La iniciativa personal en los colectivos igualitarios

José Solano Solano

26 de Noviembre de 2015

En una sociedad de iguales no existen gobernantes ni gobernados, no existe el liderazgo que guía una manada. En una sociedad de iguales simplemente está el hombre y la mujer libre frente a otros hombres y mujeres libres que, en su diversidad, tienen la plena capacidad de tomar decisiones y buscar el logro de sus intereses sin la intermediación de terceros, sin representantes. Hombres y mujeres conocen sus propias necesidades y las consiguen con el apoyo de otros, no a costa de esos.

 

Sin embargo, es importante reconocer que en esta sociedad diversa, con capacidades diferentes, existen miembros de la sociedad que aportan o pueden aportar al grupo en el cual conviven. Y es que, así como es diversa la sociedad, así de diversos son los aportes que pueden brindar, siempre de acuerdo a esas capacidades individuales. Evidentemente, estos aportes, estas iniciativas, deberán ser promovidos y fortalecidos a cada individuo que conforma un colectivo. Si se coarta la iniciativa, se cae en autoritarismos nefastos donde solo unos ungidos tienen la capacidad para hacer las cosas de forma correcta. Dice Kropotkin que

 

cuando cada miembro de la sociedad comprende la solidaridad para con los demás, mejor se desarrollan en todos esas dos cualidades que son los factores principales de la victoria y del progreso: de una parte el valor, y la libre iniciativa del individuo, de la otra. (…) Sin confianza mutua no hay lucha posible, no hay valor, no hay iniciativa, no hay solidaridad, no hay victoria; es la derrota segura. [1]

 

Por lo tanto, nace la pregunta: ¿Es la iniciativa personal perniciosa en una sociedad que se pretende libre e igualitaria? ¿Qué ocurre a lo interno de los colectivos, de los grupos organizados que luchan por una sociedad así? La respuesta es: para nada, en un colectivo lo que hace la iniciativa personal es enriquecer al grupo y las acciones. El desarrollo de todas las facultades que llevan a la solidaridad entre los individuos y, por tanto, entre la sociedad, hace que la iniciativa individual se convierta en un acicate para estrechar los lazos en la lucha por un mundo mejor. Esto conlleva a un fortalecimiento del compromiso grupal y social.

 

Ahora bien, esta iniciativa personal no debe ser entendida como causalidad del provecho propio según la mentalidad liberal burguesa. Sería la simple y llana “libertad” de empresa (iniciativa privada que priva la solidaridad) que, como bien se sabe, implica la explotación de unos sobre otros. No se trata de esa iniciativa que lleva a aplastar a otros con la idea de conseguir un fin meramente económico y egoísta (con este velo se cubre el concepto de emprendedurismo por ejemplo). No. La iniciativa personal aquí analizada parte del fundamento que lleva al, y nace del, apoyo mutuo.

 

Esta iniciativa, que no es liderazgo, es la fuerza que emana de la consciencia solidaria, del compromiso que parte del beneficio común. La persona se compromete con el grupo, con los otros, se inspira a actuar, nace en él un sentimiento creativo para engrandecer la acción colectiva. Pero, nuevamente, esto solo se logra en el tanto exista una noción clara y consciente del interés colectivo, de la lucha por una sociedad mejor. Así, el sentido egoísta de satisfacción personal se pierde y nace el apoyo solidario. La satisfacción se genera en el individuo por medio de dos vías: lograr un interés propio o ayudar a otro. Si bien son manifestaciones distintas, la esencia es la misma en la naturaleza de la acción.

 

En una sociedad de iguales, el individuo, que es en tanto se identifica con otros, no conlleva su supeditación hacia el grupo. El individuo tiene su propia iniciativa creadora que es útil a la colectividad en tanto se hace en beneficio de todos. El egoísmo, que es contrario a la utilidad grupal sería, por tanto, perjudicial, vista como negativa. Esta no colabora en el desarrollo pleno del conjunto social al cual pertenecen los individuos, todo lo contrario, inhibe cualquier iniciativa y lleva, más temprano que tarde, a una crisis del tejido social en su conjunto.

 

Los apologistas, como siempre, están en un error. Ni los grupos mayoritarios pueden anteponerse al individuo, no lo pueden ningunear ni opacar tras el velo del “beneficio colectivo”; ni el individuo puede anteponerse a los intereses de la colectividad bajo la excusa del pleno desarrollo de la personalidad. La suma de individuos conforma la sociedad y cada uno de estos no puede abstraerse ni aislarse el uno del otro. Cada cual se necesita y esta ha sido la única forma de que, como especie, la humana sobreviva. Por otro lado, cada individuo es diferente, con capacidades diversas que se complementan en el conjunto de esas capacidades diferentes que poseen. Por tanto, cada cual aporta de acuerdo a sus posibilidades y cada cual recibe según sus necesidades. Colectividad e individualidad se complementan, son recíprocas, no se anulan.

 

El respeto hacia los otros significa valorarlos en sus capacidades y en sus esfuerzos personales por mejorar la sociedad. Esa sociedad, por tanto, debe respeto hacia esas personas que hacen todo lo posible por hacer bien las cosas, con sus aportes pequeños o grandes. Y no se confundan estas palabras. El individuo, así como la iniciativa personal, no es sinónimo de individualismo o egoísmo. El individuo es una parte del conjunto, una parte del todo, sin el cual ese todo no existiría. La sociedad es la vida humana, es el entorno natural por antonomasia, no puede aislarse a la persona de esta porque perecería irremediablemente. Toda creación humana es colectiva, no individual, requiere del trabajo de todos en mayor o menor medida. La creación humana solo es valiosa en tanto es útil para todos, pues el valor solo lo reconoce la colectividad.

 

Nota

 

[1] Kropotkin, P. (2008) La moral anarquista y otros escritos. Buenos Aires: Libros de Anarres, p. 33

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