Tomar la ciudad. La Comuna de París en la lucha costarricense de hoy

José Solano Solano

2 de Diciembre de 2012

La Comuna de París es uno de esos fenómenos históricos de la lucha social que no puede pasar desapercibido. Es un ejemplo de lo que el pueblo organizado y autónomo puede realizar para repetir los logros y componer los errores. Evidentemente, la Comuna parte de un contexto histórico que permitió su desarrollo en el corto periodo de cinco meses hasta que fue brutalmente reprimida.

 

Lo que la Comuna de 1871 demostró es que la ciudad puede ser tomada por el pueblo. Los experimentos de organización y participación en la toma de decisiones no tuvieron parangón hasta la fecha. Diversos autores como Marx, Engels, Lenin o Kropotkin entre otros, escribieron sus impresiones sobre este proceso. Es imprescindible reconocer los móviles del fracaso de tan importante lucha para reconstruir una sociedad basada en la igualdad y la solidaridad que tanto se ansía.

 

Para Lenin, una Revolución Social requiere de dos requisitos: “un alto desarrollo de las fuerzas productivas y un proletariado preparado para ella.” Pero el fracaso de la Comuna radicaba en que “el capitalismo francés se hallaba aún poco desarrollado, y Francia era entonces, en lo fundamental, un país de pequeña burguesía (artesanos, campesinos, tenderos, etc.). Por otra parte, no existía un partido obrero, y la clase obrera no estaba preparada ni había tenido un largo adiestramiento, y en su mayoría ni siquiera comprendía con claridad cuáles eran sus fines ni cómo podía alcanzarlos. No había una organización política seria del proletariado, ni fuertes sindicatos, ni sociedades cooperativas...” (Lenin, 1911: En memoria de la Comuna)

 

Sin embargo, lo que realmente hizo fracasar la Comuna, a todas luces demostrado, fue el tiempo. El corto lapsus de este experimento socialista no permitió profundizar ni reforzar las bases de la nueva sociedad, pero sí fue el inicio de futuras motivaciones. La Comuna forma parte de las aspiraciones de una sociedad con las contradicciones de su tiempo, pero que apetecía grandes transformaciones sociales. Kropotkin afirma que “bajo el nombre de Comuna de París, nació una idea nueva, llamada a convertirse en el punto de partida de las revoluciones futuras.” (Kropotkin, 1881: La Comuna de París)

 

El ejemplo de la Comuna de París de 1871 podría ser aplicado hasta nuestros días tomando algunos puntos relevantes para la futura lucha social costarricense. ¿Por qué? Quizás porque ciertas causas del descontento de aquel entonces hoy se viven en este país. Es importante rescatar el trabajo realizado por los parisinos de 1871 para aplicarlo a la lucha nacional como simples posibilidades de transformación revolucionaria frente al poder despótico del gobierno.

 

La toma de las ciudades es fundamental. El pueblo es amo y señor de las calles, por tanto, es su derecho y su deber apropiarse de estos espacios de lucha, pero de una manera distinta a la tradicional. Analizando el caso de la Comuna se podrían llegar a algunas propuestas:

 

  1. Las bases motivacionales de la lucha. El pueblo no se lanza a luchar por nada y sin comprender las situaciones materiales que lo acarrean a manifestarse abiertamente. La ideología es fundamental en la comprensión de la lucha y la educación, por tanto, debe ser el eje que acompañe a la Revolución social. No se puede esperar que la gente se lance a las calles si no se busca concientizarlos para formar el músculo popular. Acercarse a las personas, a los barrios, en las calles, entregar volantes, conversar con el pueblo, dentro y fuera de las aulas, romper el cerco mediático. Si la gente está informada puede salir a luchar, pero esto no se alcanzará si no se interioriza su posición en el mundo, esto es, como mayoría oprimida.
  2. Tomar la ciudad para el pueblo. La ciudad es el bastión del poder económico de las diferentes localidades. Es el ir y venir del intercambio comercial y productivo, de las relaciones de poder y de explotación. La ciudad tomada implicará el colapso y el caos. Pero la ciudad conquistada por mares de gente no es solamente San José, significa hacer lo mismo en cada punto neurálgico del país, es regionalizar la lucha. Ahora bien, estos ingentes de personas solo se alcanzarán si existe la concientización previa que la sociedad educada en materia ideológica puede llevar a cabo y esto solo se logra con la participación activa y creadora de los mismos agentes sociales que conforman al mismo pueblo.
  3. Solo el pueblo salva al pueblo. La Revolución social solo será encabezada por el pueblo. La ciudad, como eje de la lucha social, estará encabezada por las personas mismas, los que la construyen y reconstruyen día a día por medio de su trabajo y la creación cultural. El carácter democrático y horizontal debe ser la consigna, sin personalismos ni agitadores. El liderazgo revolucionario se plasmará en las ideas, no en la dirección del devenir histórico. Sin embargo, el pueblo es el que dirá su palabra. El gran error, quizás, en la lucha social en Costa Rica, ha sido el caudillismo. Esto por sí mismo no es malo, solo en el tanto ese líder se apropie de la verdad y de las consciencias populares. El mismo costarricense cae en el error de entregar, a modo de contrato social, su soberanía en autoproclamados líderes, error garrafal en cuanto se apropian de la palabra del pueblo y se convierten en sus representantes sin ser elegidos. Se termina construyendo un liderazgo enajenador donde quedan cosificadas las masas.
  4. Una organización horizontal de poder popular. Uno de los errores más comunes que se cometen en Costa Rica es trasladar los valores democráticos liberales a las organizaciones sociales. Estos han demostrado su total disfuncionalidad. Por lo tanto, lo que se debe construir son nuevas formas de organización social verdaderamente democráticas. La horizontalidad en la toma de decisiones y de consensos debe predominar frente a los personalismos políticos. Se trata de acabar con este sistema injusto, no de perpetuarlo. La calle, como escenario de lucha, se debe transformar en el centro de la toma de decisiones colectivas, conformando grupos o comités de trabajo que canalicen las expectativas de todos y todas.
  5. La radicalización de la lucha social. Entiéndase por radicalización aquellas formas de expresión popular alejadas de los convencionalismos que la misma sociedad ha establecido como oficiales o permitidos dentro del imaginario social. Las acciones no violentas pero radicales, por ejemplo, son formas de doblegar al poder opresor. El problema costarricense radica en la interiorización del valor pacifista que la burguesía liberal ha inculcado como mecanismo represor de la libertad. Por lo tanto, las acciones radicales se deben replantear frente al esquema tradicional de la lucha social, generalmente dirigida por arcaicas posturas sindicalistas o partidarias, perpetuadoras del sistema. La idea es, pues, resquebrajar los cimientos del poder autoritario, agresivo, injusto y desigual.
  6. Más acción política y cultural, menos debates ociosos. La lucha social se debe basar en las acciones concretas. Si bien la educación y la formación ideológica consciente forma parte del éxito de las conquistas sociales, estas no pueden ni deben centrarse en debates que desgastan el ensamblaje que se está construyendo. Evidentemente la ciudad es un foco de análisis, de toma de decisiones y de debates entre la diversidad popular que la caracterizan, pero estos no deben consumir las horas de construcción social. El trabajo se debe ajustar a los asuntos comunes de la Revolución social, mientras que las pequeñeces podrán ir aflorando poco a poco.
  7. Tomar la ciudad sin abandonar el campo. Las zonas rurales son las de menor desarrollo. Es fundamental incluir a los movimientos campesinos y sin tierra en la lucha colectiva. La toma del campo también es fundamental y la concienciación es aún más fértil en estos lugares. Las transformaciones sociales verán la luz en el tanto el pueblo de la ciudad y del campo se unan en la misma causa. La educación revolucionaria en estas zonas es de primer orden.
  8. Ser solidarios en la lucha nacional e internacional. Comprender que el enemigo es uno solo permitirá asentar la idea de la solidaridad. Lo que hoy pasa en Palestina, en Chile o en España no se diferencia radicalmente de lo que ocurre en Costa Rica. Es la misma tensión entre opresores y oprimidos que se manifiesta de diferentes formas, con métodos más o menos violentos, pero que en el sustrato de estas relaciones de opresión se mantiene intacta la situación misma de la dominación de unos sobre otros. Por ende, no se deben sectorizar o gremializar la lucha social, pues es solo una y el objetivo, aunque varíe en su forma, siempre es el mismo.

 

Todo lo anterior conlleva a su vez diferentes cuestionamientos que quedan en la palestra: ¿Cómo acabar con la situación de opresión por medios pacíficos pasivos si el dominador usa la violencia como mecanismo de defensa y ataque? ¿Es la pasividad disfrazada de pacifismo la fórmula para romper los esquemas? Si el problema es el sistema democrático liberal, ¿cómo traerlo abajo si se sigue el mismo juego? Si la violencia engendra violencia, ¿cuál es la solución a los problemas sociales? Suponiendo que la lucha no violenta es exitosa, ¿cómo aglutinar una defensa popular en contra de la violencia de los otrora opresores que buscarán, evidentemente, recobrar su poder?

 

Estas y otras interrogantes ocuparían más líneas de análisis.

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