El imaginario policial sobre el derecho a la protesta

José Solano Solano

28 de Diciembre de 2014

Días atrás se escribió sobre el derecho a la protesta en el imaginario policial, al menos esa fue la intención. Sin embargo, a tenor de una sana crítica realizada por el sociólogo Roberto Salas que publicara en Revista Amauta, titulado “Me tuve que imaginar el imaginario policial”, es menester hacer una réplica para aclarar la posible conceptualización que no haya quedado del todo clara en el artículo. Partiendo pues, del análisis de la crítica, cabe dar la razón al sociólogo cuando asegura que no queda claro “el imaginario policial, si este existe, o que, ni como este entiende la protesta social”. Por lo tanto, a continuación se esbozan algunas ideas al calor de la crítica para dar alguna luz sobre lo que se concibió como “el imaginario policial” en relación con la protesta social como derecho humano.

 

Respecto a la contextualización del artículo, se mencionó que nació al calor de una discusión con la Fuerza Pública. Lo que no se mencionó fue que el debate se llevó a cabo en redes sociales, debido a una publicación donde un policía explicaba que para manifestarse había que pedir un permiso previo. Esto simplemente fue la motivación para escribir el artículo, para tratar de acoplar algunas ideas sueltas que se discutieron y que requerían un tratamiento especial.

 

Ahora bien, hacer mención a periodos históricos es solo parte de la estructura propia de la formación académica de quien escribe: historizar los procesos en los que se desenvuelve el individuo y la sociedad. Es irremediable, al hablar del Estado, no permearlo de su condición temporal, del desarrollo propio desde la Antigüedad hasta la época moderna donde la Revolución Francesa sentó las bases del actual modelo de Estado occidental. Y sí, efectivamente, el artículo tiene una clara tendencia ácrata, donde el enemigo es el Estado como mecanismo opresor y legitimador de las relaciones sociales de poder. ¿Bakunin como agitador de las masas? Lo más probable, la revolución no la hacen (o intentan hacerla) los individuos aislados. Ahora bien, comparar al filósofo y “agitador” anarquista con Albino Vargas sí que es totalmente risible para quien fue coherente toda su vida. Incluso comparar a este folclórico personaje del sindicalismo costarricense con cualquier otro ser humano racional podría considerarse una falta de glamour y sensatez.

 

Hasta aquí es importante volver al eje central de la crítica: el imaginario policial sobre el derecho a la protesta. Como aparato represivo del Estado, parafraseando a Althusser, la Fuerza Pública es, por excelencia, ideológicamente conservadora. Esto es así porque su estructura cambia lentamente: sus funciones, procedimientos, métodos, naturaleza, se mantienen prácticamente invariables a través del tiempo. Esto hace que muchos de los cambios que se han generado, incluso a lo interno de la misma ley (que dicen proteger) y su interpretación, conlleve prácticas desde estos cuerpos que ya se han superado hace mucho. Esto, por tanto, estructura el imaginario de la policía.

 

Quizás para don Roberto, el intento de análisis sobre la manifestación del derecho desde la concepción liberal pueda parecer pura verborrea; pero es inevitable en el intento de explicar un eje fundamental de la concepción policial sobre el derecho a la protesta y es aquel donde, para ejercer un derecho, debe limitarse otro. En el caso de la Fuerza Pública, el derecho a manifestarse no puede ocurrir en tanto limita el libre tránsito de otros. Según esta lógica, quien se exprese debe hacerlo sin que afecte el derecho de otros. Sin embargo, la libertad no puede restringirse para que otros la vivan pues se estaría negando la esencia misma del “ser libre”.

 

Como bien lo han expresado los tribunales de justicia en este país, ambos derechos deben vivirse plenamente pues, de transgredirse uno o el otro, se estaría cercenando la vanagloriada democracia centenaria de los costarricenses. Es decir, aunque parezca increíble, lo que hacen los jueces es, simplemente, aplicar un principio básico -y anarquista- sobre el concepto de libertad: que todos tienen derecho a ella y a su vivencia plena. Tanto la libertad de expresión como la de tránsito deben llevarse a cabo en igualdad, jamás una limitando a la otra. Manifestarse, bien lo han dicho los jueces, en un lugar aislado, privado o donde no transiten personas, es por demás ilógico. Esto debe hacerse donde lo que se desee expresar pueda ser escuchado por otros. ¿Y el libre tránsito? –se preguntará. Muy sencillo: existe otro cuerpo policial que regula el tráfico vehicular. A ellos corresponde hacer circular los automóviles por otras vías alternas, esto según lo expuesto en los numerosos fallos judiciales cuando entran en conflicto ambos derechos.

 

¿Qué encierra realmente este aparente “conflicto legal”? Lo que subyace es el temor implícito y explícito que conlleva la manifestación de las personas: una probable desestabilidad del statu quo. Lo que la experiencia ha demostrado, y es, quizás, lo sucedido el 8 de noviembre de 2012 frente al edificio de la CCSS en San José, es que la represión se convierte no en un medio sino en un fin del gobierno que representa los intereses de una clase y, en última instancia, del Estado como instrumento.

 

Entonces, desde este análisis, el Estado es visto como estructura que perpetúa el poder a través de otros mecanismos que le son inherentes: la ley, el gobierno y la policía. Y aquí, por tanto, se plantea también una crítica a los más acérrimos de hueso colorado que, históricamente, han flaqueado en rígidas estructuras de poder, cayendo en barbáricos totalitarismos. Las experiencias anarquistas han demostrado, todo lo contrario, que es posible una forma de organización alterna, autogestionada, no jerarquizada ni representativa, como se hace pensar que sólo puede existir. Así que es una falacia del pensamiento democrático liberal moderno hacer creer que la vida sin Estado conlleva al caos o que las relaciones de poder son inherentes a la naturaleza humana (sobre esto último se obvia el carácter psicológico del concepto de autoridad que sería interesante tratar en otro momento).

 

Pero volviendo al grano, el sociólogo sí llegó a un punto medular:

 

“el imaginario policial solo se entiende en función a la clase dominante, pero que son como neolíticos con garrote que solo responden a estímulos, y en ese orden caótico, solo deben asegurarse que las personas no se garroteen entre ellos y que ese caos que se promueve sea ordenado (sí, eso versa el último párrafo, “deben velar por el libre ejercicio…”)”

 

Efectivamente, cayendo en la racionalidad del policía, en este mundo caótico promovido por el sistema económico imperante, son ellos los que velan por el cumplimiento de los derechos, siempre y cuando no atenten estos contra las estructuras y relaciones sociales de poder establecidas pues, es ahí, como queda demostrado, que inmediatamente interpretan convenientemente la ley, desde la rigidez propia de su pensamiento ideológico.

 

Finalmente, en el orden de la libertad, Bakunin no solo afirma que “soy libre solamente en la medida en que reconozco la humanidad y respeto la libertad de todos los hombres que me rodean”, pero esto no se acerca en nada a lo que plantea la declaración de derechos de ciertos humanos pues, como bien siguen las palabras del filósofo, “cuantos más sean los hombres libres que me rodean y más profunda y amplia sea su libertad, más extensa, profunda y amplia lo será la mía” y así continúa asegurando que la libertad solo existe en tanto otros la practiquen en igualdad de condiciones, lo cual implica que la negación de la libertad para que otro la ejerza es contraria a su espíritu. Por tanto, (y perdón por la tautología) la libertad solo ocurre cuando existe conciencia plena de ella: la libertad individual es imposible porque, de estar sola la persona, no habría razón para pensar en ello pues esta solo se reafirma ante otros iguales.

 

En resumen, las manifestaciones del derecho a la libertad de expresión y de tránsito en lo que se da en llamar el “imaginario policial” se presentan como “fuerzas” autoexcluyentes. Para ejercer una debe negarse la otra, por ende, una libertad ha de limitarse o restringirse, matando así la esencia misma del ser libre. Manifestarse está bien, dirían los policías, siempre y cuando no se limite la libertad de tránsito y para ello debería pedirse un permiso especial. Pero es un absurdo. Arroparse en los mecanismos burocráticos para ejercer un derecho es ilógico, en especial el de expresión, pues este nace por la conjunción de factores temporales concretos, por sucesos o procesos que simplemente ocurren y desaparecen en la misma dinámica temporal. Pero esto bien lo expone don Roberto, “Lo que no es imaginario es la desigualdad social, las dinámicas de poder, el uso y el abuso de poder, la necesidad de tener un empleo, de satisfacer las necesidades de las personas”. Estas fuerzas presionan constantemente a la población y la pueden llevar, en un momento dado, a manifestarse, revelarse o revolucionar la sociedad. Sin embargo, lo que ocurra, solo será definido por las condiciones objetivas y subjetivas presentes en esas personas. Pero esto implicaría otro análisis.

 

Se agradece esta crítica constructiva que acalora el debate, tan necesarios en una sociedad como la costarricense.

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