La Escuela como Espacio de Confluencia Artística y Cultural

José Solano Solano

3 de Octubre de 2012

Pensar en el arte y la cultura es pensar en la creación y la apreciación sensible de nuestro entorno, es remontarnos a nuestro pasado para esclarecer nuestro contexto histórico inmediato. Estamos ante cambios sin precedentes producto de la Globalización. Nos hallamos ante fenómenos culturales en constante transformación. Procesos históricos, políticos, sociales y económicos que configuran nuestra representación del mundo, el vernos a nosotros mismos y el vernos en los otros. Las distancias son ahora más cortas y la comunicación agranda nuestro espectro de colores, en un mundo convulso, impredecible en su futuro, predecible en su presente, a veces mostrado como desesperanzador, como un hecho dado al que estamos predestinados, sin posibilidad de cambio, pero que encierra grandes motivos para recobrar los espacios de la creación, de la estética, de la sensibilidad.

 

Hablar del arte y de la cultura hoy en día es, pues, una tarea difícil de realizar. Por un lado, la cultura plantea la necesidad de redefinir su propia concepción. Es necesario empezar afirmando que la realidad histórico-social actual se manifiesta a través de los procesos de Globalización, lo que ha conllevado a una redefinición de la dimensión espacio-temporal de las sociedades modernas. Esta redefinición ha pasado necesariamente por los movimientos migratorios, tornados masivos por causa de las prácticas de apertura comercial de los mercados nacionales, para dar paso a un gran mercado único e internacional, donde las fronteras sean cosas del pasado, de un pasado dominado por el Estado-Nación y no de la nueva realidad que emana de procesos globalizadores y totalizadores como el actual.

 

Ante tales situaciones en el desenvolvimiento sociocultural, político y económico de hoy, es necesario analizar los procesos y fenómenos históricos como naturales y necesarios, y visualizar los nuevos espacios de creación cultural como factores determinantes de lo que se ha dado en llamar la posmodernidad.

 

A. De la cultura. Entre la complejidad y las transformaciones.

 

En un mundo marcado por la globalización, es casi imposible hablar de una cultura definida. En la actualidad, la transmisión cultural a través de los espacios geográficos es muy contrastante con lo que significó en el pasado.

 

Las nuevas representaciones sociales remiten “inmediatamente a una esfera caracterizada por la complejidad. Esta complejidad hace referencia a los múltiples procesos individuales, interindividuales, intergrupales e ideológicos que se conectan los unos con los otros, en la dinámica de construcción de estas.” (Cocco, M., 2003, p. 41) En estas nuevas concepciones intervienen elementos culturales como valores o modelos que se transmiten y se mezclan con otros elementos culturales.

 

La cultura pues, entendida como aquel conjunto de valores, de ideas, del imaginario colectivo, de la forma de representar el mundo, de las tradiciones, de las costumbres, está en cambios cada vez más abruptos por causas tanto internas al grupo social como externas a él. Esta complejidad de lo cultural se manifiesta en todos los ámbitos de la conciencia cotidiana, de esa realidad inherente a todos, ya no de un pueblo o conjunto de habitantes diseminados sobre un territorio y con una identidad consolidada. Hoy se trata de movimientos interculturales con una lógica incontenible y necesaria de un mundo tan cambiable e intercambiable como el nuestro.

 

Según Cocco (2003), “la imagen de las culturas como estáticas, cerradas y homogéneas es un paradigma que se encuentra cuestionado. Las culturas han pasado a verse como ligadas a la política global y a un estilo retórico, más que a realidades objetivas.” (Ibíd., p. 17) No se trata entonces de los modelos culturales liberales construidos a lo largo de nuestra historia, sino de una realidad intrínseca a nosotros mismos.

 

Como afirma Camacho (1996),

 

“En el interior de las “nebulosas” culturales y sociales los actores respectivos manifiestan escogencias de identificación, variadas en su naturaleza, en su intensidad y en su nivel, en función de las situaciones que ponen en juego, específicamente, las formas de las relaciones mantenidas con la sociedad englobante y sus instituciones.” (En Cocco, M., 2003, p. 22)

 

Esta identificación surge dentro del conjunto de representaciones sociales que tenemos de nuestro medio. Ya sea desde la cultura imaginada (el Estado – Nación) o desde la cultura vivida (nuestra realidad inmediata) que puede ser nuestro entorno social, familiar o educativo.

 

En el fondo de todo esto se encuentra el hecho de que “la dinámica es inherente a toda cultura lo que conlleva cambio.” (Malo, C., S. f., p. 4) Esto quiere decir que nuestros patrones culturales de hoy no son los mismos a los de hace diez, veinte, cien o doscientos años. Nuestra representación, vista como sistema de interpretación, del mundo, ha cambiado, sigue cambiando y cada vez con mucha más fuerza e intensidad.

 

Pensemos en esto tan solo un momento, analizando las transformaciones políticas, económicas y sociales de los últimos veinticinco años aquí en nuestro país. Anterior a 1980, nuestro país, en un abierto y constante proceso de urbanización había iniciado una serie de transformaciones con respecto a los viejos ideales de cultura liberal burguesa. La cultura de masas ingresa con fuerza, sin embargo, estamos ante la presencia de movimientos mucho más significativos e inclusivos, donde lo latinoamericano y europeo son la moda, por ejemplo en el cine; también la visita a cafés, los fines de semana por el campo o incluso por la ciudad, menos contaminada y algo más verde, eran parte de la escena y el imaginario colectivo durante los años cincuenta y sesenta.

 

A diferencia de esto, hoy en día estamos ante procesos acelerados de aculturación y transculturación. Para las décadas del ochenta y noventa, se da la mayor expansión del Valle Central, caracterizado por la proliferación de condominios y malls, buscando las afueras del concurrido centro de la ciudad. Estos a su vez traerán consecuencias como aceras estrechas, calles escasas y deterioradas y gran cantidad de vehículos que convierten a los centros en lugares poco atractivos, provocando que las personas corran a las paradas de buses y estacionamientos para salir lo más pronto posible del centro de la ciudad.

 

El costarricense, que antes prefería los paseos por el campo, ahora los hará por “los pasillos de los malls... [contemplando] los escaparates de las tiendas, en tanto que se deciden a asistir a la última película de moda, en salas con aire acondicionado, pero sin nombre; y a la salida, se agregan a los que ya abarrotan las áreas de comida rápida” (Molina, I., 2003, p. 7)

 

Estos cambios, la mayoría de veces imperceptibles pero conscientemente asimilados, son parte de lo que llamamos Globalización. La cultura está inmersa en este proceso y por ende, adaptada a las transformaciones que ella suscita. Sería ilógico, pues, pretender socavar la influencia que la misma tiene sobre el imaginario de las personas, pero pretencioso es también creer que las personas se dejan llevar por este fenómeno mundial.

 

El ser humano se adapta a este proceso que también es social y no solo político y económico. Pensar que nuestra cultura está en peligro es tapar el sol con un dedo. La cultura está en los cambios constantes, paralelos y dinámicos, extrayendo lo que le sirve y desechando lo que no. Asimila la realidad y la transforma.

 

“La cultura es el contexto dentro del cual los seres humanos dan un significado a sus acciones y experiencias, y dan un sentido a sus vidas. El concepto de cultura, sin embargo, no alude sólo al significado en cuanto a experiencia subjetiva. Incluye la actividad práctica (acciones y experiencias) en la cual se constituyen y se modifican en significado y sentido.” (Gilly, A., 1997, p. 91. En Ramos, A., 2002, p. 95)

 

Ahora bien, hablar de la cultura conlleva un doble problema. Por un lado, “cultura” nos refiere a un concepto estático y cerrado que no deja espacio a las manifestaciones consideradas como “no culturales”, como por ejemplo las artesanías o lo popular. ¿Es Mozart o Beethoven, Rembrandt o Picasso parte de la cultura? Quizás pertenezcan a un patrimonio de la humanidad, pero no reflejan el sentir de las mayorías, pues su arte se ha convertido en algo exclusivo.

 

Por otro lado, plantea la necesidad de preguntarnos: ¿Qué pasa con la cultura indígena, o la negra, o la juvenil, o la infantil, la adulta, la migrante, la campesina, la obrera? ¿Es parte de esa cultura? Creo que aquí subyace la consternación actual sobre el concepto, puesto que hoy es complejo hablar de una identidad nacional ante los suscitados cambios de hoy, es legítima también, la complejidad de una sola cultura. Incluso referirnos a una cultura (burguesa) y a una cultura popular, plantea sus divergencias pues, ¿Qué tan rígida es la cultura burguesa cuando existen tantas diferencias y discrepancias a lo interno de ella y qué tan maleable es una cultura popular cuando nos encontramos ante tantas y coloridas manifestaciones de los sectores subalternos? La volatilidad de la cultura es incuestionable, las diferencias en una “cultura única” evidentes.

 

En resumen, definir la cultura ante los cambios coyunturales de los últimos años presenta desafíos poco esclarecedores pero que a la larga, solo las manifestaciones presentes en ella la definen como una institución con una lógica que escapa a las pretensiosas palabras de mirarla como un artículo de escaparate, como una pieza arqueológica que avanza al paso de las estructuras, de la larga duración como algo definido o dado.

 

La cultura es entonces la transformación constante en medio de la complejidad, son las manifestaciones artísticas, intelectuales, emocionales y psicológicas del mundo complejo que nos envuelve, es lo subjetivo en medio de lo objetivo y no es ajena a lo popular sino que es manifestación del imaginario social, de las representaciones que los individuos, en su colectividad, hacen del contexto histórico, de su realidad latente.

 

“La cultura es como una experiencia vivida y creativa para los individuos, así como un conjunto de artefactos, textos y objetos; abarca las disertaciones especializadas y profesionalizadas de las artes, la producción de las industrias culturales, las expresiones espontáneas y organizadas de la vida cotidiana y, por supuesto, las intensas interconexiones de todas ellas.” (Held, D., 2000, p. 403)

 

Esta experiencia creativa y vivida de los individuos como parte de la colectividad, se manifiesta a través de las artes, de la estética, de la creación emocional, sensible y expresiva, producto de la reflexión sobre la realidad y el contexto histórico que le es inmediato.

 

B. De la Escuela como influjo del arte y la cultura.

 

Es necesario reconocer el papel de la escuela en este proceso de asimilación y creación cultural, a través de los sentimientos y actitudes humanas hacia la convivencia social. El compartir la vivencia de las costumbres, de las tradiciones, las formas de visualizar el mundo y de adaptarse a los cambios es una acción colectiva desde la individualidad. La persona, como miembro de una comunidad, a través de la creación sensible, forma parte del acervo cultural, muchas veces sin saberlo.

 

“La escuela es por excelencia un ámbito de transmisión y recreación de la cultura, de construcción del conocimiento, de apropiación de saberes y competencias…” (García, M., Pili, M. y Buccianti, M., S. f., p. 14), es por tanto, el ámbito donde no solo ocurren los procesos de enseñanza – aprendizaje, es también donde los niños y jóvenes pueden expresar sus sentimientos, sus formas de ver el mundo que les rodea, sus aptitudes y sus propias posibilidades de crecimiento humano.

 

Continuando con estas autoras, la escuela

 

“¿puede pensarse como un nuevo escenario, donde los mismos sujetos no sólo sean protagonistas de su propio aprendizaje, sino también activos productores culturales?; ¿podemos pensar en niños y jóvenes adolescentes interesados en “procesos culturales”?; ¿tienen esos sujetos, tradicionalmente definidos como conflictivos y apáticos, capacidad para producir, gestionar, analizar, “consumir” arte o productos considerados “culturales”?; ¿desde la escuela se puede potenciar el rol docente como mediador cultural?” (Ibíd.)

 

Claro que sí. La escuela es el medio por el cual los niños y jóvenes pueden potenciar sus capacidades creativas, el docente, el padre de familia y los demás miembros sociales, deben colaborar en la adquisición de los conocimientos culturales, pero sobretodo, fomentar la imaginación y posibilitar por todos los medios la propia creación.

 

¿Cuáles son estos medios? La formación de espacios que permitan acceder al conocimiento cultural pero también a su creación. El docente lleva la tarea de fomentar estos espacios, junto con los padres y demás miembros de la sociedad. Pero no solo se deben encargar de propiciar estos espacios. Docentes, padres y la comunidad en general puede y debe generar cultura como parte de una colectividad en transformación.

 

“El arte, al igual que la literatura, utiliza lo popular para expresar la nostalgia de una comunidad perdida.” (Franco, J., 1997, p. 5) El arte es, pues, cualquier manifestación del espíritu humano, el cual ha pasado por transformaciones tan trascendentales como la misma cultura que lo cobija. Al igual que las llamadas “bellas artes”, las manifestaciones artísticas populares son tan válidas, tan legítimas y tan sensibles como lo considerado parte de la cultura universal. Es un espacio donde lo que se ha excluido puede tomar un carácter simbólico más significativo.

 

Al igual que García, Pili y Buccianti (S. f.), “la escuela debe transformarse en un núcleo generador de propuestas culturales en las que intervengan todos los actores que participan de los procesos de enseñanza y de aprendizaje, que permitan el intercambio permanente de experiencias y roles.” (Ibíd., p. 15) Así mismo, y más importante aún, “el ámbito escolar, posibilita otros encuentros, donde el intercambio de ideas propicia un ámbito de discusión, intercambio, difusión, vivencias y aprendizajes propios del mismo, disolviendo la frontera entre el espectador y la producción.” (Ibíd.)

 

Tanto padres como docentes y estudiantes pueden utilizar el espacio cultural que debe propiciar la escuela para la generación de ideas, para fomentar la amalgama de imaginarios colectivos e individuales de las representaciones del mundo y que a su vez permita el análisis, la discusión y la reflexión del contexto histórico – social.

 

El arte y la cultura deben ser el elemento aglutinador de las motivaciones y los sentimientos de los niños y adolescentes. Es importante tener claro que

 

“los adolescentes no huyen despavoridos ante propuestas artísticas y culturales, sino que las ven como oportunidades para expresar sus ideas, su visión sobre el mundo en el que viven, la realidad en la que están inmersos y por supuesto, sus deseos y esperanzas.” (Ibíd., p. 16)

 

Para todo ello es necesario que los niños y jóvenes sean motivados constantemente a las prácticas artísticas. Los padres y los docentes son la clave en este proceso. Así mismo, es necesario abrir las oportunidades de creación, participación y autonomía artística a los jóvenes e infantes. Sin embargo, los docentes y padres juegan un rol importante “en cuanto al acompañamiento, orientación y negociación.” (Ibíd., p. 17) Debemos recordar que los jóvenes buscan trastocar los límites, por lo que es tarea de los adultos brindar el apoyo necesario, así como el sabio consejo ante temas tan trascendentales como el respeto y la responsabilidad.

 

Aunque la libertad y autonomía artística es importante, es trascendental que los adultos brinden “un ámbito de libertad responsable, respetuoso de la diversidad de ideas y expresiones.” (Ibíd.)

 

Finalmente, es importante recalcar el papel que debe tener toda la comunidad educativa y sobretodo la participación de todos estos miembros activos en el proceso de enseñanza y aprendizaje. Es necesaria la participación de los padres de familia en la producción y apreciación cultural, así como de los docentes en la gestión y autogestión de los procesos educativos y culturales.

 

 

Bibliografía

 

Cocco, Madeline. 2003. La Identidad en Tiempos de Globalización. Comunidades Imaginadas, Representaciones Colectivas y Comunicación. FLACSO, San José.

 

Franco, Jean. 1997. La Globalización y la Crisis de lo Popular. En Nueva Sociedad, N° 149. Mayo – Junio.

 

García, María Eugenia; Pili, María Dolores y Buccianti, María Laura. S. f. Adolescentes, Educación, Arte y Cultura. Mesa VIII: Relación entre los diferentes públicos. Museo – Escuela Secundaria. Primera Jornada Internacional de Educación. La Dimensión Educativa en los Museos de Arte y Centros Culturales, pp. 14 – 18.

 

Held, David; McGrew, Anthony; Goldblatt, David y Perraton, Jonathan. 2000. Transformaciones Globales, Política, Economía y Cultura. Oxford University Press.

 

Malo González, Claudio. S. f. Patrimonio Cultural y Globalización. Versión Digital.

 

Molina, Iván. 2003. Identidad nacional y cambio cultural en Costa Rica durante la segunda mitad del siglo XX; Editorial de la Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica, Serie Cuadernos de Historia de las Instituciones de Costa Rica, N° 11.

 

Ramos Pérez, Arturo. 2002. Globalización y Neoliberalismo. Ejes de la Reestructuración del Capitalismo Mundial y del Estado en el Fin del Siglo XX. Editores Plaza y Valdés, México. Universidad Autónoma de Chapingo.

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