La Función Política de la Educación. Una Amalgama Irrenunciable

José Solano Solano

15 de Abril de 2009

Es interesante como se ha debatido el tema de la función política de la educación en los últimos cien años. Más aún, cuan debatido ha sido la conveniencia o no del tratamiento de los temas políticos dentro de los salones de clase. No cabe duda que es necesario generar algunas ideas que aporten al debate en medio de una fuerte desinformación mediática e incluso la censura promovida por los gobiernos considerados democráticos como el costarricense.

 

El educador es, ante todo, un ser político. Debe formar conciencias críticas, no manipularlas. Esto es claro. Piaget afirmaba que el ser humano aprende de acuerdo al estadio de desarrollo en el que se encuentra, estableciendo fechas límite que encasillan a los niños y jóvenes a un rango de maduración psicomotora y cognitiva casi inapelable. Si bien los aportes de Piaget son fundamentales para el desarrollo de la educación moderna y constructivista, afloran las dudas que dejan en entredicho muchísimos casos de niños y jóvenes que escapan a estos esquemas. Además, los aportes de figuras como Vigotsky replantean la forma de aprendizaje humano, alejándolo de estos cánones limitantes.

 

Vigotsky afirmaba que el ser humano aprendía no de acuerdo a la edad que tuviera, sino de acuerdo al contexto sociocultural e histórico en el que se desarrollara. Esto quiere decir que un niño puede superar los límites de los estadios de desarrollo piagetianos, siempre y cuando ese niño haya sido educado bajo las condiciones necesarias para madurar su pensamiento. Es así como sería ridículo pensar que los educadores comprometidos con la lucha sociopolítica intentan manipular las mentes de los jóvenes. Es más, podríamos hablar de manipulación en los primeros años de vida de los niños, donde lo pequeños van aprendiendo ciertas conductas y valores, mas en los jóvenes, donde sus criterios son más amplios, es iluso pensar que se vayan a creer todo sin cuestionarlo. Se trata, pues, de abandonar viejas concepciones pedagógicas, afrontar nuevos retos y dejar de creer que los jóvenes son estúpidos o seres alienados que solo piensan en banalidades.

 

Pues bien, partiendo de estas consignas, se plantea una segunda faceta del educador: la formación. El educador debe trabajar con el educando en la búsqueda de soluciones democráticas y participativas incluyentes de cara a la realidad sociohistórica, económica y cultural; esto los convierte en seres políticos. Una conciencia crítica y actitud activa ante los problemas nacionales y mundiales son las bases que debe fomentar la educación. No se trata de formar para la acumulación de capital ni para ser productivo en el mercado, no es crear mentes fofas que solo desean tener y tener, sin importar los medios, porque así lo dicen los medios, la publicidad y las políticas de gobierno. Se trata de formar personas pensantes, críticas, abiertas a los cambios en beneficio de las mayorías, la solidaridad y el amor.

 

Estos han sido los dilemas que han puesto en la picota a educadores y gobierno. Basta con recordar la coyuntura del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y Centroamérica, donde, en un artículo de La Nación del día viernes 12 de agosto de 2005, el Ministerio de Educación Pública “censuró […] el llamado hecho por un sindicato para que los profesores hablen en contra del TLC en los colegios.[1] Es más, se llegó al extremo de sancionar a los educadores por “imponer su criterio”, pero jamás se llamó a la censura ni la sanción a los que igualmente “imponían su criterio” a favor del Tratado.

 

En un caso similar en nuestro país, pero a principios de siglo XX, fue lo que le correspondió vivir al célebre educador Omar Dengo cuando, en una carta abierta al ministro de educación de aquel entonces, se atrevió a decir frente a la censura impuesta que “los derechos del educador no pueden quedar reducidos como los del gendarme a simple emisión del voto personal en el momento oportuno. Si el educador está llegando a ser cada día más el progenitor de reformas sociales entonces no comprendo cómo, ni la escuela ni el colegio, deben encontrar el menor obstáculo en el esfuerzo de reconocer y expresar el transcendente sentido de sus finalidades” [2]

 

Lo que el Maestro Omar Dengo quiere decir es que el educador va más allá de un simple derecho individual para transformarse en un agente de cambio. La finalidad es, pues, la participación activa de la escuela en la toma de decisiones para lograr las transformaciones que la sociedad actual requiere, las cuales van encaminadas hacia la toma de conciencia, el pensamiento crítico y la acción cultural.

 

Por eso es ingenuo pensar que el educador y los educandos son ajenos a los procesos de cambio y a la participación política, puesto que “los individuos no solo “viven” dentro de la ideología por medio de las prácticas de las que ellos participan en los diferentes aparatos ideológicos [la escuela en este caso], sino que también están constituidos por ideología.”[3] Es por ello que el educador debe situarse en el espectro ideológico y comprometerse abierta y plenamente como ser político que es. Para eso el educador debe trascender su ser y “ser más” como afirmaba el Maestro Freire. Ese ser más no es otra cosa que la toma de conciencia y la acción cultural en beneficio de las grandes mayorías oprimidas de la sociedad.

 

Otro error común, pero de pleno conocimiento y consentimiento para el poder político opresor, es conllevar el doble discurso sobre la acción política dentro del salón de clases. Esto se manifiesta, como se afirmó líneas arriba, en el hecho de que el educador no debe participar abiertamente de la política, que debe ser neutral (y por ende que no trascienda el ser), que no piense, que no forme y que no cree conciencia crítica en sus educandos; sin embargo, el educador responde a una política educativa emanada desde el poder dominante o desde el gobierno y partido de turno, es decir, el sistema educativo en sí corresponde a toda una estructura ideológica que viene dada desde el poder que lo conforma y con plena conciencia de ello.

 

Es así como “mantener el control de la escuela es asegurarse la transmisión ideológica dado que gracias al carácter persuasivo, insistente y repetitivo de la comunicación educativa, se hace posible la internalización de ideas [,] modos de hacer y pensar.”[4] Es por ello que el currículum nacional, los libros de texto, el proceso de enseñanza y aprendizaje, la metodología y hasta el currículum oculto están totalmente impregnados por la ideología imperante.

 

Para Althusser, “el aparato ideológico del Estado, y particularmente las escuelas, representan las instituciones más importantes que actualmente aseguran el consentimiento de las masas en la lógica del capitalismo dominante.” [5] Esto es claro cuando se palpa la formación (o deformación) recibida dentro del sistema educativo, el cual se encamina meramente hacia la especialización, la productividad y la eficiencia frente al mercado, quedando de manifiesto que cualquier intento de racionalidad incomoda a la estructura económica y desestabiliza el statu quo. La función del educador debe ir encaminada, por tanto, a la lucha constante por revertir este proceso deshumanizante y cargado de egocentrismo y avaricia.

 

“Pedagogía y política son partes constitutivas de un todo. Que no se pretenda hacernos creer que la pedagogía nada tiene que ver con la política; y que no se afirme engañosamente que la escuela no debe ser profanada por ideologías y doctrinas políticas que nada tienen que ver con el proceso de aprendizaje.”[6] La institución educativa es, ante todo, un centro de conflicto ideológico y de acción cultural latente, la política forma parte inherente del educador y su quehacer, el cual debe afrontar la realidad y tomar partido frente a ella, no partidariamente, sino como opción político-ideológica; debe abandonar la supuesta objetividad y neutralidad y no quedar indiferente ante la injusticia, la violación de derechos humanos, la falsa libertad, la pobreza y la desigualdad.

 

En resumen, la educación tiene una función política, el educador y el educando no escapan a esta realidad explícita. Existe un aparato ideológico que aplasta a la sociedad y que la aferra a los valores dominantes, sin embargo, es función del educador comprometido anteponer los valores de solidaridad, de justicia, de amor y libertad por encima de la lógica del mercado, se debe formar hacia una mentalidad abierta, de transformaciones en beneficio de las mayorías, de criticidad y acción cultural.



[1] Villegas, J. y Gólcher, R. (2005) MEP censura llamado sindical a hablar en colegios contra el TLC. En La Nación, Viernes 12 de Agosto de 2005, Nacionales. Versión digital.

[2] Dengo, O. (1961) Escritos y Discursos. Editorial Lehmann, San José Costa Rica, p. 265.

[3] Giroux, H. (2003) Teoría y Resistencia en Educación. Una pedagogía para la oposición. Siglo Veintiuno Editores, México, p. 171.

[4] Gutiérrez, F. (1982) Educación como praxis política. Editorial Ipec – Nueva Década, San José, Costa Rica, p. 20.

[5] Althusser (1971) en Giroux, H., Ibíd., p. 168.

[6] Gutiérrez, F. (1982) Educación como praxis política. Editorial Ipec – Nueva Década, San José, Costa Rica, p. 19.

 

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