La semilla que aún germina: una semblanza necesaria

José Solano Solano

3 de Junio de 2015

Entender la libertad en su máxima expresión, vista como utopía capaz de ser materializada en la praxis, es la forma de entender el pensamiento de quien escribe estas líneas. Sin embargo, estas ideas nacen de una semilla necesaria para Costa Rica. Esa semilla, se puede decir sin temor alguno, la ha sembrado José Julián Llaguno Thomas con su libro La semilla que germina: anarquismo, cultura política y nueva intelectualidad en Costa Rica (1900-1914).


¿Un politólogo hablando de historia? Esa es la misma cuestión que se planea el compañero Llaguno. Y sí, él decidió tomar la batuta en un área de investigación totalmente marginada por la historiografía costarricense: el anarquismo. El irreverente y peligroso anarquismo renace en este texto como una necesidad latente para todos aquellos que se han cuestionado las razones por las cuales la anarquía no se ha estudiado en el país. Mea culpa incluso. Llaguno deja callado a más de uno con su propuesta.


Necesidad, sí. Necesidad radical, se diría. Costa Rica vive momentos oscuros, cargados de represión, injusticia, persecución y un terco desvelo del Estado por controlar cualquier signo de rebeldía. Y claro, ha de entenderse desde su dinámica misma, como instrumento del capital y que en este terruño de felicidad tiene anclado sus grandes negocios. Negocios que llaman a la muerte y a la indolencia: ya Jairo Mora dio el grito de alerta.


Necesidad otra vez, necesidad radical se dirá. Llaguno lleva al lector hacia la comprensión política y cultural de una forma de pensamiento que hoy en día se encuentra bajo la lupa de la represión policial y de la incomprensión popular. Es una necesidad en tanto un libro como este llega en el actual contexto de persecución política que viven muchos luchadores sociales, incluidos aquellos que decidieron la desobediencia absoluta al Estado.


Es la necesidad provocada por este sistema, que lleva hasta sus límites a algunos, que los llevó hace unos cien años a cuestionar el (des)orden establecido por el pensamiento político liberal. Roberto Brenes Mesén, Omar Dengo, Billo Zeledón, Joaquín García Monge, Elías Jiménez Rojas, entre otros, sembraron un campo que llamaba a la desobediencia, a no votar, a educar, a blasfemar. El Centro de Estudios Sociales Germinal fue el abono fecundo donde la semilla se sembró, así como aquellos diarios contestatarios como La Aurora, Renovación, Vida y Verdad o Sanción, que despertaron el interés por repensar la historia, por repensar el mundo.


Llaguno Thomas le recuerda a Costa Rica que existió (y existe) un movimiento anarquista, que nació al calor de “la nueva intelectualidad” de principios de siglo XX, que tenían un proyecto social alternativo, que conmemoró por primera vez el Primero de Mayo (que recordaba a su vez a los anarquistas muertos aquel fatídico día en Chicago), que promovieron el anarcosindicalismo como fundamento revolucionario, que alzaron su voz en contra de la injusta muerte del educador Francisco Ferrer i Guardia, que estaban contra la represión y que hablaban de libertad.


Hay tanto que decir de La semilla que germina y tan pocas son las cuartillas. Sin embargo, baste con valorar el arduo trabajo de Llaguno Thomas para acercar al lector a la historia de un movimiento invisibilizado, pero aun presente. Es una semilla que crece fecunda en los corazones de muchos, de los incomprendidos, de los “soñadores” que se plantean la anarquía y la libertad en su máxima expresión, desde su cotidianidad, enfrentando al Leviatán día con día, con pequeños actos.


Llaguno no solo siembra la semilla con su libro, sino que proporciona el abono. Deja las puertas abiertas para futuras investigaciones que vayan sacando del baúl empolvado el pensamiento que se creía fracasado. Este libro demuestra que aún falta mucho por aprender, por descubrir de aquellos precursores, para seguir anhelando la revolución social que pondrá fin a todo autoritarismo, a toda represión, a toda muerte, a toda persecución, a toda prisión.


Ojalá, el gran esfuerzo de José Julián sea valorado por los investigadores. También por los educadores que encaminan su praxis pedagógica hacia la libertad, la crítica y la transformación. A ellos, el compañero Llaguno dedica una de sus consideraciones finales: la trascendencia de La Escuela Moderna de Francisco Ferrer en el pensamiento de muchos educadores de antaño y que abrazaron el estandarte de la anarquía como Roberto Brenes Mesén u Omar Dengo.


Queda el camino abierto, queda la primera semilla en el campo, misma que, desde hace décadas, espera seguir germinando en aquellas personas que añoran ser libres. Y mejor aún, que nazca el fruto de la comprensión por parte de la sociedad respecto al pensamiento ácrata como eje de un mundo nuevo, un mundo para todas y todos. Los prejuicios hacen daño, por eso José Julián Llaguno Thomas hace un aporte valioso a la historia del país.

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