La Revolución Verdadera. A propósito de Libia y nuestro deber

José Solano Solano

30 de Noviembre de 2011

“En una Revolución se vence o se muere si es verdadera” le diría alguna vez Ché a Fidel Castro antes de aventurarse a la lucha por la liberación cubana. Un proceso llevado a cabo por el pueblo y que hasta la fecha sigue resistiendo contra la potencia imperial más grande del planeta, defendiendo lo que es suyo, porque lo hicieron suyo.

 

Más allá de lo que pensemos sobre este proceso latinoamericano, no cabe duda que la envergadura de la Revolución, en cualquier parte del mundo, conlleva el sentimiento más hermoso que puede existir y que hace al ser humano verdaderamente humano: el amor. Pero también lleva, irremisiblemente, al acto más grande de todo lo humano: morir por lo suyo, por los suyos y por los otros. Esta palabra, por ende, trasciende las concepciones academicistas de cambio o transformación, ya obvias por su misma esencia.

 

Revolución adquiere sentido en la humanidad, en la angustia por la injusticia, por el dolor ajeno ante los embates del imperialismo, tan latente como siempre. Pero la Revolución sólo lo es cuando nace de las entrañas de los pueblos que luchan por su libertad y sus derechos pisoteados. La Revolución es la mayor demostración de solidaridad frente a la opresión, el desprecio, el olvido, el abandono, la exclusión.

 

Al hablar de Libia y sus rebeldes, mal llamados revolucionarios por las poderosas cadenas de medios de desinformación, se debe hacer hincapié en el proceso mismo que llevó a los sucesos que hoy generan diversas reacciones para bien, o para mal. Fue un proceso que parece haber iniciado como el resto de rebeliones ciudadanas de África y Oriente Medio, algunas exitosas y otras repelidas por medio de la represión y la muerte, mas empezó a deslegitimarse con la invasión de la OTAN a Libia y con el suministro de armas a los rebeldes.

 

Más allá de la obvia línea de poder llevada a cabo por Gadafi, el imperialismo, que antes se reboleaba con el famoso dirigente libio, ahora se convierte en su verdugo. Definitivamente en “el imperio mañoso nunca se debe confiar” diría Silvio Rodríguez. Y peor aún, su barbarie fue manifiesta en la propia muerte del exgobernante. Todo lo anterior solo demuestra que la famosa “revolución” libia no fue tal, pues dejó de tener todo sentido lógico y directivo, se convirtió más en una simple venganza contra un hombre que en una lucha de verdadera transformación social, política y económica enmarcada en los bellos sentimientos del amor solidario.

 

El proceso libio continua ahora desde la dirigencia servil al poder imperial, los recursos ya se sabe donde irán a parar. Irak, más allá de ser un ejemplo, pues el paralelismo es evidente, se convirtió en el modelo de saqueo, destrucción y muerte del imperio contra los más débiles. Las enormes reservas de petróleo y agua ya tienen un destino, en barril o en botella, pero directo a las potencias mundiales por parte de las empresas reconstructoras euro-norteamericanas con los gobiernos títeres que se restablezcan. Así como todo parece ser un espejo de lo sucedido en Irak, tampoco se deslinda de la transición que le correspondió vivir a la antigua Unión Soviética en el año 1991. El gobierno en transición tomará el poder, se convertirá en la nueva burguesía libia, impondrá la globalización e institucionalizará el saqueo de las transnacionales.

 

La Revolución, por tanto, jamás debe ser traicionada. Que estos casos sirvan de ejemplo para jamás dejar perdidos los sueños, ese es el deber del verdadero revolucionario. Los cambios que ya empiezan a quebrantar el mundo deben ir cargados del “ser más”, de la concientización, sin esta realidad ineludible, jamás se podrá generar la transformación tan ansiada. La Revolución se gana o se muere por ella, pero jamás se entrega.

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