Masculinidad y parrillada

José Solano Solano

13 de Julio de 2013

Es interesante observar como alrededor de la parrilla pueden suscitarse reflexiones interesantes. Nada particular ocurre en un suceso o evento como éste, generalmente para compartir con la familia o amigos, sin embargo, una actividad aislada como parece ser el hecho de cocinar carne en un asador conlleva una extraña pero interesante demostración de masculinidad.

 

Lo que a continuación se escribe es sólo una reflexión con pinceladas de historia, antropología y, seguramente, sociología. Son algunos elementos de análisis que surgen de la meditación y no de un estudio profundo de la evolución biológica o histórica humana, más se diría que parte de un método deductivo gracias a la experiencia académica y a la lectura en ratos de ocio.

 

¿Por qué son los hombres los encargados de encender la parrilla y de cocinar los alimentos en ella?

 

Quizás ya lo había observado: son los hombres quienes se encargan de este proceso de socialización que cotidianamente le ha correspondido a la mujer en la sociedad patriarcal. ¿Será porque cocinar en la parrilla se realiza de vez en cuando? Parece que hay un trasfondo más interesante que vale la pena ser analizado.

 

Desde que se descubriera el fuego hace unos seiscientos mil años, se han llevado a cabo grandes transformaciones para la humanidad, el más importantes es, quizás, la cocción de los alimentos, lo que implicó cambios biológicos para el organismo: disminución del tamaño mandibular y por ende el desuso de las muelas cordales o lo innecesario de llevar ese pedacito de intestino llamado apéndice.

 

Al principio, lo importante era mantener esa llama encendida, tarea que correspondió tanto al varón como a la mujer. El cambio en estas relaciones de control sobre el fuego debió ocurrir con el dominio de este como tal, lo que a su vez fue también la decadencia del poder de la mujer en la sociedad. Sería pues, la llegada de la era patriarcal en la que el fuego sería controlado por el hombre. Esto podría deducirse por las funciones que cumpliera más allá de la cocción de los alimentos, esto es: para las ceremonias religiosas o para hacer la guerra.

 

Como puede notarse, ambas actividades estaban controladas principalmente por varones, salvo algunas excepciones de sacerdotisas pero que estaban dedicadas a divinidades inferiores.

 

En este ámbito religioso se nota el cambio de las concepciones divinas, anteriormente femeninas, por las nuevas masculinas. En el caso de las divinidades femeninas, estas son anteriores al Neolítico y sus representaciones estaban relacionadas con el elemento tierra, siendo precisamente la adoración a la Madre Tierra, la más importante de todas las deidades que pudiesen existir.

 

Madre que daba vida, era la lógica del culto en una sociedad matriarcal donde el papel de la mujer para la continuidad de la especie humana era fundamental. Quizás por ello, las teorías sobre el surgimiento de la agricultura le atribuyen a la mujer, y no al hombre, el desarrollo de la primera gran revolución de la humanidad: la domesticación de las plantas. Y es que parece tener sentido: en la última etapa del embarazo, la mujer debía quedarse en el campamento temporal, excluyéndose de las actividades de cacería que realizaba junto al hombre en total igualdad. En este lapsus fue que inventó la agricultura al tirar las semillas de los frutos que recolectaba del campo.

 

Así las cosas, las sociedades, con la agricultura, transformaron sus ritos. Se pasó de adorar a la tierra como elemento, femenino por antonomasia, dador de vida, lleno de amor y solidaridad, para adorar al fuego, perfectamente dominado por el hombre, el cual le halló una serie de nuevos significados: símbolo de muerte, destrucción y guerra, emblema del miedo, pero a su vez, la luz en la oscuridad de quien lo poseyese. En este último caso fue el acceso al conocimiento para unos pocos privilegiados en detrimento de grandes mayorías sometidos a estos.

 

El fuego, por lo tanto, fue acaparado por el hombre y lo divinizó: el dios sol, el dios padre, alto en los cielos como símbolo de grandeza y lejano para la sociedad que le temía, fungió como fundamento para una nueva forma de vida: el patriarcalismo con su división de clases y la desigualdad.

 

No es de extrañar que todas las divinidades posteriores al Neolítico sean masculinas, cuyo elemento es el fuego representado en el Sol: Ra, Inti, Mitra, Baal, Apolo, la lista es larga. El fuego, dominado por el hombre, sembró el terror entre las mujeres y los otros hombres, a los cuales minimizó y despojó de toda humanidad, haciéndolos sus inferiores. Los asustó con los castigos eternos en las calderas ardientes del infierno o con los sacrificios humanos donde los órganos alimentaban el fuego divino o con los herejes que fueron quemados vivos.

 

Ese mismo fuego, hasta el día de hoy, se convirtió en el ángel de la muerte que asolaba los campos y ciudades bombardeados, o mataba a sangre fría con ráfagas de arcabuces, fusiles, tanques y bombas atómicas a los rebeldes.

 

Como puede notarse, lo anterior fue controlado por el hombre desde que asumió el dominio sobre la faz de la Tierra, instaurando un sistema de opresión en contra de la mujer (entiéndase también como la Tierra dadora de vida) y sobre sus iguales (a quienes se les imponía el poder y la división de clases) para diferenciarse de ellos como el Sol que está en los cielos vigilando la vida que se gesta sobre el planeta.

 

Que los hombres se reúnan para encender una parrilla para asar carne como una actividad meramente masculina tiene ahí, probablemente, su razón de ser. Es la continuidad simbólica del dominio del hombre sobre el fuego, del poder patriarcal que busca perpetuar, inconscientemente, su masculinidad, su control social a pequeña escala. Es el reconocimiento como macho dominante en la representación del anfitrión de la fiesta, lo que no deja de extrañar que muchos otros varones se acerquen a la parrilla para dar consejos sobre cómo encender el fuego, o bien, apropiarse de ella en el descuido del otro.

 

En conclusión, la hipótesis a esta reflexión es ambivalente: primero, que el hombre u hombres alrededor de la hoguera-parrilla demuestra la supremacía masculina del fuego que alejó o aisló (como puede observarse hasta el día de hoy en esta actividad familiar) a la mujer de la vida social. Segundo, que el poder que llegó a ejercer el hombre (o ciertos hombres) sobre el fuego llevó también al control sobre la sociedad misma, haciendo que, el día de hoy, la masculinidad oprimida encuentre en la parrillada un escape de libertad frente al poder que diariamente le pisotea y atemoriza con ese mismo elemento de veneración: el fuego.

CONTÁCTENOS

equipocritica@gmail.com

PUBLIQUE EN EquipoCritica.org

redaccion.equipocritica@gmail.com