La exclusividad y privilegio de la tierra

José Solano Solano

10 de Agosto de 2014

La primera parte de este artículo llamada Cuando hicieron suyo el fuego puede leerla aquí

 

La propiedad privada de la tierra es la que mayor control ha generado a lo largo de los últimos diez mil años, pues logró someter en la esclavitud física a las personas, aferrando todavía más el dominio de unos sobre otros. El miedo hacia el “fuego de los dioses” permitió que acceder a la tierra, para un pequeño grupo de privilegiados, se convirtiera en una tarea sencilla.

 

La tierra, ahora controlada con el apoyo del fuego, culminó con la instauración de una marcada división social que vio la necesidad de ser protegida, nuevamente, con el uso del fuego; esta vez para controlar cualquier síntoma de rebelión contra el nuevo orden establecido. Miedo a la ira divina, miedo a la ira del Estado, se convierten en las nuevas leyes de las sociedades. No por nada, las primeras reglas de la humanidad fueron “entregadas” por los dioses (Sol=Fuego); acaso recuérdese el Código de Hammurabi o los Diez Mandamientos, donde desobedecer el mandato divino era desobedecer el mandato de los ungidos sobre la Tierra.

 

Durante milenios, la protección de la propiedad de la tierra, por medio del fuego de los dioses, –y de los hombres– trajo la acumulación, primero en manos de emperadores y reyes, luego de señores y, finalmente, burgueses. La tierra se ha convertido en el sustento de la riqueza material mediante el acaparamiento desigual y la no tenencia, lo que ha sometido a los trabajadores en simples máquinas de producción de riqueza que no les pertenece.

 

Y sin embargo, quizás lo note el amable lector, la evidente concentración de la propiedad en pocas manos llegó a su cénit con los procesos reformistas del siglo XX. Es por ello que el actual sistema, el capitalista, se ha adaptado a estas eventualidades.

 

A lo anterior se le suma un aumento poblacional sin precedentes a partir de 1950. Este fenómeno provocó que, como es obvio, la capacidad de obtener más tierra, al ritmo de acaparamiento que se venía gestando, se fuese reduciendo (lo cual no significa que no se obtiene). La estructuración de la figura del Estado para defender la propiedad, a la vez que aseguraba una masa productiva de personas en mayor o menor medida cohesionadas e identificadas bajo el proyecto estatal, que no es otro más que el de la clase dominante, por medio del miedo (exhaustivamente explicado); luego por los proyectos nacionalistas.

 

Hasta aquí, habrá deducido el lector, se puede hablar de una doble condición de los elementos fuego y tierra: su inmaterialidad en el primero y su materialidad en el segundo. Sin embargo, está cargado de un componente simbólico sumamente fuerte: el control limitado sobre la materialidad misma.

 

¿Cuál es el fundamento de esta tesis? Muy sencillo. El fuego, en su significado inmaterial, tiene la capacidad de controlar la mente, no así el cuerpo. Se trata de un represivo psicológico según el tratamiento dado hasta aquí (lo cual no aísla o exceptúa su condición objetiva por medio de la fuerza), que conforme ha avanzado la sociedad, ha ido perdiendo relevancia, dando paso a su condición física-material.

 

Por otro lado, en su noción propiamente material, ha tenido la capacidad de controlar el cuerpo de las personas, sometiéndolas incluso al hambre o la muerte. Sin embargo, aunque la propiedad privada ha jugado un papel fundamental en lo que se conoce como la alienación, no ha implicado el dominio absoluto sobre la vida misma. Millones viven sin tierra pero viven (o sobreviven).

 

Se puede concluir, por tanto, que ambas tienen una dimensión dialéctica que se mueve entre lo material e inmaterial. Su plano simbólico limita la capacidad de liberación del individuo por medio de la alienación concebida por quienes ostentan el poder. Objetivamente hablando, el fuego y la tierra se imponen desde la violencia sistemática y puede concretar la esclavitud, pero permite dinamizar, a su vez, procesos de resistencia conscientes o inconscientes. Es decir, ante la carencia o imposiciones físicas o psicológicas que parten del dominio de estos elementos, no son estáticos sino más bien adaptables a las condiciones propias del momento histórico. Además, existe una necesidad latente del poder dominante por mantener el control por medio de ambos; sin embargo, y he ahí donde se pretende hacer llegar al lector, quienes dominan no han encontrado la forma contundente, absoluta, de someter en su totalidad al ser humano por estos mecanismos. Lo anterior ocurre por una sencilla razón: el sujeto puede desalienarse y, por lo tanto, luchar por su liberación desde la propia organización.

 

Sobre este tema de la propiedad puede hablarse aún más, pero verdaderos eruditos lo han expuesto en cuantiosos textos y manifiestos, así que sobran las palabras. Esta es, pues, solo una interpretación de quien escribe y es, a su vez, preámbulo para debatir sobre lo que acontece y sobrevendrá con los otros dos elementos: agua y aire.

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