Lo que defienden ellos

José Solano Solano

29 de Diciembre de 2016

Cuando a los amantes de la libertad se les tacha y recrimina de colaboracionistas con la reacción conservadora o con la burguesía o con el liberalismo o con todo aquello que se ha llamado la derecha, es menester alzar la voz en nombre de la verdad. Especialmente cuando pueden hacerse todas las abismales diferencias entre aquellos que creen irreparablemente en la única y verdadera libertad, entendida esta como indivisible y despojada de todas las contradicciones, y quienes viven de sueños de opio, alucinando la coexistencia de la libertad y los instrumentos que la oprimen. Por esta razón, hablar de la Libertad, es echar por el suelo todo ese conjunto de libertades que la “revolución” liberal trajo desde el siglo XVIII.

 

A propósito de esto, es importante analizar el artículo El liberalismo. ¡Revolución de la libertad!, del empresario Emilio Bruce, publicado en La República el día viernes 16 de diciembre de 2016. Es comprensible –e incluso compartido el sentimiento– que el señor Bruce exalte su inconformidad con el apelativo de “neoliberal” que la izquierda ha encasillado a los liberales. Ha de serse franco, el liberalismo como tal es uno, una corriente de pensamiento que ha sabido adaptarse a los tiempos y etapas del capitalismo. Es una filosofía que, por demás, también cuenta con divergencias internas, tal y como ocurre en ideologías del peso histórico como lo es el marxismo y el anarquismo, ambas hijas de la revolución francesa.

 

Sin embargo, debe tenerse claro que el liberalismo, que aboga por la libertad, se quedó estancado en su apreciación de esta, se quedó en el siglo XVIII y jamás logró radicalizarse, fenómeno que sí conllevaría el desarrollo del marxismo y del anarquismo como superación de ese fenómeno que abogaba por la liberación humana. Y sin embargo, el señor Bruce no logra vislumbrar las enormes contradicciones que conlleva ese posicionamiento liberal y que afectan terriblemente “ese bien más preciado por todos” como lo es la Libertad. Mas debe tenerse claro, y aquí se hace esa salvedad que llena de razón a don Emilio, que los conceptos de “libertad, igualdad y fraternidad”, desde la visión liberal, no escapan a las formas políticas de entenderlas. Es decir, esas tres ideas maravillosas de la Revolución Francesa son, simple y llanamente, conceptos desprovistos de todo contenido social. Y es que el contenido social englobaría todas las aristas del desenvolvimiento humano, tanto lo político, como lo económico y como lo sociocultural, tanto material como espiritual.

 

¿Puede negarse el papel trascendental del liberalismo en la historia? ¿Puede obviarse el aporte filosófico de aquellos ilustrados durante el siglo XVIII? ¿Puede opacarse el parteaguas de la Revolución Francesa en la historia del mundo? Evidentemente la respuesta es no. Don Emilio habla con la verdad al escribir esa oda al liberalismo, a los monstruosos avances que lograron aquellos personajes del Siglo de las Luces en contra del despotismo, que se consagrarían finalmente con el advenimiento de la revolución liberal burguesa de 1789. Pero no puede hacerse una reflexión en torno al concepto de Libertad si esta va mediada por un idealismo filosófico que obvia los hechos concretos que la sustentan. Porque la libertad no es un intangible, es una vivencia, es una experiencia, es una lucha constante e inacabada por conseguirla. Hubo avances en este sentido, en la comprensión y adquisición de esa idea llamada libertad, mas no se ha alcanzado.

 

Es así como puede declararse que no, que los hombres no “fueron creados iguales y dotados de libertad”, tampoco es “algo natural, como las estrellas en la noche, como los albores o los celajes”. La libertad es un constructo continuo e inacabado, que no inició con el liberalismo, que han existido manifestaciones emancipadoras antiquísimas que así lo demuestran. La libertad, pues, no es algo consustancial al individuo; es, por el contrario, ajena a él, por ello se lucha por alcanzarla y vivirla. No se nace con ella, se conquista, desde la cotidianidad que parte con el nacimiento, hasta el encarnizado combate contra la opresión en los últimos días de vida.

 

Ahora bien, y como bien afirma don Emilio, la libertad es inherente a la igualdad. ¿Mas qué se entiende por igualdad? Si solo se trata de una igualdad política, es evidente que esta, por más romántica que se manifieste, no existe. Por más consagrada que esté en toda declaración de derechos, la igualdad política es solo una bella ilusión que, en aquel siglo ilustrado, pretendía igualar las condiciones y derechos de dos clases antagónicas que luchaban por el control del poder: la burguesía y la monarquía. Es decir, esta supuesta igualdad es completamente ajena a las grandes mayorías y los hechos así lo demuestran.

 

Pero efectivamente, la libertad solo puede entenderse en igualdad. Mientras existan detentadores del poder, mientras existan gobernantes y gobernados, no podrá existir la libertad como algunos pretenden que existe. Mientras las relaciones de desigualdad, tanto en lo político, económico y social se mantengan, no podrá hablarse ni experimentarse la libertad plena. Solo las relaciones entre iguales pueden emanar seres libres, esto por cuanto una posición de privilegio, sea cual sea su forma, traerá consigo una diferenciación marcada entre uno y otro individuo. Mientras existan detentadores de poder político y económico, la desigualdad estará siempre presente y, por tanto, existirá sometimiento de uno sobre otro, dependencia de los designios y caprichos de uno, sobre las necesidades de otro. Por esta razón, la propiedad privada jamás traerá libertad por cuanto unos la poseerán y otros no, porque unos pueden acumularla y millares no, porque esta trae consigo el beneficio de la ociosidad sobre el trabajo de otros.

 

Elegir un gobierno, o un producto, no trae libertad pues jamás se elige libremente, siempre hay una mediación de hechos y condiciones que imposibilitan esa libre elección de las personas. Solo la capacidad de hacer las cosas por sí mismo y de apoyarse mutuamente, podrá lograr la ansiada libertad. Nadie tiene la capacidad para gobernar a otras personas, ni ungidos por los Cielos ni mucho menos por sufragios universales, la historia bien lo demuestra. Por esta razón, el despotismo no acabó con el ascenso del liberalismo, tan solo cambió de forma: parlamentos, ministros, representantes electos, dictadores (uno, varios, oligarquías, burócratas). Mientras esos signos de la opresión se mantengan, no puede existir la libertad.

 

Muy románticas son las palabras que esgrimen los liberales, pero desde sus inicios solo han sido eso: romanticismos puros, irreales y fantasiosos sobre lo que es la libertad. Ellos la temen, todos la temen y por eso imponen leyes, gobiernos, propiedades, policías, fronteras, salarios, cárceles, estados, capitales, dioses de todo cuño, impuestos, trabajo forzado. Solo quienes aman la Libertad real y plena, piensan en abolir todo aquello que degenera en desigualdades y más opresiones. Es así de simple.

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