¿Son las elecciones en los colegios el origen de la cultura electoral costarricense?

José Solano Solano

4 de Abril de 2013

Tuve que plantearme esta pregunta el día de ayer, precisamente cuando caminaba por los pasillos del colegio donde trabajo. Ver la plaza pública de uno de los partidos, comparada con la del día anterior que le correspondió a la otra agrupación, trajo a mi cabeza el recuerdo vívido de lo que ocurre a nivel nacional.

 

Por un lado, se notaba la diferencia de presupuesto. El partido de ayer pudo traer una discomóvil y un músico reconocido entre los jóvenes, los cuales aprovecharon para tomarse fotografías con él y pedirle algunos autógrafos. El otro partido a penas si tuvo sonido, en parte por la desorganización, pero también por la falta del recurso económico.

 

Este primer momento trajo el recuerdo de las campañas electorales a nivel nacional donde ciertos candidatos, principalmente del Partido Liberación Nacional, pueden invertir muchísimo dinero a base de donaciones. ¿Cómo hicieron, pues, estos estudiantes para traer un cantante reconocido si apenas son muchachos de colegio? Quizás sea porque el colegio es privado y los recursos económicos, así como las conexiones con “buenos amigos” permiten este tipo de espectáculos, casi imposibles en el sector público. Así la cosa, la plaza pública con sus cuantiosos gastos, fue muy similar a la de los grandes partidos: conciertos, juegos pirotécnicos, espectáculos, signos externos, entre otros. En la otra acera, la de los pequeños partidos, las mariposas revuelan desde las billeteras. No cuentan con medios (ni económicos ni de comunicación), mucho menos con posibilidades de abarcar grandes sectores de la población. La desigualdad se convierte en un monstruo aplastante.

 

Por otro lado, y lo que más me llamó la atención, fue algo que se ha vuelto muy común entre la política (neo)liberal costarricense: uno, la compra de votos, síntoma, por cierto, del clientelismo; y dos, el concubinato escandaloso del tribunal electoral (en este caso estudiantil) con uno de los partidos. Para esto es importante analizar la situación en estos dos sentidos.

 

La compra de votos y el clientelismo

 

Una de las grandes enfermedades en los estados latinoamericanos, de larga data por cierto, es el clientelismo político. Se pueden numerar los casos de la entrega de soberanía a cambio de favores a terceros, tales como concesiones ferrocarrileras (o de carreteras hoy en día), monopolios comerciales, grandes estafas, narcopolítica, entre otros tantos que tejen sus redes entre la más oprobiosa donación de dinero para una campaña electoral o la intervención directa en dicho proceso, culminando, incluso, en imposiciones dictatoriales de ciertos genocidas. Desde cosas tan pequeñas como un dinerillo extra en los bolsillos de algún gobernante o empresa hasta la permisiva muerte y desaparición sumaria de personas, el clientelismo se ha convertido en la temible llave que los gobernantes y candidatos han abierto en los últimos quinientos años, degenerando en la corrupción, el autoritarismo y la complacencia servil de unos respecto a otros.

 

Esa necesidad clientelar es la que motiva los más grandes escándalos electorales. El ofrecimiento de becas, vivienda o trabajo a las masas votantes es común entre los gobernantes o candidatos, promesas cargadas de la completa ilegalidad y falta de ética, son las que se manifiestan año con año y la realidad escolar no varía sobremanera.

 

Lo que pude ver entre los estudiantes fue una terrible regresión hacia las prácticas políticas de los gobernantes. El partido regalaba dulces y palomitas de maíz a cambio de votos, aula por aula lo hacían y en la exuberante plaza pública también. El Tribunal Electoral Estudiantil se hacía de la vista gorda ante estas manifestaciones de la corruptela populista, muy común entre los partidos liberales de derecha de estos países latinoamericanos.

 

Entonces, la compra de votos se termina viendo como un fenómeno natural de la política costarricense puesto que se viene aprendiendo desde los años del colegio, basta recordar que muchos de nuestros gobernantes se iniciaron políticamente en sus centros educativos de primaria y secundaria. Al ver este tipo de cosas, uno no puede más que reconocer que serán precisamente estos jóvenes, que hoy regalan dulces, los próximos presidentes, diputados y magistrados. “Se hace camino al andar” diría Serrat.

 

Las relaciones carnales del Tribunal Electoral y los partidos

 

La democracia liberal partidista ha tenido el largo tiempo para montar toda una estructura que legitime la ilegalidad. La creación de los tribunales electorales, en teoría independientes, han producido una corrupción rampante en los partidos políticos y a lo interno de la misma institucionalidad pseudodemocrática. El poder político pues, permea esa institucionalidad de manera aberrante.

 

Ver entonces a los estudiantes miembros del Tribunal Electoral comiendo dulces o palomitas que daba uno de los partidos para comprar votos, relacionándose afectuosamente con los candidatos (y con uno en específico) deja mucho que desear sobre la supuesta parcialidad que debiera tener esta institución, en buena teoría neutral. Ahí es cuando se puede demostrar fehacientemente de donde vienen estas costumbres carnales donde el Tribunal Supremo de Elecciones se acerca insinuantemente al Partido Liberación Nacional, cuando la injerencia de Oscar Arias en temas álgidos como el TLC y el referéndum se veían a vista y paciencia, en completa complicidad con el Magistrado Sobrado o cuando se le dan privilegios a los partidos grandes respecto a los pequeños en completa y casi armoniosa desigualdad.

 

Por lo tanto, a la pregunta planteada, cabe decir que todo lo que se puede apreciar en los colegios termina siendo un espejo del poder económico y político presente en la sociedad. La democracia como tal termina siendo un mamarracho escuálido que solo sirve para legitimar la corrupción y perpetuarla en el tiempo y entre los diferentes estratos de la sociedad. Ese espejo, además, va en doble vía: por un lado refleja contundentemente lo que ocurre a nivel nacional, el comportamiento habitual de los grandes se refleja en los pequeños. Y por otro, los grandes también lo aprendieron de sus años escolares, cuando vieron o participaron en los procesos electorales de su institución educativa; evidentemente, la cultura adquirida la iban a continuar en su mayoría de edad.

 

En conclusión, se vive una cultura del descaro, del clientelismo y de la corrupción. Limpiar el barrial es una odisea. Por mi parte, tuve que caer mal cuando vi este tipo de actos, hablé con el profesor encargado pero la situación continuó como si nunca hubiese ocurrido, la voz que alcé jamás fue escuchada, así como ocurre al denunciar este tipo de actos frente a la misma institución que los avala en el ámbito nacional. Todo pasó y como ha venido ocurriendo en los últimos años a nivel nacional quien gana es el que más puede comprar votos, manipular las elecciones y someter al Tribunal a sus designios. Ese fue el partido ganador, el de los “popis” y palomitas, el Liberación Nacional a pequeña escala.

 

Citando nuevamente a Serrat: “todo pasa y todo queda”, pero queda igual que siempre. Mas ese puede ser el fermento del cambio. Comentar lo ocurrido en las clases fue provechoso, al menos germinó la semillita de la indignación y el cuestionamiento. Que el pueblo lo tome en cuenta para las elecciones venideras, en especial ellos, futuros votantes mientras se siga el juego de la disque democracia costarricense.

Comentarios: 2
  • #2

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