda creciente de servicios”. Plantéese entonces las siguientes preguntas: ¿por qué no se recibe el tratamiento requerido? Si el sistema de salud pública no está preparado para esta demanda creciente de servicios entonces, ¿quién lo está?

 

Posibles respuestas que cuestionan: ¿el estrés laboral es parte de la jornada de trabajo? ¿La jornada de trabajo impide la atención médica? ¿La atención médica implica el rebajo del salario para una persona que probablemente dependa de ese salario? ¿Será entonces que es la clínica privada y el consultorio particular el único con la posibilidad de asumir tan monumental atención de pacientes depresivos? ¿Será que para ello es mejor comprar un seguro médico?

 

Evidentemente, la atención que hace la Caja de este padecimiento conlleva costos que van en crecimiento, pero la solución no está en “desinstitucionalizar” ni mucho menos en privatizar la salud como panacea para el mejoramiento de la calidad de vida (poco probado por la experiencia).

 

Las causas de la depresión se llaman: sistema capitalista. La globalización de los mercados presionan fuertemente a los países para hacerse cada vez más “productivos” y “competitivos”, esto implica disminuciones salariales, aumento de jornadas laborales, temores constantes ante posibles fugas de las transnacionales, trabajo a destajo con objetivos en aumento, seguridad social como traba para el desarrollo. ¿Es que acaso la productividad y la competitividad no son signos para una vida libre de preocupaciones? ¿Acaso la flexibilidad laboral no significa tener una vida más afable para el ocio y el entretenimiento?

 

Las consecuencias fatales de esto son el sostenimiento del sistema por medio de cuantiosas sumas en psicología y psiquiatría en clínicas y consultorios privados, adicción a las drogas y al alcohol, uso de medicamentos costosos, sea para la seguridad social, sea para el paciente en la farmacia. En el peor de los casos está la esquizofrenia y el suicidio como evasión última del cerebro para afrontar la terrible realidad.

 

Finalmente, el editorialista cierra con la más grande farsa, con la más grande evasión de las responsabilidades del sistema. Afirma que “en manos de cada uno de nosotros, en el trabajo o en el grupo familiar, también está la responsabilidad de que las víctimas de la depresión no se sientan tan aisladas y solas. En nosotros está impedir que paguen por partida doble un padecimiento ya suficientemente doloroso.”

 

Eso no está “en cada uno de nosotros”, la única responsabilidad de la colectividad está en seguir permitiendo la existencia del sistema capitalista, con su moral, sus costumbres y su explotación. No se puede criminalizar a la víctima por un acto que no ha cometido. Los responsables se sientan sobre cojines para “rascarse la panza” mientras millones siguen sosteniendo el modo de producción actual. El que no trabaja, el que no produce, el que vive del ocio y el jolgorio de la buena vida no sufre este mal, más bien lo produce. He ahí la raíz de todo, he ahí la fuente de la depresión. La cura está en acabar con el origen de las desigualdades, de la productividad y la competitividad. 


Notas

 

[1] La Nación. 28 de agosto de 2014. Economía de Estados Unidos creció a un ritmo del 4,2% anual en segundo trimestre. Consultado en: http://www.nacion.com/economia/Economia-Unidos-crecio-segundo-trimestre_0_1435656580.html

[2] Costaricaon.com. 25 de agosto de 2014. CCSS incapacitó a 11 682 personas por Episodios depresivos. Consultado en: http://www.costaricaon.com/noticias/salud/31024-ccss-incapacito-a-11-682-personas-por-episodios-depresivos.html

[3] El País. 12 de agosto de 2014. Hallado muerto en su casa el actor Robin Williams a los 63 años. Consultado en: http://cultura.elpais.com/cultura/2014/08/12/actualidad/1407798980_114743.html

[4] Costaricaon.com. Óp. Cit.

[5] La Nación. 2 de setiembre de 2014. Una enfermedad incomprendida. Consultada en: http://www.nacion.com/opinion/editorial/enfermedad-incomprendida_0_1436656326.html

[6] Moore, Michael. 2002. Bowling for Columbine. Dog Eat Dog Films / Alliance Atlantis Communications.

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