Somero balance sobre la situación de los trabajadores costarricenses

José Solano Solano

26 de Octubre de 2015

La situación social y económica de los costarricenses es incierta. Existe una poderosa arremetida de las cúpulas empresariales y sus ideólogos liberales por desestructurar los derechos laborales adquiridos a lo largo de décadas. El Estado, en su conocida concupiscencia con estos, destaca la amenaza constante por medio de la represión económica y violenta hacia los que aún resisten la avanzada de los sectores que controlan el poder. Una resistencia que da patadas de ahogado frente a una enajenada masa de personas que se han deslumbrado con las fantasías de la globalización.

 

Lamentablemente, no existe una fuerza orgánica real que se enfrente a esta embestida. El sindicalismo, muy demacrado por la propaganda oficialista, empieza a perder adeptos como tejido aglutinante. Tampoco tiene la pericia para formar consciencia entre sus propios agremiados que son fácilmente manipulables por el poder. Este sindicalismo solo se mantiene como mecanismo de control frente a los abusos del Estado, pero es incapaz de actuar de la misma forma frente a los abusos de la empresa privada. Tampoco es, hoy por hoy, el sindicalismo, un referente revolucionario, de grandes transformaciones. Es solo un colchón que amortigua los intentos de desmantelamiento del Estado del cual depende, pero no plantea una alternativa al sistema imperante.

 

De la masa enajenada y alienada, no puede esperarse mucho en este momento. La gente cree vivir bien, cree tener todo lo necesario y, por tanto, no piensa que puede tener más. Considera que de arriba solo emanan bondades que deben ser agradecidas y se someten de buena gana a su denigración humana. Creen que el trabajo, aunque sea excesivo, debe glorificarse como una bendición de los altos cielos –o al menos de los altos pisos de las gerencias. Los medios de cosificación masiva los ha convertido en serviles consumistas y no importa cuanta libertad sea necesario entregar con tal de estar a la moda. Todo derecho puede ser canjeado con tal de que su aparente bienestar no sea transgredido. Son capaces de vender al otro y de venderse a sí mismos con tal de creerse poseedores de lo que realmente otros poseen por ellos, a costa de ellos.

 

La libertad, bajo el predominio del mercado, se ha desmembrado y limitado a la simple capacidad de escoger entre un producto y otro. Una libertad tan burda y simplona solo puede llevar a la desarticulación de todo el entramado social que históricamente ha luchado por esa libertad. Al no concebirla en su esencia real, se difumina. Se da por un hecho que esta existe y que es plena, pero tan solo es la imagen inacabada que el poder vende, es una de las tantas ilusiones y falsedades prefabricadas para mantener el control y evitar el acceso a la verdad: la posibilidad real de ser libre.

 

La cúpula que controla el poder va ganando esta batalla y con mucha ventaja. Sin embargo, esta es su espada de doble filo. Al desequilibrarse la balanza, del supuesto contrato social, se altera también el orden establecido. De momento, la masa alienada está desarmada, prácticamente en coma. Difícilmente, quienes están al tanto de la realidad y de los acontecimientos, lograrán articular un movimiento masivo para enfrentar la violencia del Estado y del Capital. Es absurdo y suicida. La revolución no se hace ni se fuerza, tan solo se espera su llegada. Mientras el opio mantenga su efecto alucinante sobre la población, no podrá ocurrir ningún cambio sistémico.

 

En estos momentos, el sector más amenazado, que aún conserva ciertos derechos conquistados, es el público. El privado está sometido al juego de la necesidad y mientras sus condiciones no decaigan todavía más, no puede esperarse mucho. El sector público, que hoy tiene más, está en riesgo de perderlo. Existe una desbandada de fuerza por parte de los empresarios y de sus ideólogos para desestructurar el Estado garante de derechos para sus trabajadores. Ciertamente no existe un interés inmediato por minimizarlo directamente, tan solo buscan preparar el terreno para ello. El objetivo, por todos sabido, es agilizar la maquinaria estatal en beneficio de la minoría. Esto implica el rompimiento de ese statu quo. Este es el otro filo en la espada hacia el que se encamina el Estado y el gran Capital.

 

El famoso sector medio de la sociedad es el que históricamente ha aportado el Estado. Al desdibujarlo, mucho del impulso generado por este a la economía decaerá. Muchos de los que hoy despotrican contra los trabajadores públicos son los que dependen de estos como consumidores. ¿Será que el sector privado otorgará beneficios a los trabajadores para suplir los modos de vida consumistas que han creado entre las capas medias actuales? Difícilmente ocurrirá. Lo cierto es que se trata de jugar con fuego. Lo que se provocará es una sociedad sumamente marcada entre ricos y pobres. Posiblemente algunos se salvarán y mejorarán sus ingresos si logran posicionarse dentro del nuevo esquema, pero muchos se estancarán y decaerán. Estas son las contradicciones sistémicas.

 

Lo que se vislumbra no es halagüeño, al menos en un primer momento. Sería difícil tratar de prever lo que sobrevendrá. Quizás se podría pensar en un futuro prometedor, como de país nórdico y el sacrificio de los trabajadores del Estado se vea como un mal necesario, pero es absurdo, la realidad histórica es otra. Sin embargo, con una economía como la costarricense, difícilmente se pueda estar a las puertas de un paraíso de leche y miel. Desde una visión estatista y de mercado, preocupa el futuro de la producción nacional, de esos pequeños emprendedores que han alcanzado un standard de vida por encima del promedio, de esos ejes programáticos fundamentales que ha controlado históricamente el Estado, como la educación y la salud.

 

La situación actual no es de carácter revolucionario, tampoco lo será en el futuro mientras las condiciones materiales e imaginarias se mantengan como tales. La libertad seguirá siendo prostituida y destajada, los derechos se irán cercenando poco a poco, sutilmente, y legitimados gracias a los aparatos de la propaganda. El trabajo de los que simplemente esperan ha de ser el de radicalizar el discurso, el de agitar desde la resistencia, el de promover la concientización, aunque al inicio parezca una infructuosa batalla. No someterse a los vaivenes del juego de la democracia liberal también es fundamental. Buscar nuevas y creativas formas de organización, concretar prácticas alternativas, llevar el mensaje que hará rencausar las luchas hacia el objetivo primigenio: la libertad frente a toda autoridad, frente a toda clase de sometimiento.

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