La Literatura Existencialista de Posguerra. Un Breve Acercamiento al Teatro de Carlos Solórzano

José Solano Solano

23 de Octubre de 2008

La Segunda Guerra Mundial no habría sido definida sin una peculiar pero estratégica alianza: Roosevelt y Stalin, decidieron, en 1943, que la única forma de acabar con el avance de Hitler sobre Europa sería si ambas fuerzas se unían para acabar con el enemigo común. Esto sería ratificado en las Conferencias de Teherán, El Cairo y Yalta entre 1943 y 1944. (Contrastar en Duroselle, J., 1975, pp. 93 – 105; Hobsbawm, E., 2003, pp. 149 – 152; Thomson, D., 1970, pp. 182 – 217)

 

Sin embargo, el contexto histórico en el que se enmarca esta alianza está determinado por la situación específica de guerra y no implicaba el reconocimiento armonioso y pacífico de ambas potencias, tan solo un momentáneo abandono de sus rencillas ideológicas mientras se lograba la paz, relativa por cierto.

 

En síntesis, según Hobsbawm,

 

“Esa situación era excepcional y fue relativamente efímera. […] En otras palabras, estuvo condicionada por el ascenso y la caída de la Alemania de Hitler […] frente a la cual Estados Unidos y la URSS hicieron causa común porque la consideraban un peligro más grave del que cada uno veía en el otro.” (2003, p. 149)

 

¿Por qué partir con esta alianza tan excepcional y efímera como afirma el historiador? Sencillamente porque eso fue. Tras la caída de Alemania y la rendición japonesa para 1945, el rumbo de la historia se encaminaría hacia lo que se conoce como “Guerra Fría”, es decir, el choque ideológico entre ambas potencias vencedoras. La posguerra, por lo tanto, modificaría el escenario mundial, traduciéndolo en nuevas esferas de pensamiento y desarrollo cultural sin precedentes, y es quizás, siguiendo a Hobsbawm, mejor manifestada en “la radicalización política de los años sesenta, anticipada por contingentes reducidos de disidentes y automarginados culturales etiquetados de varias formas.” (Ibíd., p. 326) (Contrastar en Duroselle, J., 1975, pp. 106 – 123; Hobsbawm, E., 2003, pp. 325 – 331)

 

Mientras tanto, solo en España, el fascismo –llamado también falangismo– había logrado lo que Hitler o Mussolini habían ansiado. Durante los tres años de guerra civil (1936 – 1939), España se había convertido en el tubo de ensayo alemán e italiano para poner a prueba su poderío militar, en este caso contra la Unión Soviética. Tras la victoria, los treinta y cinco años de poder en manos de Franco significaron una “feroz represión, durante los que el terror institucionalizado y la violencia […] bajo diferentes formas, el control social, la degradación y la humillación de los vencidos, etcétera, […] añadieron más sufrimiento” a la población y tensaron a su vez las relaciones internacionales. (Ruiz-Vargas, M., 2006, p. 5)

 

En América Latina los procesos de la posguerra se manifestaron en cambios políticos, económicos y sociales trascendentales como producto de la realidad internacional de estos primeros años de la segunda mitad del siglo XX. Muchos países latinoamericanos, venían poniendo en práctica un modelo de desarrollo diferente, basado en una fuerte intervención del sistema capitalista, dado a conocer como los Estados de Bienestar que, ante todo, perfilaban a la sociedad y al desarrollo desde un punto de vista más equitativo, pero más que eso, “en América Latina el Estado de bienestar fue un factor de cohesión y consolidación nacional” (Portillo, A., 2004) por lo que entre sus pilares se hallaba un sistema educativo y un proyecto de cultura en desarrollo, donde las artes, con las características de lo latinoamericano, van a formar parte de la amalgama del quehacer artístico e intelectual.

 

Pero también, luego de la Gran Guerra, “los Estados Unidos desarrollaron su política con respecto a la América Latina, no sobre la base exclusiva de sus intereses en la zona, sino también desde la perspectiva de su nuevo rol como superpotencia en conflicto con la Unión Soviética.” (Berrios, R., 1988, p. 28)

 

Por lo tanto, con la expansión y fortalecimiento del modelo de bienestar en América Latina se logró que existiera una mayor conciencia del ser latinoamericano, de todos aquellos elementos que determinan a la región y que la distinguen del resto del mundo, características como el desarraigo, el componente indígena o la desigualdad social, pero también la llegada de la confrontación Este – Oeste bajo la figura de los Estados Unidos por sobre los intereses y realidades latinoamericanos. (Contrastar en Berrios, R., 1988, pp. 23 – 33)

 

Estos fenómenos históricos particulares de los años posteriores a la Gran Guerra y a la Guerra Civil Española moldearon el pensamiento crítico e ideológico de los movimientos culturales de las décadas posteriores, no solo en Europa, sino también sobre los procesos históricos que en general se manifestaban en el resto del mundo, donde América Latina no era la excepción. Esto sucedió a través de dos tendencias explicables dentro del contexto histórico subsiguiente. (Contrastar en García Ruiz et. al., 2006, pp. 498 – 502)

 

En primer lugar, se manifiesta un desasosiego social ante la debacle mundial, es así como el existencialismo aparece en escena ante la necesidad de buscar la razón de ser y del por qué vivir, ya que se generó “una percepción del existir coincidente con la “experiencia trágica” incardinada en la terrible circunstancia de la segunda posguerra mundial” (García Ruiz et. al., 2006, p. 499), lo cual no es más que ese pesimismo ante una paz fallida y donde más bien el mundo es ahora escindido en dos bloques insensatos e indiferentes ante las realidades de los pueblos.

 

En segundo lugar, los movimientos que van a presentarse posterior a los primeros años de posguerra, aunque basados en el existencialismo, van a empezar la búsqueda por ciertas reivindicaciones, pero sobretodo, ante la incertidumbre del mundo bipolar, sustentándose así una profunda crítica hacia los sistemas capitalista y comunista, de esta forma, los años sesenta se convertirían en el símbolo de la radicalización y de un sentimiento que ansiaba el cambio social y político mundial, y sería la juventud quien iba a garantizarlo, pues “la cultura juvenil se convirtió en la matriz de la revolución cultural” (Hobsbawm, E., Ibíd., p. 331) y su rebeldía en la crítica contra el orden establecido.

 

Todos estos fenómenos socioculturales y político-económicos que estaban configurando al mundo influyeron directamente sobre el pensamiento latinoamericano y español de la época. El teatro no sería la excepción en este contexto histórico. Por un lado,

 

“el existencialismo […] no estaba llamado a producir per se materializaciones teatrales necesariamente renovadoras y, de hecho, no tuvieron tal carácter […] pese a la densidad reflexiva que fueron capaces de inducir en las mentes occidentales las obras de un Sartre o de un Camus” (García Ruiz et. al., Ibíd., p. 499)

 

Al otro extremo, continuando con García Ruiz y otros,

 

“la historia del teatro europeo de posguerra muestra cómo, para generar la revolución radical que, en efecto se produjo, fue necesario que el aliento producido por la carga conceptual existencialista hallara un cauce de renovación apto para comunicar en la escena dicho pensamiento, pero, al mismo tiempo, portador en sí mismo del germen de las nuevas formas.” (Ibíd., p. 499)

 

Es importante pues, recalcar la importancia que estos cambios estructurales estaban modificando la práctica literaria en general y teatral en particular. Este nuevo desarrollo sociohistórico logra percibirse en América Latina y España a través del movimiento literario de la posguerra como contestataria del nuevo orden mundial y específicamente en la España franquista, la misma España que se encargaría de perseguir y reprimir los nuevos movimientos literarios, a través de la censura y la persecución sistemática de todo lo contrario al orden imperante. (Contrastar en Ruiz Vargas, M., 2006, pp. 5 – 6)

 

En Latinoamérica, la obra que Carlos Solórzano desarrolla está claramente imbuida en los trabajos de Albert Camus, así como de otros literatos y filósofos de la época. Y es que “el teatro que encontró en esos momentos estaba revestido de una gran solemnidad, ya que el teatro de posguerra funcionó como un examen de conciencia.” (García, R., s. f., p. 98) Esta conciencia, en especial por lo latinoamericano, se va a reflejar en las obras del dramaturgo en casos específicos como el componente indígena, la situación de la mujer, los obreros o los campesinos. Es por ello que, “México y Guatemala han aportado a las piezas de Solórzano una gama de personajes representativos de las distintas clases y posturas sociales que registran una angustia nacida de la ausencia de la libertad.” (García, D., s. f., p. 67)

 

El mismo Solórzano se referiría a la obra de Camus como aquella plasmada de la profundidad existencialista, donde

 

“el público veía en él [Camus] a un guía y director ideológico, de manera que asistía a su obra con verdadera devoción, como quien va a un acto colectivo en el que se plantea una serie de problemas de conciencia comunes que se expresan ahí”. (García, R., Ibíd.)

 

Es así como, para su obra “Los Fantoches”, Solórzano demuestra esta relación entre lo histórico y social de su época con el naciente género del teatro de la posguerra, pues entre líneas refleja ese existencialismo pero a su vez critica la realidad latinoamericana producto de las mismas contradicciones internacionales como la pugna entre el capitalismo y el comunismo y las desigualdades internas entre los grupos más desfavorecidos y la burguesía, y por lo tanto, la prevalencia del poder político y económico en aquellos que rigen los destinos de las mayorías.

 

En Solórzano, “sus preocupaciones temáticas parten de los problemas sociales que Latinoamérica enfrenta todavía en la actualidad y que frenan el desarrollo del hombre.” (García, D., Ibíd.) En última instancia, el dramaturgo busca plasmar la realidad histórica y social del ser latinoamericano, cuya influencia directa radica en el mundo Posguerra Civil Española y Posguerra Mundial que tanto pesar trajeron sobre Europa, lugar que marcó su carrera teatral y donde se empapó del ideario existencialista cuyo reflejo estaba determinado por un contexto particular de la historia.

 

 

Bibliografía

 

 

Berrios Martínez, Rubén (1988) La Confrontación Ideológica entre los Estados Unidos y la América Latina. En 25 Años de Relaciones. América Latina – Estados Unidos. Sociedad Cooperativa Publicaciones Mexicanas, S. C. L., México D. F., México.

 

Duroselle, Jean Baptiste (1975) Europa de 1815 hasta nuestros días. Vida Política y Relaciones Internacionales. Editorial Labor S. A., Barcelona, España.

 

García Arteaga, Ricardo (s. f.) Carlos Solórzano: Cincuenta Años de Docencia Teatral. Revista de la Universidad de México, México. Revista electrónica. Consultado de http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/2005/pdfs/97-99.pdf el día 11 de junio de 2009.

 

García Pérez, David (s. f.) La Recepción del Existencialismo Camusiano en el Teatro de Carlos Solórzano. Centro de Estudios Clásicos, IIFL – UNAM, México.

 

García Ruiz, Víctor y otros (2006) Historia y Antología del Teatro Español de Posguerra (1940 – 1975). Editorial Fundamentos, España. Libro digital. Consultado de http://books.google.co.cr/books?id=aIpwg60sP94C el día 11 de junio de 2009.

 

Hobsbawm, Eric (2003) Historia del Siglo XX (1914 – 1991). Editorial Crítica, Barcelona, España.

 

Portillo, Álvaro (2004) El Estado de Bienestar en América Latina. Revista La Factoría, Cataluña, España, Número 22 – 23. Revista Digital. Consultado de http://www.ElEstadodebienestarenAméricaLatina_AUTORÁlvaroPortillo_LaFactoría,revistasocial.htm el día 13 de junio de 2009.

 

Ruiz Vargas, José María (2006) Trauma y Memoria de la Guerra Civil y de la Dictadura Franquista. Revista de Historia Contemporánea, Número 6. Revista electrónica. Consultado de http://hispanianova.rediris.es/6/dossier/6d012.pdf el día 11 de junio de 2009.

 

Thomson, David (1970) Historia Mundial de 1914 – 1968. Fondo de Cultura Económica, México.

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