Por una Revolución Pedagógica en Primaria

José Solano Solano

16 de Enero de 2013

Pocos se han sentado a pensar en uno de los grandes problemas de la educación costarricense: el sustento pedagógico en educación primaria. Quizás porque mucho se habla de los jóvenes y adultos, a los primeros como la patología curable con los años, a los segundos como simples técnicos para la maquila industrial. Lo cierto es que la formación infantil en Costa Rica, desde una perspectiva radical, está en el útero del sistema y de los educadores.

 

La formación universitaria pública y privada falla a la hora de educar a los futuros maestros y maestras de primaria. La conceptualización arcaica, la poca investigación pedagógica, el exacerbado piagetismo inaplicable en las aulas, la nula confrontación del poder o bien, hasta la simple innovación, forman parte del bagaje que caracteriza a los educadores de tan importante etapa del crecimiento. La universidad se convierte en la cómplice perfecta para mantener el statu quo educativo y esta, como antiguo espacio de lucha, no ha podido desmoronar los cimientos del conductismo y el mercantilismo de la escuela. En última instancia, la formación primaria se ha convertido en el principal centro de domesticación humana que se conoce en el mundo.

 

Es en la escuela donde los niños aprenden a respetar los valores hegemónicos del poder, interiorizan el discurso y la historia oficial y empieza a desarrollarse el prototipo de ciudadano tan necesario en la sociedad de consumo: indiferente, competitivo, maquiavélico, depredador, pasivo, ignorante.

 

Por un lado se tiene una transición incongruente de prescolar a primaria: del juego a la posición militarizada, de las risas al silencio, del disfrute al castigo, del aprender haciendo al memorizar para desaprender.

 

El educador de primaria no transgrede la relación de opresión, no confronta al sistema, por ende no lo transforma. La formación que brinda a los niños y niñas refiere al moldeado de ciertas conductas y aptitudes necesarias para que esos infantes entiendan las dinámicas del mercado y del poder, pero no para que lo cuestionen. El militarismo prusiano, el silencio, el informe al hogar o la boleta, la evaluación sumativa, la disciplina, la medición del tiempo desde el punto de vista laboral y la repetición del discurso liberal burgués de los que han escrito la historia como los grandes vencedores es la realidad en los salones de clase.

 

Por otro lado el aula se convierte en la fábrica. El niño construye su conocimiento como el obrero hace lo mismo con los bienes de consumo, la repetición de los contenidos para memorizarlos es el trabajo de maquila adulto. El niño se sienta en fila y en silencio mientras hace su trabajo, así como el obrero en el parque industrial ensambla los aparatos eléctricos. El sonido del timbre para el recreo es la sirena para el almuerzo del trabajador (si no es que trabaja a destajo, por ende, no almuerza). Pensar está prohibido, así como protestar es ilegal. Y no es necesario el pensamiento, la información que reciben los niños está masticada por el maestro/capataz que solo dirige el trabajo del "individuo sin nombre" que tiene al frente.

 

Y en el salón de clases, como si el pensamiento abstracto no fuese para los niños, los educadores no se preocupan por acercarlos a formas de razonamiento superiores. Lo mismo ocurre en las fábricas en la relación obrero – patronal: la explotación se desarrolla al máximo posible sin que apenas pueda ser percibido por el trabajador o bien por el miedo que le produce perder su puesto.

 

El educador de primaria sigue repitiendo los mismos valores familiares del patriarcalismo en las figuras de autoridad: el miedo como respeto es la clave. Repite además la historia oficial sin el más mínimo deseo de cuestionarse si eso es así. Aún se habla del “descubrimiento de América” y del “heroísmo” de Cristóbal Colón por traer a estas incultas tierras del “Nuevo Mundo” la “civilización europea”.

 

No hay, pues, ruptura de los valores tradicionales. La educación primaria sigue siendo memorística, industrializada, es la gran ideóloga del capitalismo. Urge, por tanto, una revolución en la formación de educadores y de los niños y niñas que asisten a las aulas.

 

El gran problema de la educación primaria nace en las universidades: la falta de actualizaciones en todos los campos, el estructuralismo curricular de los programas de estudio y la mercantilización de los estudios superiores, han terminado por convertir la formación de los profesionales de primaria en la piedra angular de la falta de una praxis educativa de cambio. Y si a todo ello se le suma la deshumanización misma del sistema, el perfil de costarricense está consagrado.

 

¿Y la transición a secundaria? Peor todavía. Los educadores exigen a los muchachos el uso de un análisis abstracto que jamás han tenido. El golpe es inminente. Los jóvenes se sienten frustrados ante un nivel que se plantea como más elevado pero que tan siquiera llega a la media. La educación costarricense pasea por los suelos, en lo público y en lo privado, donde la memorización, la disciplina castrante y la formación de ciudadanos dóciles es la regla de la lógica liberal burguesa. La consecuencia por todos es sabida: deserción, patologías sociales, inestabilidad económica, domesticación ciudadana y embrutecimiento.

 

Ante esta situación, se pueden plantear algunas propuestas para trabajarlas en la educación primaria:

 

  • Transformación radical a lo interno de las universidades. La educación superior ha fallado en la formación de los docentes de primaria, en especial por la falta de criticidad y análisis de la realidad nacional en la que se circunscribe la pedagogía infantil. Un acercamiento a la teoría crítica y sociocultural de la educación, así como a los grandes pedagogos costarricenses, se plantea como el gran desafío de los centros universitarios. Retomar el humanismo y la lucha social como forma de sensibilización es fundamental en este mundo corrompido por el sistema – mundo.
  • Educadores comprometidos con el cambio. Maestros y maestras revolucionarios que acerquen a los niños y niñas a formas de pensamiento superior, más abstracto. Que empiecen a desarrollar una consciencia crítica de su entorno inmediato, colaborando en la transformación de su realidad familiar y comunal.
  • Formación en valores revolucionarios. Se refiere a la creación de hombres y mujeres nuevos, capaces de entregar su vida por la colectividad, por el progreso emocional, intelectual y humano. Solidaridad como fundamento de cambio. Rompimiento con los esquemas de dominación dentro y fuera del aula.
  • Una pedagogía radical. Educadores haciendo praxis política en el salón de clases y fuera de él. Combatiendo el sistema con la consciencia plena de la humanización y el amor solidario. Una transformación social en los planos: pedagógico, didáctico y evaluativo. Ya no más el educador sobre el educando, ya no más la rigidez curricular de contenidos vacíos sin ninguna relación con su realidad inmediata, ya no más valores de mercado, ya no más evaluación de contenidos y objetivos, sino de procesos. El educador se debe acercar al currículum oculto, al diálogo crítico y franco, al hacer transformador, al juego y a la postura de cambio frente a la realidad concreta.
Comentarios: 1
  • #1

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