¿Votar o no votar? He ahí el dilema

José Solano Solano

26 de Agosto de 2013

Estamos frente a un nuevo proceso electoral. La historia costarricense se ha caracterizado por tener unas elecciones relativamente estables con los problemas ordinarios de cualquier sistema electoral: politiquería, alguno que otro acto vandálico, fraude, clientelismo, escándalos por dinero, entre otros sin mayor extensión en la norma. Al final se podría pensar que responde a una dinámica natural en sistemas que carecen de fiscalización correcta, igualdad y oportunidades verdaderamente democráticas.

 

¿Pero qué es el voto? Este no es más que una forma liberal de perpetuación del poder del Estado con sus instituciones. Fue instaurado desde la Revolución Francesa y repetido por los proyectos constitucionalistas desde el estadounidense hasta nuestros días. Es la piedra angular de las democracias burguesas desde su ascenso al poder y que ha venido perfeccionándose para perpetuar el poder de los gobernantes que, en general, pertenecen a las capas altas de la sociedad. Las constituciones incluyen este sistema con matices más o menos democráticos (desde el concepto occidental liberal y burgués). Así por ejemplo, se pueden observar presidencialistas o parlamentarios, de listas abiertas o cerradas, muy representativas o, en algún grado, más participativas. Sin embargo, hay un elemento común en todos estos sistemas liberales: perpetúan las relaciones de desigualdad y de opresión, sin cambios verdaderamente profundos, si acaso alguna que otra reforma, convirtiéndose en un aparato ideológico del Estado, el cual pareciera, en ocasiones, tornarse incuestionable, fiable y cuasiperfecto.

 

Sobre esto último, es interesante cómo el poder económico, político, mediático, sociocultural, en suma liberal capitalista, ha creado toda una maquinaria para que la persona crea que esto cumple con toda la normalidad, como si se tratase de un orden natural. Entonces, quien se suma a la crítica consciente sobre la naturaleza del voto, termina siendo tachado de autoritario, dictador, fascista o, incluso, comunista [1].

 

La mampara que se ha creado alrededor del sufragio ha permitido que, en el imaginario colectivo, sin importar el estrato sociocultural de la persona, no se planteen nuevas formas de elección o mejor aún, de participación real, asamblearia, de consensos o de acuerdos. Las elecciones como tal, terminan siendo una imposición de minorías basada en el autoritarismo burgués, pero teñidas muy someramente con libertades y garantías que solo vienen a apaciguar las ansias de libertad frente a la coacción que ostenta el poder elitista.

 

El voto, como tal, no es sinónimo de libertad ni de acción real de la sociedad, sino que es una forma de atarse a los designios de una pequeña minoría que ha podido montar su juego del poder y que ha sabido orientar a la mayoría hacia esa burda pero eficaz mentira llamada democracia electoral. Misma que ha podido apaciguar a este gran rebaño por medio de una poderosa maquinaria que sustenta el orden establecido en lo político, económico y social.

 

Para demostrar esto, se plantea el siguiente ejemplo: actualmente, el abstencionismo en Costa Rica ronda el 36%. Si cien personas están en la edad de votar, treinta y seis han decidido no hacerlo. Quedan entonces, sesenta y cuatro. Si el mínimo para resultar vencedor es un 40% del padrón, entonces se tiene que quien decide la elección del nuevo presidente es poco más de veinticinco personas, es decir, un cuarto del total de la población. ¿Qué democracia puede existir en un país cuando una pequeña minoría es la que elige? Incluso si se tratase de cuarenta personas sobre cien y no veinticinco, lo que se aprecia es que sigue siendo un número ínfimo el que decide por todos.

 

Ahora plantéese lo siguiente: ¿Cuál es la capacidad real, en todas sus aristas, que tiene esa persona que ganó para gobernar? ¿Cuál es la capacidad que tiene ese sector de la población para elegir a una persona si vive sumida en las telenovelas, los programas de entretenimiento y la prensa amarillista? Por todos es sabido que son otros los intereses y los poderes (los reales) que mueven los hilos electorales, para quienes, al final de cuentas, es solo un juego con el cual se divierten observando un pueblo que se divide en partidos sin conocer la realidad de esta trama sufragista.

 

Evidentemente, juega un papel fundamental la educación, la cual forma parte del juego por omisión. Así es, el sistema democrático liberal burgués limita, por medio de la ley escrita, que la educación y la escuela entren a polemizar en estos temas. Legalmente busca establecerlo, con mayor o menor ambigüedad, pero provoca que los educadores no promuevan la criticidad y el debate frente a estos procesos. Lo que se pretende es, pues, atontar con el cuento de la neutralidad de los educadores y de la escuela como escenario político y así apaciguar para reproducir el statu quo.

 

Lastimosamente, todos han caído en esa mentira, algunos se han escapado, mas para ellos, la misma sociedad señala a quien omite su voto, a quien huya a esta patraña. ¿Cuál es el cambio si al final de cuentas no se replantea el sistema como tal? Votar por uno o por otro no cambia la maraña del capitalismo, del neoliberalismo, del sistema de clases, de la exclusión, de la desigualdad. Puede que se den algunos programas reformistas, pero nada realmente revolucionario. Si quien gana es una pequeña minoría, sufragada por una parte de esa mayoría inconsciente y servil clientelar, ¿acaso no corresponde esa a una minoría que tiene el poder real de la sociedad, es decir, la élite que se cree capacitada para gobernar por su dinero y propiedades? Y si ganara un gobierno más progresista, ¿se replantearía el sistema de clases y la distribución de la riqueza para aspirar a una sociedad verdaderamente igualitaria? ¿O simplemente sería un efecto ilusorio en el que se dan mejores condiciones de vida para un gran sector mas no para toda la colectividad? Para que la igualdad sea real (no de normativas legales y fantasiosas que plantean las élites como conceptos sin sustento) deberá romper con este sistema electoral, educativo, clasista y demagógico.

 

Lo mejor sería que esas grandes mayorías conquisten el poder para subyugarlo definitivamente. Sin embargo, esto puede que sea algo idealista, especialmente cuando la maquinaria del poder ha implantado ese arsenal de manera tan eficaz por medio de la mentira, el miedo y el cuento de la democracia.

 

¿Votar o no votar?

 

Ese es el dilema de hoy. La gente tiene la noción de que, gane quien gane, todo seguirá igual. ¿Acaso mienten? Para nada. ¿Entonces de dónde salen esas esperanzas de que se puede cambiar si gana X o Y partido en cada proceso electoral? Es la trama que plantean los medios, la escuela, los sindicatos, los partidos, el gobierno, el trabajo, la vida misma en sociedad, el Estado. El cambio solo podrá llevarlo a cabo el pueblo, por medio de un proceso revolucionario, no necesariamente violento, pero teniendo presente que el poder jamás se dejará vencer tan fácil y dócilmente.

 

Pero hay que aterrizar. Votar en un país como este parece ser la única solución para cualquier programa, partido o agrupación social. Sinceramente no se ven posibilidades mientras las relaciones de poder y de clase se sigan manteniendo tal cual. La pobreza seguirá existiendo, la riqueza también. ¿Cómo desgarrar entonces esta desigualdad, que unos tengan y otros no? Esa es la pregunta esencial. No quiere decir que elegir o votar esté mal, todo lo contrario, es necesario crear mecanismos de participación social donde todos tengan la oportunidad de elegir para su vida cotidiana, su país y su futuro, pero esto debe darse en un marco de igualdad, de consenso, de discusión ideológica y dialógica, de autocrítica, de participación real.

 

Empezar por las bases, por métodos asamblearios, para discutir los problemas locales y cotidianos, es fundamental. Espacios de análisis, formación ideológica solidaria y crítica es el comienzo de una nueva sociedad, de un mundo nuevo.

 

Vote si gusta, pero entienda que no es la solución a los problemas de su país. Lo más importante es organizarse y crear nuevos métodos de participación comunitaria. ¿Pero eso de democracia representativa, de dominación de pocos en contra de muchos? ¿Ha funcionado?

 

NOTAS

 

[1] Esto sin comprender que el sistema socialista funciona diferente y que existen matices a lo interno y que, al hablar de democracia per se, se entiende el sistema liberal, pero estas diferenciaciones podrían hacerse en otro momento. 

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